Esquilo le importa tanto la justicia que enfoca toda la trilogรญa de Orestes en la intervenciรณn y resoluciรณn de Atenea en un juicio en el que el jurado debe resolver, por votos, si Orestes debe ser castigado o absuelto. Celebraciรณn de la justicia y origen de la justicia entre los seres humanos: el regalo de la diosa. Las formas polรญticas, en cambio, le merecen a Esquilo una escena que no sรฉ si leer como hilarante o exasperante: Agamenรณn estรก siendo asesinado por Clitemnestra y Egisto, dentro de su palacio; los ciudadanos, el coro, se da perfecta cuenta de la emergencia. ¿Quรฉ hacen? Se dividen en grupos, hablan de modo caรณtico, discuten, proponen unos actuar, otros hacer una asamblea, deliberar. Votan por una, otra y otra opciones. De pronto, aparece en escena Clitemnestra: el acto criminal se ha consumado mientras las formas democrรกticas paralizaban al pueblo y lo volvรญan torpe, titubeante, inepto.
No sabemos cรณmo pudo reaccionar el pรบblico ateniense. Queda solamente la escritura seca, sin tonos, sin sonido, sin representaciรณn. Los atenienses solรญan despreciar sus formas democrรกticas. De Esquilo a Sรณcrates y Platรณn creรญan que las labores pรบblicas de la ciudadanรญa eran una lata y costaban no solo tiempo sino prestancia resolutiva. La democracia, incluso en su forma directa, naciรณ como un engorro de ocupaciones que volvรญan lenta y titubeante la vida activa. Y terminaron por ceder a la tentaciรณn de que gobernaran los mejores. La aristocracia pudo acabar con el lรญo democrรกtico y, al fin, con Grecia, pero tanto Esquilo como Sรณcrates (que eligiรณ someterse a juicio y morir segรบn el veredicto popular) amaban su imparticiรณn de justicia. Al menos, tenรญan el corazรณn del lado correcto: nada hay mรกs importante que la justicia.
Muchos siglos despuรฉs, en 1904, Chesterton escribe El Napoleรณn de Notting Hill, y propone una idea genial: para quรฉ los partidos y las campaรฑas polรญticas si, gane quien gane, el asunto no termina ni mejor ni peor que el puro azar, y resulta mucho mรกs racional, sencillo y econรณmico simplemente elegir rey por sorteo. La novela sucede en 1984. Curiosamente, veinte aรฑos despuรฉs, Chesterton publicรณ el primer ensayo de George Orwell, cuyo 1984 es el horror obsesivo ante la pรฉrdida de la libertad por la “indiferencia general ante la decadencia de la democracia”. Chesterton y Orwell tienen el cerebro del lado correcto: se trata de la libertad. Solo existen las cosas humanas si se presupone la libertad.
Y ese es el embrollo que queda en juego: la libertad y la justicia. Las รบnicas ideas polรญticas. Todas las demรกs derivan de ellas. El problema: ningรบn orden humano, social, polรญtico ha sido suficiente. Son imperativas, y quedan como cuestionamiento, pregunta, bรบsqueda. Y hay dos modos de pensar acerca de estas cuestiones รบltimas. La primera supone un modo de hacerlas terrenas y actuales. Es la vรญa que sale de la Repรบblica de Platรณn y llega hasta nuestros dรญas con distintos รณrdenes utรณpicos. Ninguno ha sido ni posible ni, en los hechos, deseable. La segunda supone que las sociedades van a la zaga de sus objetivos รบltimos, pero siempre con retrasos y, aunque corregibles, nunca se alcanzarรก la etapa final de una sociedad sin cuitas, libre y justa. A las primeras las llamamos tiranรญas; a las segundas, sociedades polรญticas, democracias. Es el viejo dilema del reloj: ¿quรฉ es mรกs preciso, un reloj parado pero que al menos dos veces al dรญa da la hora exacta o un reloj que se atrasa un poco y se acerca, pero jamรกs darรก la hora precisa? Las democracias implican un retraso perpetuo: ni el pueblo se pone de acuerdo para salvar a Agamenรณn, ni en realidad quiere gobernantes.
