FIL 2009: Encantados

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Al cerrar la cortina de su edición 2009, cuando toca que los organizadores anuncien las cifras que cada año superan a las del anterior, la FIL declara haber quedado bastante satisfecha consigo misma. Hay, desde luego, algunas razones para ese contento: en un año particularmente adverso se incrementó (poquito, pero algo es algo) la cantidad de asistentes, sólo hubo 22 editoriales menos (fueron mil 925), nada más un agente literario dejó de venir, y así. Más allá de lo que suman los organizadores, fue evidente que los diferentes programas de actividades literarias, artísticas, profesionales y académicas se enriquecieron con la multiplicación de presencias notables, y también que el espacio de Expo Guadalajara se aprovechó mejor, lo que resultó en una feria más bien dispuesta, más transitable y, en suma, más grata para sus visitantes (hasta hubo un rincón con echaderos para tenderse y reposar un rato, cosa necesarísima, pues recorrer los pasillos del área de exposición puede ser agotador). El papel de Los Ángeles como invitado de honor fue más que decoroso, y sus números estelares, del encuentro con Ray Bradbury al concierto de Los Lobos, fueron bien disfrutados por el público, que en general debió quedar también contento.

La noche del viernes 4 de diciembre tuvo lugar la esperada venta nocturna. Con el acceso libre (por unas horas, la FIL dejó de ser la única librería en el mundo que cobra por entrar), se pudo ver una aglomeración más o menos exaltada que atestaba los stands, eligiendo los libros que otros días habían quedado intactos en los estantes. Pero, por lo visto, hay editores en México que creen que los libros son una mercancía equiparable a los jitomates, y que así han de venderse, encareciéndolos mientras más codiciados son: de ahí las necedades, esa noche, de expositores como la distribuidora Azteca (que reúne a varios de los sellos editoriales con los catálogos más suculentos, como Hiperión, Pre-Textos, Valdemar, Abada, etcétera), donde incomprensiblemente se rehusaron a bajar los precios —a bajarlos más allá del supuesto «precio de feria» que decían traer—, si bien hay que reconocer que otros vieron el gentío y pusieron descuentos muy estimables (de 50 por ciento en todas las existencias de la UNAM, hasta del 40 en buena parte del surtido de Tusquets, del 35 en los títulos agrupados en el gigantesco espacio de Colofón). La experiencia, elementalísima, tendría que ser aleccionadora: la gente sí compra libros cuando sus precios no son escandalosos. Asombrosamente.

Los últimos días de la FIL, cada año, el programa de actividades va notándose progresivamente desguanzado. Se reservan, para entonces, las actuaciones de una o dos figuras más o menos espectaculares y, salvo algunas excepciones, los salones de presentaciones de libros acogen los títulos que sólo pueden atraer a los familiares del autor y a los paseantes despistados que se meten a lo que sea. De Mario Vargas Llosa, cuyo libro La libertad y la vida se tradujo en la llegada de la exposición correspondiente al Hospicio Cabañas, a la tradicional comparecencia de «Ponchito» en la feria, pasando por Paty Chapoy, Elena Poniatowska, Catón y demás, los actos finales (más prescindibles conforme pasaban las horas) enmarcaron los dos homenajes de cierre: el que se rindió al monero Palomo y el que se hizo a Roger Bartra como periodista cultural. Este último se sinceró: “Me sorprendió porque mi trabajo principal, en el periodismo cultural y principalmente como director de La Jornada Semanal, fue hace casi 30 años”. Pero eso tiene este reconocimiento, que sólo parece sorprender a quienes lo reciben y que, desde el primer homenajeado, Fernando Benítez (el nombre que se le quedó, además), tiene el sabor de lo consabido y lo predecible. Ah: también se celebró una recordación de Mario Benedetti, con la lectura de sus poemas a cargo de 30 jóvenes: o bien no alcanzó para invitados especiales, o bien bastó (y claro que bastó) con un ratito de efusiones para no incurrir en omisión.

La FIL oficializó el domingo la presencia de la comunidad autónoma de Castilla y León como el siguiente invitado de honor, y comenzaron a cantarse las linduras de lo que será la edición 2010. Las actividades literarias girarán, dicen, en torno a la presencia de los ganadores del Premio Cervantes nacidos allá. Y bueno: sin innovaciones significativas a la vista, sin plantearse retos que vayan más lejos de su supervivencia, con el mismo sereno ánimo con que comenzó y transcurrió esta vez, confiada en que Carlos Fuentes o Yordi Rosado sabrán llenarla siempre, es seguro que la FIL llegará al siguiente otoño encantada consigo misma.

José Israel Carranza

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