Hace unos aรฑos, con dos tรญos y una prima, hice el Camino de Santiago. Partimos desde Sarria, en Lugo, a unos 110 kilรณmetros de Compostela. Yo nunca he sido creyente, y mi prima estaba poco a poco asomรกndose a la edad del pavo. Durante toda la semana se dedicรณ a coleccionar los sellos que determinadas posadas dan a los peregrinos. Estos cromitos acreditan que has hecho tales etapas y sirven como resguardo para la bendiciรณn que recibes, de forma burocrรกtica y tras una cola de horas, al llegar a la catedral. Pero mi prima recogiรณ todos los que pudo, de pueblos donde ni siquiera llegamos a parar. Dibujaban una cartografรญa confusa, con paradas en casi cada pueblo, a cada tres o cuatro kilรณmetros, como si hubiรฉramos caminado un poquito cada dรญa durante cien dรญas.
Para ella el Camino de Santiago no era mรกs que un juego, un rito de levantarse a las seis de la maรฑana, desayunar un croissant a la plancha y un tazรณn de ColaCao, y salir a andar y recoger sellos. Para mi tรญo joven el camino era un reto de superaciรณn personal, pero tambiรฉn una forma de encontrarse en una identidad colectiva, la conservadora de raigambre religiosa, en la que se sentรญa a gusto. En cambio mi otro tรญo, el mayor, que una vez dijo ser anarquista (aunque creo que solo para que lo dejaran en paz), habรญa encontrado la fe poco antes del viaje, y el camino para รฉl tenรญa un componente religioso, purificador. Mientras toda la familia ha ido progresivamente secularizรกndose, รฉl encontrรณ una fe catรณlica mรญstica y personalista a una edad muy tardรญa. Se trata de una convicciรณn mรกs filosรณfica que sociolรณgica. No obliga a nadie a ir a misa con รฉl, no lo hace por abrazar la tradiciรณn. Anduvo el camino enfrascado en sus pensamientos, serio, estoico, salvo en las ocasiones en las que debรญa reรฑir a su hija, que se cansaba. El camino tenรญa un significado diferente para cada uno.
Las pasadas Navidades en familia han sido muy laicas. Ni figuritas en el portal, ni misa en la catedral el dรญa 25, ni visita al Belรฉn viviente. Nada. Y nadie se ha quejado. Ni siquiera uno de mis primos, que estuvo a punto de convertirse en cura y me habla de un mundo de diรกconos y religiosos de voz nasal en una Astorga del siglo XXI que bien podrรญa ser la Vetusta de Clarรญn. No hizo falta simbologรญa. Todos los que se creรญan identificados con estos valores religiosos se conformaron simplemente con el rito de reunirse, sin mayores artificios. La antropรณloga Tanya Luhrmann escribiรณ recientemente en The New York Times que la religiรณn estรก tan enmarcada en el rito que puede incluso prescindir de Dios; que lo que importa es el rito en sรญ, lo que tiene de alteraciรณn de la cotidianidad, de reuniรณn en comunidad. Que lo que importa es el camino (o el Camino), y no el destino final, muy a la Montaigne. “Buena parte de lo que la gente hace en la iglesia –bรบsqueda de fraternidad, celebrar nacimientos y bodas, recordar a los que ya no estรกn– puede conseguirse con un idea metafรณrica de Dios, […] o incluso sin siquiera mencionarlo”, comenta.
Dios ha sobrevivido en mi familia por estar insertado en la tradiciรณn. Una vez se ha descubierto que esta puede sobrevivir sin Dios, no hay nada que lamentar. El Camino de Santiago es un camino de superaciรณn personal, o un juego, o unas bonitas vacaciones, o una forma de encontrar paz interior. La Nochebuena es una reuniรณn familiar y la misa del dรญa de Navidad en la catedral es ahora un paseo al sol y un vermรบ. Mi tรญo joven puede seguir buscando su identidad en estas tradiciones, porque conservan intacto su carรกcter familiar y conservador, aunque Dios ya no estรฉ presente, y mi tรญo el mayor puede seguir profesando su religiรณn de manera introspectiva, sin mรกs rito que el que รฉl mismo se imponga. El peso de la tradiciรณn, entendida como carta blanca a todo lo que se hacรญa antaรฑo, todavรญa ahoga. Pero ahoga menos sin Dios.
Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacciรณn de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemรกn' (Libros del Asteroide, 2023).