La libertad y la justicia guardan un problema serio: la tendencia ingenua de suponerlas simรฉtricas. No lo son. Forman el lugar de lo humano, pero ni siquiera estรกn en la misma dimensiรณn. Una muestra sencilla. Digamos que toda violaciรณn de la libertad es una injusticia; de ahรญ, la libertad parece un subconjunto de la justicia y, por tanto, el concepto primario deberรญa ser la justicia. Pero al mismo tiempo no es posible pensar al ser humano sino bajo la especie de la libertad: sin libre albedrรญo no hay humanidad y, entonces, la justicia es un producto de la libertad. Es decir, justicia y libertad son conceptos en movimiento, fluidos y causa uno del otro. Ninguna definiciรณn ha sido satisfactoria; todas caen, mรกs temprano que tarde, en aporรญas o cรญrculos viciosos. Sabemos, eso sรญ, que cualquier orden polรญtico, social y econรณmico que parta de una idea dura, con una definiciรณn cerrada de la justicia y la libertad, se convertirรก, desde la Repรบblica platรณnica, en una tiranรญa. La polรญtica sustentada en la razรณn no es, entonces, sino la aceptaciรณn de algunas incertidumbres bรกsicas, no de certezas. Es una labor de reparaciones, adecuaciones, cambios. La racionalidad mรกs dura no ofrece sino un modelo analรญtico, pero no descriptivo, del ser humano.
No tiene nada de peculiar que la democracia sea el sistema polรญtico mรกs quejumbroso y mediocre. Estรก en su contrato. Asรญ funciona: mal, lento y caro. La vida polรญtica podrรก buscar el bien pero se ordena segรบn el mal. No tiene nada de raro que, tras el fin de la Guerra Frรญa, hayamos visto un movimiento pendular del entusiasmo al resentimiento. En menos de cuarenta aรฑos la temperatura polรญtica mundial fue de la fiebre democratizante hasta la rabia por tener que nadar “en las aguas heladas del cรกlculo egoรญsta”.
Los ciudadanos estรกn desilusionados y enojados con los regรญmenes democrรกticos y la filosofรญa polรญtica (intelectuales, politรณlogos, analistas, etcรฉtera) se encuentra tambiรฉn en un dilema: defender un sistema tedioso o llamar al desengaรฑo: la democracia fue un fraude. Y es que las democracias tienen, han tenido y tendrรกn siempre, zonas oscuras y equรญvocas; las sociedades nunca estarรกn libres del crimen, pero hoy parece cundir la nociรณn de que el crimen es la democracia misma.
El lado oscuro de la democracia (2005), de Michael Mann, lleva un subtรญtulo apabullante: “Un estudio sobre la limpieza รฉtnica”. Mann habรญa publicado algunos ensayos sobre la conformaciรณn despรณtica de los Estados burocrรกticos que ponรญan en solfa algunos temas mejor tratados por Kafka que por los politรณlogos: las burocracias como secuestro de la justicia y aplastamiento de la ciudadanรญa. En este libro propone ocho tesis y muchos casos para mostrar cรณmo una democracia fรกcilmente puede falsearse y convertirse en genocida. Basta transformar la idea original de dรฉmos (‘pueblo’, ‘poblaciรณn’, en griego) por la de รฉthnos (tambiรฉn ‘pueblo’, pero en sentido de grupo, banda, rebaรฑo) para ver cundir la muerte; o permitir que las mayorรญas borren a las minorรญas y se vuelvan crueles y vengativas: genocidas. El libro es parte de una corriente que llamarรฉ politologรญa gรณtica –cosa tambiรฉn de muchos filรณsofos metidos en el goce de los apocalipsis de cubรญculo–. Importan no por su capacidad de horrorizar sino porque muestran dos cosas: que hay un mercado grande para los acaboses y, segundo, porque exhiben una tendencia del pensamiento contemporรกneo, proclive a la negrura y la paranoia, precisamente en la รฉpoca en que la polรญtica ofrece la posibilidad de un optimismo racional. Se debaten el miedo y la esperanza. Con los mismos datos, pero con distintas lecturas.
