El Subcomandante en los tiempos de Twitter

Twitter ha democratizado y abaratado a tal punto la pendencia que los reclamos del Sup contra muchos de sus excompañeros de viaje se leen tan solo como unas largas y autoindulgentes diatribas.
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Al Subcomandante Marcos le sucede algo irónico: él, uno de los mayores provocadores pendencieros en toda la historia de la izquierda mexicana, no encuentra un “nicho” desde donde hablar ni una audiencia precisa en una discusión pública moldeada, al menos en la superficie, por un medio diseñado para provocadores profesionales. Twitter ha democratizado y abaratado a tal punto la pendencia que los reclamos del Sup contra muchos de sus excompañeros de viaje se leen tan solo como unas largas y autoindulgentes diatribas que, en el mejor de los casos, reciben algún comentario condescendiente entre bostezos y, en el peor, el más absoluto silencio.

El asunto no se agota en lo obvio, pero lo abarca. Twitter es un veneno mortal para la capacidad de concentración. Confieso que hace un año, tras escribir un par de textos sobre la reaparición del EZLN, me costó un enorme esfuerzo de voluntad terminar de leer la larga serie “Ellos y Nosotros”, y sus secuelas “L@s Condiscípul@s” y “Votán”, que pasaron de noche durante la primera mitad del 2013 (todo el material en la página “Enlace Zapatista”). La culpa no la tiene tanto la prosa de Marcos, que luego de 20 años de añejamiento ahora sabe menos a buen mezcal y más a kimchi, como mi pésimo hábito de saltar de un comentario anodino a otro a la tremenda velocidad del scroll down. Más aún, mientras que ahora la izquierda se escinde, se purga y se rehabilita el mismo día en una serie de tuits relampagueantes, Marcos se pasó unos cuatro meses escribiendo preámbulos a la invitación al reencuentro con organizaciones de la sociedad civil a través de la Escuelita Zapatista. Por supuesto, ya para finales de enero de 2013, todo el mundo estaba volteando para otro lado.

La tuitocracia de izquierda ha perfeccionado un juego en el que Marcos solía ser el campeón indiscutible. La táctica consiste en elegir un blanco específico y dirigirle un blitzkrieg discursivo tan demoledor que todo intento de respuesta no haga sino invitar a un mayor avance de la ofensiva inicial. El ejemplo maestro de este modelo fue el famoso comunicado “¿De qué nos van a perdonar?” con el que el EZLN desbarató para siempre la capacidad de Salinas de Gortari para negociar la paz en Chiapas en los términos del gobierno. En esos tiempos, esa actitud tan abiertamente desafiante era necesaria para traspasar el muro de soberbia presidencial que mantenía a los mexicanos atados a la buena voluntad del jefe del Ejecutivo. Solo así -y obviamente no mediante la casi nula capacidad militar de los zapatistas- pudo el EZLN abrirse un espacio autónomo de interlocución con el gobierno.

De un tiempo para acá, y especialmente tras la masificación del acceso a las redes sociales, ese tipo de interpelación pendenciera al poder (por si no se ha notado, finalmente aclaro que no adscribo ningún significado negativo per se al adjetivo) se volvió tan común que su filo subversivo se diluyó entre miles de tuits y posts que no hacen sino emitir variaciones efímeras de los mismos insultos planos a políticos y funcionarios de gobierno. Solo los auténticos virtuosos de Twitter logran picar un buen pleito en la red para luego llevar la discusión de los 140 caracteres a otros espacios de discusión más profunda con efectos duraderos, pero estos casos son los menos, desafortunadamente.

En este contexto de pendencia devaluada y fugaz, pero omnipresente, aparece Marcos como un provocador abotagado, chorero y ciertamente sin timing. Cada reaparición le acarrea al Subcomandante cientos de airados reclamos por la ausencia de los zapatistas en las batallas decisivas contra las reformas del gobierno actual, evidencia de su falta de sincronización con los tiempos y ritmos de la República Democrático-Popular de Facebook y Twitter, donde dichas movilizaciones se fraguan y difunden. Si fuera un futbolista, Marcos sería como el defensa que llega tarde a la jugada y con su barrida a destiempo comete una zancadilla infantil de tarjeta amarilla o se queda sembrado ridículamente en el campo mientras el rival se enfila hacia la portería.

El problema no es menor, mezcladas con los ajustes de cuentas contra lopezobradoristas y antiguos aliados, recrudecidos desde diciembre de 2012, los comunicados del “Sup” abundan en referencias a una perspectiva alterna que la izquierda mexicana necesita desesperadamente. El neozapatismo es, y siempre ha sido, una visión libertaria que enfatiza, aún más que la construcción democrática de la oposición al poder -lo cual en sí ya es valioso-, el desmantelamiento de los pilares autoritarios desde los espacios locales, la democratización de las relaciones sociales fuera del aparato político, el reto de ver al otro como igual, no idéntico, sino equivalente.

Tiene razón Marcos cuando dice que muchas personas, entre ellas algunos de sus simpatizantes más vocales, se asustaron al percatarse de la magnitud del reto que se les planteaba desde la primera hora:

“…mucha gente, si no es que toda, que se acercó a lo que se conoce como neozapatismo, lo hizo buscando respuestas a preguntas hechas en las historias personales de cada quien, según su calendario y geografía… Cuando se dieron cuenta de que la respuesta era el monosílabo más problemático de la historia, voltearon hacia otro lado y hacia allá se echaron a andar. No importa cuánto digan y se digan que siguen estando acá: se fueron.  Unas personas más rápido que otras… ese peligroso monosílabo es ““.  Así, con minúsculas, porque esa respuesta era y es íntima a cada quien.  Y cada cual la toma con el terror respectivo.”

He ahí una convincente explicación del fracaso de la izquierda en los últimos 20 años: su reproducción de los patrones autoritarios que dice combatir, la ausencia de una mirada honesta hacia adentro, su falta de decisión para construir la autonomía en cada espacio que habita. Por eso la autonomía de las comunidades zapatistas merece toda la atención y el análisis que el Subcomandante le quiere atraer. Para ello, sin embargo, el “Sup” haría bien en quitar la paja pendenciera que adorna sus comunicados –y que ya tiene una mejor expresión en la twittósfera- y aplicarse la autocrítica que merecidamente nos prescribe a los demás. 

 

 

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Politólogo, egresado de la UNAM y de la New School for Social Research.


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