Dice el Lic. Andrés Manuel López Obrador (AMLO) que la clase política mexicana tiene como “verdadera ideología” a la hipocresía. Una ideología (para decirlo brevemente) es un sistema de ideas que contiene unos objetivos y la estrategia para alcanzarlos. La hipocresía, por su parte, consiste en la simulación de creencias o ideales, sentimientos o valores de los que se carece, con fines interesados.
Es curioso sostener que la hipocresía es una ideología. Supone que la hipocresía se hace con ideas, no con moralidad; que contiene convicciones en vez de intereses. Quizás lo que quiso decir el señor AMLO es que la clase política mexicana practica la simulación, es decir, que finge lo que no es y es mentirosa. Es fácil estar de acuerdo con eso, claro, tan fácil como decir que la hipocresía es un defecto no sólo de los mexicanos y no sólo de los políticos. Lo que ya no es tan fácil es proponer una ideología que anhele acabar con la hipocresía, es decir, que aspire a decretar una moralidad social ideal, libre de inmoralidades. Sobre todo una moralidad cuyo ingrediente hipócrita o simulador tiene tan honda raíz y acendrado arraigo en una cultura como la mexicana.
El pensamiento posrevolucionario se interesó mucho en el asunto y analizó el escamoteo utilitario de la verdad a que es proclive el mexicano, así como la simulación institucionalizada por la política: es la “decepción” (en el sentido de engaño) de que habló Jorge Cuesta; el fingimiento como disfraz del complejo de inferioridad, según Samuel Ramos; la gesticulación según Rodolfo Usigli; el enmascaramiento, según Paz.
En 1938, en El gesticulador, Usigli puso en boca de su personaje César Rubio esta sentencia tajante sobre México:
Donde quiera encuentras impostores, impersonadores, simuladores; asesinos disfrazados de héroes, burgueses disfrazados de líderes, ladrones disfrazados de sabios, caciques disfrazados de demócratas, charlatanes disfrazados de licenciados, demagogos disfrazados de hombres.
(Esta sinceridad no le impide al profesor Rubio simular ser un general revolucionario y acabar de precandidato a la presidencia.)
Y en 1943 Paz escribió “La mentira de México”, un comentario bastante severo:
La mentira inunda la vida mexicana. Ficción en nuestra política electoral; engaño en nuestra economía, que sólo produce billetes de banco; mentira en los sistemas educativos; farsa en el movimiento obrero (que todavía no ha logrado vivir sin la ayuda del Estado); mentira otra vez en la política agraria; mentira en las relaciones amorosas; mentira en el pensamiento y en el arte; mentira por todas partes y en todas las almas. Mienten nuestros reaccionarios tanto como nuestros revolucionarios; somos gesto y apariencia y nada, ni siquiera en el arte, se enfrenta a la verdad.
Pero hace cuatro siglos, en uno de sus “Sueños”, don Francisco de Quevedo escribió que “la calle mayor del mundo” es la Calle Hipocresía, donde “ninguno es lo que parece”. En esa calle
el verdugo se llama miembro de la justicia; la putería, casa; las putas, damas; amistad llaman al amancebamiento, trato a la usura, burla a la estafa, gracia a la mentira, donaire la malicia, valiente al desvergonzado y señor doctor al charlatán… De suerte que todo el hombre es mentira por cualquier parte que le examinéis, si no es que, ignorante como tú, crea las apariencias.
Hipocresía o simulación, es un problema moral demasiado viejo y vago para hacerlo exclusivo de un grupo, de una época y, desde luego, de una nacionalidad.
Volvamos al tema. No, la hipocresía no puede ser una ideología. Sí lo es es el tartufismo de proponerse la erradicación de la hipocresía (o de cualquier otro defecto moral) desde el poder político. La convicción de que se puede crear un “hombre nuevo” y bueno, libre de defectos, de que hasta la ética individual compete al Estado, ya ha figurado en algunas ideologías.
Los resultados, claro, fueron deplorables…
(Publicado previamente en El Universal)
Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.