Es posible afirmar que en muchos aspectos el mundo actual estรก visiblemente mejor que en siglos pasados. Mejor no quiere decir bien. Nuestros justos enojos y reclamos tienen motivos de zozobra, pero tambiรฉn conviene ver que son nuevos. La desigualdad de hoy es lacerante, culpable, injusta y amenazadora. Pero es menor que la de siglos pasados. Lo que sucede es que se convirtiรณ en tema central cuando hace siglos las sociedades ni siquiera se preguntaban por ello. Esto no quiere decir que el siglo xxi estรฉ ni en Jauja ni en una posiciรณn aceptable: significa que su condiciรณn es ya nuestro reclamo, un reclamo general y justo, y no un silencio oprobioso, como a principios del siglo xix. Pero, ademรกs, nos resultan abiertamente insoportables las segregaciones, los racismos, la crueldad… Nuestra exigencia sobre la condiciรณn humana estรก en un lugar difรญcil porque hemos alzado moral y jurรญdicamente nuestra exigencia de justicia. No nos es posible aceptar el actual estado de cosas y, aunque la mayorรญa de las sociedades estรฉn hoy en condiciones superiores a las del pasado, percibimos en el mundo entero una enorme injusticia. Algunos autores (Zaid, Pinker…) ven en esto un progreso real; Norbert Elias lo llama el “avance de los escrรบpulos”. El signo de valor estรก en juego, no la realidad del reclamo generalizado, que pesa tanto sobre la vida polรญtica como para atisbar que, en efecto, el desencanto pone en riesgo la continuidad y avance de las democracias. No se anda bien con una sola pierna y, mientras la libertad no parece estar en una crisis semejante, la justicia se ha vuelto borrosa, desde la psicologรญa de los ciudadanos y sus clases polรญticas, hasta en la estructura jurรญdica y polรญtica de las democracias.
Ideas con fecha de caducidad
La democracia es de una fragilidad alarmante. Es aparato viejo y requiere reparaciones constantes. En tรฉrminos histรณricos, parece que los regรญmenes democrรกticos sobreviven mejor sus problemas mecรกnicos intrรญnsecos que el hartazgo de sus ciudadanos. Tan claro como dice Sartori: “las democracias carecen de viabilidad si sus ciudadanos no las comprenden”, y la comprensiรณn no solo es un proceso racional. Se viene abajo con el desencanto, el tedio y la rabia que da, por ejemplo, el descuido de la justicia.
Tocqueville advertรญa del deterioro vital en los sistemas democrรกticos: las mayorรญas, decรญa, suelen ser vulgares, tontas y despectivas y, si no se cuida de las minorรญas, tambiรฉn criminales. La desidia y las prisas por resolver emergencias pueden dejar a la sociedad civil en la mediocridad espiritual, cultural, intelectual y, entonces, cunde la simpleza de mente y apaga las luces de la cosa pรบblica. Lo que Tocqueville no podรญa ver hace tres siglos es que la representaciรณn polรญtica y la idea de ciudadano tenรญan fecha de caducidad.
Desde 1960 E. E. Schattschneider (The semisovereign people: A realist’s view of democracy in America) atisbรณ que los fenรณmenos de representaciรณn guardaban una zona ciega a la opiniรณn, pero visible en tรฉrminos aritmรฉticos. Lo primero que hizo fue invertir el sentido de los predicados con que los polรญticos y los analistas vejaban la capacidad de la ciudadanรญa. Cierto: cualquier transeรบnte podrรก contestar acerca de los deportistas o cantantes de moda, pero ignora por completo el nombre y el partido de su representante ante el Congreso. Esto no significa que sea un analfabeta polรญtico ni que pueda ser reo de manipulaciรณn demagรณgica. Por el contrario, indica que la clase polรญtica ha perdido su capacidad de tocar las fuentes de su funciรณn misma. Tenรญa razรณn, segรบn dicen la experiencia y su discรญpulo Peter Mair, cuyo Ruling the void: The hollowing of western democracy (2013) comienza con una simple afirmaciรณn: “La era de la democracia de partidos ya pasรณ.” La diferencia fundamental que vio Schattschneider, y continรบa Mair, es que el anรกlisis polรญtico ha tenido siempre como constante el poder representativo y sus gobiernos, mientras que percibe como variable la participaciรณn ciudadana. ¿Quรฉ pasa si tomamos como constante a la poblaciรณn civil, con todas sus taras y miserias, y como variables a las estructuras gubernamentales salidas de los procesos electorales? La ignorancia democrรกtica se invierte: las democracias carecen de viabilidad si la clase polรญtica no representa a sus ciudadanos.
De aquรญ podemos intuir un histรณrico cambio de mentalidad. No hay que dar muchas vueltas para ver que las denuncias de Esquilo y Platรณn, las intuiciones de Hobbes, luego de Rousseau, las advertencias de Jefferson y Hamilton, las de Tocqueville, pasando por el horror de Orwell, hasta las actuales clases polรญticas siguen una estructura vertical: una vez que el fenรณmeno de la representaciรณn ha tenido lugar en las urnas, leen la polรญtica desde el eje de un poder que se verifica de arriba a abajo. Un eje de pensamiento que copia el sentido teolรณgico de los monoteรญsmos y lo reproduce; que obtiene su sentido de una narraciรณn y una representaciรณn mental en el orden jerรกrquico.
