Escribir cartas

Un módico ritual con el que me acostumbré a apaciguar la pérdida al mismo tiempo que a prolongar el duelo.
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En mi grupo de segundo de primaria había una silla vacía. Durante casi un año, no permitimos que nadie se sentará en ese lugar y solicitamos formalmente que no lo limpiaran. Estábamos convencidos de que la silla tenía los átomos de Alejandra. Alejandra falleció un sábado por la noche en un accidente en la carretera de Cuernavaca. En su ausencia hicimos de su silla una reliquia, a la que tal vez quien fue su propietario visitaba.

Ella, como muchas veces antes, había dejado de hablarme, sin embargo, esta vez ella no regresaría al salón de clases y no habría manera de contentarnos. Yo no sabía, entonces, si la gente que muere enojada con alguien se queda enojada para siempre, porque en vida no hubo oportunidad de hacer las paces, o si acaso la muerte anula los malentendidos pendientes entre los muertos y los vivos.

Me dediqué a escribir cartas para Alejandra. Le pedía perdón. Me dediqué a destinar la separación, en este caso irreparable, a la escritura. Dejaba los sobres cerrados sobre su silla por una semana, dándole tiempo a que leyera las cartas en una de sus visitas. Después las guardaba en mi mochila y más tarde en una caja de puros reciclada que forré y etiqueté con su nombre. Un módico ritual con el que me acostumbré a apaciguar la pérdida al mismo tiempo que a prolongar el duelo.

Al regresar de las vacaciones de verano encontramos las sillas pulidas. Buscamos en otros salones, pero no encontramos ninguna con rastros de las palabras marcadas con la letra de Alejandra. Nos preguntábamos si volvería a visitarnos aunque no tuviera una silla, su silla, aquel objeto de madera con el que invocamos su fantasma, mientras aprendimos a aceptar su ausencia. Nos fuimos resignando a no recibir respuestas. Yo me quedé, además, sin el perdón de Alejandra, y con un montón de hojas en blanco para seguir escribiendo cartas. Y creo que es por eso que, hasta la fecha, me aseguro de tener papel disponible en caso de futuras pérdidas. O, tal vez, me aseguro de tener futuras pérdidas para no dejar de escribir cartas.

 

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