El secuestro de la hemeroteca

Por favor rector Graue, quítele la hemeroteca a sus secuestradores y devuélvasela a la sociedad mexicana.   
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Para hacer una investigación hemerográfica en México hay que pagar mucho dinero o tener buenos contactos en la retorcida mafia burocrática de la UNAM . Acabo de comprobarlo al emprender una investigación sobre la vida de un famoso periodista mexicano que a mediados del siglo XX fue una celebridad ( “el mejor y el más vil de los periodistas”, lo llamó Julio Scherer) y al correr de los años se ha vuelto una figura  emblemática de la perversa complicidad entre el poder político y la prensa mercenaria. Como ese personaje dirigió dos revistas, una de sociales y otra de política, que tienen más de 50 años de antigüedad y por lo tanto no pueden fotocopiarse, mi única opción era ponerme a buscar en varios volúmenes de ambas publicaciones los artículos y reportajes que me interesaban,  y tomarles fotos para después leerlos con calma en mi computadora.

 Allí empezó mi calvario. Para fotografiar cualquier revista de la hemeroteca hay que pedir una autorización a la Dirección General de Patrimonio Universitario (DGPU), una dependencia que cobra fuertes cantidades por conceder sus permisos. O apoquinaba 1,816 pesos para  simplificar mi trabajo con ayuda de una cámara o tendría que pasarme un año en la hemeroteca llenando fichas, opción que para mí sería mucho más onerosa, pues vivo en Cuernavaca y no tengo alojamiento en la Ciudad de México. Hablé por teléfono con el licenciado Luis Enrique Prado Sánchez, coordinador de Licencias y Permisos de esa dirección y le aclaré que el objetivo de mi investigación era escribir una novela biográfica en la que no voy a reproducir  ninguna imagen por la cual deba pagar derechos. En un momento de la charla telefónica, Prado dio su brazo a torcer y me dijo que no necesitaba pagar nada por eso, pero después dio marcha atrás, seguramente aconsejado por algún demonio, y reconsideró que de cualquier modo estoy obligado a pagar la cuota.

Como ese material es muy importante para mis pesquisas tuve que hacer de tripas corazón y deposité el dinero. Más tarde recogí la autorización de manos del licenciado Prado y me dirigí a la hemeroteca, donde ocurrió el segundo acto del drama. El funcionario Eduardo Lizárraga, cuyo grado académico ignoro, me salió con la novedad de que la hemeroteca también cobra una fuerte cuota por permitir que un investigador tome fotos de sus revistas: 150 pesos por cada volumen consultado, y como yo quería revisar 20 o 30 volúmenes, la sesión de fotos me saldría en 3 o 4 mil pesos más.

–¿Ustedes quieren que nadie haga investigaciones? –le pregunté, perplejo–. No creo que los investigadores universitarios paguen esas cantidades por fotografiar revistas.

Lizárraga me aseguró que sí lo hacen, pero la mera verdad no le creo. Mi charla con Prado me dejó en claro que las autorizaciones se conceden de manera bastante discrecional. Sospecho que la hemeroteca no le cobra nada a sus investigadores consentidos por tomar cuantas fotos quieran. Pero si de verdad el cobro es parejo para todo el mundo, seguramente esas cuotas han disuadido a muchos universitarios de emprender investigaciones hemerográficas en los últimos años, pues ¿quién se puede dar el lujo de pagarlas? Indignado por la jugarreta que me estaban haciendo, volví furioso con Prado para exigirle que me devolviera la cantidad que deposité, y al más puro estilo de Tony Soprano, me advirtió con una sonrisa torva que ese trámite era complicadísimo y podía tardar una eternidad. Es decir, que la DGPU es muy rápida para cobrar, pero  terriblemente perezosa para reembolsar el monto de sus atracos.

Que yo sepa, las fotos tomadas sin flash  no maltratan los impresos, de modo que no hay justificación alguna para esquilmar a los usuarios de la hemeroteca de una manera tan ruin. Tal parece que las autoridades universitarias se han propuesto negarle al público el acceso a las publicaciones bajo su custodia, o restringirlo a un selecto grupo de privilegiados. Como todas las burocracias anquilosadas y obesas, la de la UNAM ya perdió de vista que su única razón de existir es servir al público, en este caso, a los estudiantes y a los investigadores, vengan de donde vengan. Un hecho sintomático refuerza esta impresión: el acceso a la hemeroteca se ha vuelto muy difícil para cualquier usuario que llegue en coche a Cultisur. Hace 4 o 5 años uno podía dejar el carro en el estacionamiento contiguo al edificio que alberga a la biblioteca y a la hemeroteca nacional, pero en algún momento de su ofuscación autoritaria, la nomenclatura universitaria decidió que sólo podían estacionarse ahí los propios empleados de esas dependencias. Para los burócratas todas las comodidades; los estudiantes y los investigadores, que se jodan y caminen un kilómetro.

Algunos amigos míos ocupan puestos importantes en la UNAM y supongo que si les hubiera pedido auxilio, los encargados de la hemeroteca me habrían permitido fotografiar esas revistas sin pagar un centavo. Pero soy enemigo del influyentismo y no quise obtener con palancas lo que merezco por el simple hecho de pagar impuestos. Paradójicamente, mis novelas históricas son objeto de estudio en varias facultades de la UNAM y con mucha frecuencia, los profesores que las dejan de tarea a sus alumnos me invitan a charlar con ellos. Supongo que a su juicio, esas obras tienen  algún valor literario y pedagógico. Pero el canallesco trato del que he sido objeto me ha quitado las ganas de seguir incursionando en el género. De aquí en adelante, cuando me pregunten por qué ya no escribo novelas históricas, atribuiré mi deserción a los verdugos de la GPU.  El rector Graue tiene la gran oportunidad de abolir estos cobros aberrantes si quiere contribuir al rescate de nuestra memoria y a la actualización del pasado. Por favor, quítele la hemeroteca a sus secuestradores y devuélvasela a la sociedad mexicana

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Actualización. 15 abril 2016

Rectifica el patronato de la UNAM

Esta mañana, el maestro Pablo Tamayo Castro Paredes,  director general del Patrimonio Universitario, me informó por teléfono que la dirección a su cargo ya no cobrará las cuotas que venía exigiendo por conceder permisos para fotografiar publicaciones a los usuarios de la hemeroteca. Sólo continuará vigente el cobro de 150 pesos por volumen fotografiado, que no está en sus manos abolir. Le agradezco mucho esta rectificación, que sin duda beneficiará a muchos investigadores.

 

 

 

 

 

 

 

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(ciudad de México, 1959) es narrador y ensayista. Alfaguara acaba de publicar su novela más reciente, El vendedor de silencio. 


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