Los “hermanos menores” se hacen presentes
Hay, digamos, tres grandes camadas democrรกticas: las democracias viejas y estables (Estados Unidos, Europa occidental); las que surgen, o se concretan, a partir del final de la Guerra Frรญa (Latinoamรฉrica y Europa Central, en buena medida) y las que se han sumado recientemente, en paรญses รกrabes, africanos y Asia Menor. Todas enfrentan distintos riesgos y oportunidades; todas, tambiรฉn, se hallan a disgusto con su sistema polรญtico, expresado tanto en la participaciรณn en los comicios como en formas de insurrecciรณn o protestas pรบblicas. Sin embargo, solo hay un dato comรบn en todas las sociedades democrรกticas: sus ciudadanos consideran, sin excepciรณn, y con รญndices crecientes, que las clases polรญticas y dirigentes estรกn tomadas por la corrupciรณn y que los partidos han perdido toda capacidad de representarlos.
Glenn Reynolds supone que la propuesta de los neoconstituyentes en Estados Unidos se debe a que hoy gobierna “la peor clase polรญtica en la historia de nuestro paรญs”. Quizรก sea verdad. Pero lo mismo podrรญan decir los mexicanos, brasileรฑos, argentinos, franceses… Serรญa una monstruosa coincidencia. Quizรก se trata de otra cosa: no es que gobiernen los peores sino que las expectativas han aumentado, la vigilancia sobre las actividades de la clase polรญtica lo escudriรฑa todo y los actuales polรญticos, encima, parten de una credibilidad nula, del desprestigio y la desconfianza.
La confianza de la ciudadanรญa en sus representantes ya no es reparable. No son solo demasiado humanos sino picados por la voluntad de poder: impresentables para la moral o los escrรบpulos. Hace cuarenta aรฑos no habรญa modo de hablar del presidente o primer ministro o monarca sin mostrar algรบn ripio que indicara respeto. Ya no es necesario y, de hecho, leemos con recelo y suspicacia a quien recurra al eufemismo: lacayo, lambiscรณn. Y los periodistas no pueden sobrellevar esa lรกpida.
El sujeto actual, el ciudadano medio, se asume y se supone a sรญ mismo como moral e intelectualmente superior a sus gobernantes. Primera vez en la historia: la gente comรบn estรก en posiciรณn de superioridad moral respecto de sus gobernantes (y, notablemente, de culpabilidad respecto de la naturaleza, como si se hubieran invertido los ejes histรณricos de la jerarquรญa).
No tiene nada de raro que crezcan a la vez la sospecha de que el gobernante es corrupto y la importancia primordial que los ciudadanos hallan en la nociรณn de “transparencia”. Para muchos significa algo como “no robar” –pero esto es solo la cรกscara–. Tambiรฉn significa, y cada vez mรกs, la vigilancia en la toma de decisiones y en los usos y acceso a la informaciรณn. Es decir, la constante vigilancia, hasta la paranoia; solamente que aquรญ, en vez de que el mandรณn vigile a los muchos ciudadanos, son estos quienes sofocan al mandรณn. El horror de Orwell se ha invertido por completo. Cory Doctorow, narrador distinguido y hacktivist notable, escribiรณ una novela, Little Brother, mucho mรกs inteligente que buena: ya no es el Hermano Mayor quien espรญa, fiscaliza y controla a los muchos sรบbditos, despojados de voluntad, sino los muchos “hermanos menores”, los ciudadanos comunes, quienes, todos, fiscalizan cada uno de los actos del mandรณn.
Un diputado, un senador o el presidente solรญan representar el voto y la mayor masa de electores. Con el avance de la transparencia, la idea de representaciรณn cambiรณ: el presidente representa al presidente, como se dice en el teatro, donde una persona representa un personaje bajo la mirada del pรบblico. Aunque no ha dejado de existir, el poder es mucho mรกs limitado –y este gran progreso de la civilizaciรณn no se sabe valorar aรบn; bien visto, es genial que el gran mandรณn no mande sino que obedezca, aunque sea a un rol y no todavรญa a la voluntad popular, que es animal peligroso, si los hay, y no puede desbocarse.
