Escritores malos y memorables

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obtenido reconocimiento póstumo en la ciudad escocesa de Dundee, que tiene previsto conmemorar el centenario de su muerte grabando uno de sus poemas en uno de los puentes sobre el río Tay.
     "Su poesía es tan mala que es memorable", ha dicho Niall Scott, director de City of Discovery Campaign, la organización responsable del homenaje de Dundee a McGonagall. "Nadie puede superarle como el peor poeta", ha dicho Mervyn Rolfe, miembro de la Sociedad de Agradecimiento a McGonagall, con sede en Dundee. "A él no le importaba cuántas palabras tuviera el verso, ni cuán largas fueran para obtener las rimas, y la métrica era espantosa", indicó.
     Que era malísimo como poeta era algo muy sabido por los contemporáneos de McGonagall, que hasta inventaron el poet-baiting, una forma de entretenimiento público en el que el poeta leía sus versos mientras la gente se mofaba con ganas, se moría de risa dándose de tanta carcajada y alegría golpetazos contra las paredes de los locales donde actuaba. McGonagall, que recitaba con falda escocesa y acompañado siempre de una gaita, fue víctima de muchas bromas y maldades, entre ellas una carta del "Rey Theebaw de Birmania" que le concedía el título de Caballero del Elefante Blanco, que él utilizó toda su vida. Tal vez el momento estelar de su carrera poética tuvo lugar cuando hizo a pie el largo trayecto que separa Dundee de la residencia de la reina Victoria en el castillo de Balmoral, en el norte de Escocia. Convencido de que al Caballero del Elefante Blanco la reina lo iba nombrar Caballero del Imperio Británico, se quedó helado cuando en las puertas de palacio no sólo le prohibieron tajantemente que diera un solo paso más sino que le dieron una patada en el culo, haciéndole rodar por la hierba. Enfadado y confundido, McGonagall viajó entonces a Estados Unidos, donde no pudo vender un solo poema. Uno de ellos, escrito en Wall Street, es muy célebre entre sus admiradores, muy famoso entre todos cuantos le han convertido en una figura de culto. Es ese que empieza así: "En Nueva York comí salchichas de pork …"
     En Nueva York tuvo que pedirle prestado a un oriundo de Dundee dinero para regresar a Escocia, donde ahora se acuerdan de él y de su pésimo talento literario y van a grabar en piedra algunos de sus horripilantes versos. "Se trata", ha dicho el alcalde de Dundee, "de rendir homenaje a un hombre que dedicó su vida al arte de la poesía horrible".
     Este año de 2002, McGonagall es a Dundee lo que Gaudí a Barcelona.
     "Es el reverso de Rimbaud, aunque su trayectoria fue la misma, pues como autor llevó al límite más extremo su poesía, hasta el punto de que llegó un día en el que ya no podía ir en ninguna otra dirección poética, en el caso de McGonagall ya no podía empeorar más", ha dicho muy orgullosa una sobrina-nieta de McGonagall.
     Reímos. Pensamos que es un caso extravagante y posiblemente único, creemos que sólo en Dundee son capaces de la excentricidad de encumbrar a un poeta malísimo que encima —porque ahí viene tal vez lo más sorprendente— no nació en Dundee, sino que era de Edimburgo, donde siguen sin apreciarlo ni quererlo. Pensamos que se trata de un caso más bien peculiar ese homenaje de Dundee al señor de la poesía de las salchichas de pork. Pero no es así. Si lo pensamos bien, veremos que, sin ir más lejos, en España, continuamente estamos grabando en piedra, dándoles premios nacionales o rindiéndoles grandes homenajes a escritores malísimos. En España es una práctica habitual ese continuo rendir culto y homenaje a ineptos, jaleados por la televisión, la crítica y la Academia. Pero estamos tan acostumbrados a ello que lo encontramos normal y ni siquiera nos reímos ni nos extraña. Aplaudir o buscar la firma de nuestros más pésimos escritores es una arraigada costumbre nacional. Y es que, como decía Oscar Wilde, nuestro público lector tiene una insaciable curiosidad por conocerlo todo, excepto aquello que verdaderamente merece la pena. ~

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