Geometrรญa y democracia
Si bien la democracia no surge en la era del racionalismo, durante el siglo xvii quedรณ sembrada la mentalidad que habrรญa de generarla. De hecho, los primeros demรณcratas de la era moderna –quienes hicieron los Federalist papers, por ejemplo– se veรญan a sรญ mismos como republicanos. La palabra “democracia” no aparece ni en la Declaraciรณn de Independencia ni en la Constituciรณn norteamericana. El siglo xviii entiende la democracia como la ateniense: democracia directa; las formas con comicios para elegir representantes, es decir, lo que nosotros llamamos democracia indirecta o representativa se llamaba entonces repรบblica. Pero queda explicada con toda claridad con la tรฉcnica de pensamiento occidental por excelencia: la geometrรญa se convierte en la llave maestra del pensamiento, la clave que afina todas las armonรญas de pensar. Descartes quiso desde ahรญ construir la certeza de sรญ; Spinoza, su รtica demostrada segรบn el orden geomรฉtrico, y Hobbes fabricรณ su ciudadano siguiendo la axiomรกtica de Euclides. Desde las demostraciones simples, elegantes y emocionantes (un punto; si se mueve, lรญnea; si se desplaza la lรญnea, superficie; muรฉvase la superficie y surge el volumen), Hobbes descompuso al sujeto en sus componentes mรญnimos, lo recompuso y lo dotรณ de movimiento. De corpore, De homine y De cive siguen el mismo juego simple y brillante: a un cuerpo se le imagina dotado de movimiento racional y surge un hombre; el hombre cobra conciencia de sรญ y se vuelve uno entre pares: un ciudadano. Nacรญa la sociedad como contrato. El siguiente paso no serรก dado ya por filรณsofos o lรณgicos sino por un puรฑado de polรญticos que, en 1776, declararon su independencia desde un axioma: “We hold these truths to be self-evident…”
La geometrรญa se yergue sobre la pieza mรกs extraรฑa de la inteligencia: el axioma, es decir una verdad evidente de suyo, pero indemostrable. Un sistema geomรฉtrico es, desde su formulaciรณn por Euclides, una articulaciรณn de axiomas y su desarrollo en teoremas o postulados demostrables y no contradictorios. De ese modo, la verdad se vuelve objetiva; deja de importar quiรฉn la diga: “la verdad es la verdad, dรญgala Agamenรณn o su porquero”. La voluntad de geometrรญa es generadora de una igualdad radical. No es una igualdad moral, tampoco es un postulado polรญtico y no es un valor: es lรณgica. El orden geomรฉtrico y el anรกlisis son el piso para la polรญtica, pero no pertenecen a la polรญtica. Las verdades evidentes de suyo establecen una semejanza radical que solo se sostiene frente a dos preguntas: la libertad y la justicia.
Muchos crรญticos de la democracia liberal objetan, con buenas razones, que el punto de partida, el individuo, es una mera abstracciรณn que no existe en el mundo real. Es verdad. En sus orรญgenes, se trata de un gran paso: cuando el siglo xvii descubre la polivalencia del mรฉtodo geomรฉtrico, no solo genera una estructura cientรญfica del pensamiento; tambiรฉn estรก dando en tierra con toda la argumentaciรณn por autoridad: importa muy poco quiรฉn haya dicho quรฉ; la verdad es objetiva, exterior y, bajo la especie geomรฉtrica, irrefutable. Pero las generaciones siguientes no tienen por quรฉ admirar una realidad que se presenta como cosa natural, no como logro de la libertad. Los romรกnticos entendieron que la libertad no se recibe, no es hereditaria, se adquiere en primera persona, cuando el yo adviene en el mundo. Incluso los griegos lidiaron con el dilema de los jรณvenes que, independientes, fuertes, talentosos, llegaron despuรฉs de las victorias y no supieron evitar la tentaciรณn de existir, de contar por sรญ mismos. Son los jรณvenes independientes, educados por la razรณn y la self-reliance socrรกtica quienes derrumbaron la democracia ateniense: no estaban ya dispuestos a tolerar la obediencia a la autoridad sino a valerse de sus propias razรณn y prestancia.
Atenas tuvo que sufrir el ascenso de los jรณvenes aristรณcratas, la oligarquรญa y la tiranรญa. Del mismo modo, con muchos mรกs referentes histรณricos y sin un acceso real al poder armado, las generaciones que nunca habitaron las dictaduras y “dictablandas” hallan opresivos los regรญmenes burocrรกticos, corruptos y extraordinariamente lentos de las democracias representativas. En primer lugar, ya no entienden la representaciรณn: la era digital los ha dotado de voz propia y pรบblica; no necesitan que nadie hable por ellos. Y estรกn tocados por la tentaciรณn de existir: la pulsiรณn de libertad que inicia con la desobediencia. Non serviam. Estas nuevas generaciones sentaron a la democracia sobre sus rodillas y la hallaron amarga. Y la injuriaron. Tienen motivos profundos, pero menos razรณn de lo que creen: culpan una forma polรญtica de las torpezas e inmoralidades de la condiciรณn humana. El impulso es sano, vivificante, pero no han sabido recoger y volver a traducir a sus clรกsicos. Pecan de poca solidaridad con su pasado. A la democracia le compete solamente repetir, constantemente renovada, la pregunta sobre la libertad y la justicia. Recibirla y reformularla: make it new.
En unos cuantos lustros, las generaciones que hicieron la transformaciรณn democrรกtica ya no son la democracia sino sus avejentados mojones, el estorbo y la lentitud. Debieron generar polรญtica viva, no burocracias estรฉriles. No supieron. Fallaron en su comprensiรณn de la libertad econรณmica y en prรกcticamente todos los aspectos de una justicia verosรญmil. Se quedaron dentro de un esquema que concibiรณ siempre el poder como un ejercicio vertical –y de hecho sigue siendo muy arduo imaginar algo que sea poder y que se dรฉ en un eje horizontal–. Requiere una nueva mecรกnica mental: la de las sociedades indivisas, sin Estado, dentro de un mundo a la vez cosmopolita y al alcance de un teclado.
A diferencia de la representaciรณn tradicional –que acumula el clamor de la masa para que la cabeza la transforme–, la mecรกnica actual puede armarse y desarmarse segรบn cada caso; un grupo y un individuo, incluso, pueden juntar multitudes con presencia real y activa en unas cuantas horas. Esto es absolutamente imposible en los sistemas de representaciรณn y de partidos polรญticos, que requieren una enorme cantidad de trabajo para poder construir convocatorias masivas. El activismo por vรญa de internet tiene ademรกs las ventajas de la tribu neolรญtica: en un instante estรกn en pie de guerra y, pasada la emergencia, vuelven a su confortable anonimato. Generan presencia inmediata y, encima, cuentan con que los medios de comunicaciรณn multiplicarรกn su presencia y la transformarรกn en presiรณn. Se juntan, actรบan y se disuelven. Pueden ser miles, pero no forman una masa. Ya no habitan la era de Le Bon o Tarde; funcionan del mismo modo en que Ortega y Gasset describe el Estado griego –que se arma y se desarma, segรบn necesidad– y no se avienen a la descripciรณn tradicional de las masas. Opinan de modo individual, con un clic o externando ideas, pero no se conforman como un solo organismo animal que puede pasar a la violencia. Actรบan y desaparecen, sin dejar representantes ni abanderados, sin representaciรณn. Apenas llevamos unos pocos aรฑos. Quiรฉn sabe hacia dรณnde evolucione el fenรณmeno, pero pretender sofocarlo y controlarlo es ingenuo, caro y, muchas veces, un crimen contra los requisitos bรกsicos de las democracias.
Quienes crecieron y entraron a la vida ciudadana o la actividad polรญtica en los aรฑos sesenta lucharon en contra de los totalitarismos (comunistas y otros) y poco a poco accedieron a cargos de representaciรณn –representaciรณn en las clases polรญticas, o por vรญa de la voz, como politรณlogos, intelectuales, lรญderes de opiniรณn–. Pero su periplo ha sido corto y equรญvoco. El fin del comunismo no fue el auge de las democracias. Proliferaron, pero no pudieron fabricar –repito: no es el objetivo del funcionamiento democrรกtico– sociedades satisfechas ni de sรญ mismas ni de sus organismos y polรญticas pรบblicas. De hecho, su acceso a la decisiรณn pรบblica coincide con un orden financiero global que pone en entredicho el sentido de la civilizaciรณn; no por el รฉxito de la economรญa de mercado sino porque la justicia y la economรญa siguen (en apariencia) una misma lรณgica pero con rutas divergentes. ¿Quรฉ se podรญa esperar de una mentalidad y una psicologรญa verticalizadas? Que los ricos se vuelven cada vez mรกs ricos y quienes viven de su trabajo cada vez mรกs pobres (dice Piketty, entre otros).
Aquellas generaciones ni se conforman ni entienden cรณmo fue que no tuvieron lugar. Lo tienen sin duda en la economรญa, pero polรญticamente tuvieron apenas un lapso de unos cuantos aรฑos para incidir en el destino polรญtico. Muy pocos pudieron acumular un poder semejante al de sus antecesores. Los medios y la dinรกmica de la red les impidieron repetir los modos que conocieron en el siglo xx. No tienen, pues, ni el poder ni la influencia para los que se prepararon. Se les desvaneciรณ la representaciรณn en cuanto la tocaron. Ya no estaba ahรญ. Quizรก los Reagan, Thatcher, Kohl, Juan Pablo II; es decir, los que vieron caer a la Uniรณn Soviรฉtica, Ceauศescu, Honecker, Jaruzelski, etcรฉtera, fueron los รบltimos que pudieron ejercer el poder del Estado naciรณn. Ya no fueron populares, pero tuvieron el poder entero del Estado, tanto en sentido polรญtico como diplomรกtico, de las fuerzas armadas y del capital y las finanzas.
Asรญ como los efectos de la Revoluciรณn Industrial se vieron completos hasta dรฉcadas despuรฉs, parece que ahora se abre un panorama de dos mentalidades mutuamente excluyentes, disputรกndose su permanencia en la Tierra. No es una revoluciรณn en que las partes combatan hasta dejar una tendencia hegemรณnica. En algunas cosas, estas mentalidades son acรฉrrimas enemigas; en otras, complementarias. Se trata de una insurgencia, sin duda: basta ver la desesperaciรณn de los Jerjes estatales ante el desparpajo de los Assange y Snowden, Lessig y Swartz (que terminรณ con su vida, no sin antes derrotar espectacularmente la famosa ley sopa). El poderรญo estatal en crisis porque un chamaco polรญtropo decidiรณ que la justicia es mรกs importante que la moral.
Las viejas clases polรญticas no pueden responder, ni en discurso ni en acto, a los cuestionamientos y desafรญos de los muchachos de camiseta y tenis. Los Estados naciรณn se irguieron sobre una imaginerรญa del poder heroico: fuego y explosiones, mรกquinas de acero, cada vez mรกs grandes, que ruedan, flotan, vuelan con ruidos “suprametรกlicos y architronantes” (Apollinaire). Hardware. Y no supieron cรณmo, pero los puso de rodillas un puรฑado de mediocres –Mohamed Atta et al– cuyos recursos bรฉlicos fueron artรญculos de papelerรญa y el software de la vida civil y la aviaciรณn comercial. Parece estar terminando la era del poder bajo la especie de los fierros y la combustiรณn, lumbre y humo (que sigue siendo poder, pero en otra dimensiรณn), y ha comenzado una รฉpoca que los poderosos no saben leer y, desde luego, estรกn miserablemente equipados para representar o liderar –cuando, ademรกs, nadie quiere ser representado sino existir en primera persona–. Es mรกs sencillo convencerlos de que se baรฑen que domeรฑarlos, y el tema de la ropa y la apariencia es accidente, pero juega en la esfera de las identidades: los sans-culottes, los descamisados, los camisas pardas, negras y hasta las formas de los paramilitarismos conforme adquirieron nombres propios: txarros, gauchos, chinacos, chuanes… identidades.
Pero dije “existir”. La tentaciรณn de existir que se muestra cuando una persona se da cuenta de su individualidad y encuentra que su libertad no existe sino hasta que la haga valer en primera persona. Rito de paso para que el efebo se convierta en hoplita y politรฉs; el infante en hidalgo, el muchacho en ciudadano. Durante unos siglos, el rito fue el servicio militar. Quedรณ atrรกs. Pero desde el Romanticismo la existencia se gana con la rebeliรณn –no necesariamente violenta, pero siempre desafiante–. Ahora, existir y la potencia de la virtualidad colocan el asunto en otro orden. Mi participaciรณn en la red es a la carta, igual que las opciones de mi ciudadanรญa: puedo elegir sexo, filiaciones, fobias, militancias y apegos, ser parte de tribus urbanas, mil modos de la participaciรณn… A los viejos se nos paran los pelos. Nos aterra un mundo en que la llamada identidad personal pueda no apuntar a un yo concreto sino a la superveniencia de las circunstancias y el deseo. Hasta eso estรก en juego. Al Estado le urge relacionar un cuerpo con un nombre y asestarle una ficha de identidad. Es urgencia comprensible: si hubiรฉramos aguzado la precisiรณn del fichaje, Mohamed Atta no habrรญa abordado ese aviรณn. No se dan cuenta de que sus figuraciones de control se han vuelto supersticiosas. Ante el terror, mรกs controles. Con una agravante: pueden controlar lo que ya controlaban, a los ciudadanos medianos, comunes, que aparecen en las listas; es decir, quienes no tienen intenciรณn terrorista alguna. Caso anรกlogo lo que sucede con muchos departamentos de hacienda y tesoro: pueden apretar el control sobre aquellos que ya controlaban. Ya sea por la sospecha llamada “seguridad”, ya por los impuestos y demรกs trรกmites, los controles de los Estados no hacen sino sembrar el desencanto y el hartazgo en la ciudadanรญa. Con una agravante: ¿por quรฉ sospechan de mรญ si los corruptos son ellos?
Demรณcratas enojados
Quizรก lo dice Swartz de modo cรกndido: “Ganamos esta batalla porque cada uno se convirtiรณ en el hรฉroe de su propia historia. Cada quiรฉn asumiรณ como labor propia la de salvar esta libertad crucial.” Es el tipo de afirmaciรณn que se vuelve causa. Como sucedรญa con los escritos de Rousseau: se volvรญan virales. Cada uno, hรฉroe de su propia historia. Comparemos esa inmediatez moral, satisfactoria, plena, responsable y participativa, con las formas estatalizadas de participaciรณn, donde uno tiene que salir de casa, hacer filas, demostrar que uno es quien dice ser, porque estรก en una lista, recibir unas boletas, esconderse tras cortinas, votar por quiรฉn sabe quiรฉn con un garabato –ni siquiera llega a signo–, doblar papeles, meterlos en urnas, recoger papeles y recibir una mancha de verificaciรณn. Y todo eso para elegir a alguien de quien desconfรญo. Las formas estatales de la democracia borran mi individualidad. Y se dan cruces extraรฑos: mi presencia real y corporal me produce una idea de enajenaciรณn: enajeno mi voluntad. En cambio, la existencia virtual me produce una certeza de participaciรณn y voluntad directa. Y no hay que ser tan ingenuos: son fraternidades facilรญsimas de corromper cuando llegan a la calle. Cualquier operador polรญtico sabe cรณmo: localiza a uno que pueda ser cabecilla y ponlo a repartir de modo desigual cosas deseables: dinero, fama, nuevos recursos para la causa…
¿Cuรกndo se juntan ambas, la presencia corporal y la acciรณn directa? Desde luego que no en las formas diseรฑadas para la representaciรณn. Mi presencia real y mi decisiรณn directa pueden juntarse solo en el acto rebelde. Existo y soy tomado en cuenta. Es una virtualizaciรณn que desvanece a la masa, esa entidad pavorosa que se caracteriza por no pensar, por ser solamente un bulto colectivo que arrima poder (“mostrar mรบsculo”, lo llaman los operadores polรญticos). Mi firma suscribe; mi presencia obedece. Quien suscribe, cuenta como si dijera; quien acude cuenta como recurso material. La primera es discurso mientras que la segunda es lo contrario: infanterรญa (infante: el que no habla). La polรญtica surge en el disenso y se termina en el acto de poder. Y percibimos un mismo fenรณmeno: gente en la vida pรบblica, pero ¿son la rebeldรญa o la obediencia? Non serviam o sirvientes. Los nuevos insurgentes parecen imbรฉciles porque no los sostiene un discurso unitario (las marchas corporativas, las que muestran mรบsculo, son siempre claras: las pancartas exigen lo mismo que los gritos, corales, acompasados; miles de voces, solo un mensaje). De pronto, queda la pregunta: ¿y si no son una masa, entonces son muchos individuos libres que coinciden, que se encuentran entre sรญ, antes que desafiar al Uno mandรณn? ¿Es solidaridad, fraternidad, y no poder lo que buscan; contacto personal, humano, en la plaza digital? ¿De verdad son capaces de confrontarnos con una posiciรณn polรญtica y moral sin necesidad de consignas, compulsas y negociaciones de cabecillas con gobernantes? ¿Fourier, de verdad? Son el miedo y son la esperanza.
Encuentro saludable el enojo contra la democracia. Estรก llena de necios, corruptos e idiotas, y forma gobiernos necios, corruptos e idiotas. Pero me parecerรญa trรกgico abandonar la democracia por esos motivos. Cualquier sistema estarรญa lleno de la misma gente, pero quedarรญa cerrada la puerta para el mejor de los enojos: perseguir eternamente una libertad y una justicia incumplidas. Pensar la polรญtica bajo estas ideas enoja. Pero un demรณcrata enojado buscarรก debate, discusiรณn, correcciones y, para ello, tendrรก que utilizar su imaginaciรณn y tendrรก que conversar. Buen combustible de las civilizaciones. La rabieta de Esquilo estรก en el lugar correcto. ~
(Publicado en septiembre de 2014 en nuestra la aplicaciรณn para tabletas)
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(ciudad de Mรฉxico, 1962) es poeta y ensayista.