“¿Qué es la frontera? ¿Una entelequia geográfica que alguien diseñó para espantar las pesadillas recorridas por un enemigo invisible? ¿Cómo discernir una frontera en pleno desierto, cómo saber dónde termina el reino y empieza la tierra baldía si ese reino no es más que un enorme baldío? ¿Cómo parcelar la desolación que me embriaga ahora que la estudio desde lo alto de la torre?”
Mauricio Montiel, La penumbra inconveniente
Recuerdo muy bien la primera vez que sentí la frontera. Desde pequeña ya había cruzado varias veces de Tijuana a San Diego en auto o en taxi pero lo único que notaba era lo limpio y verde que era el lado gringo y su olor como a plástico nuevo, y lo seco, sucio y maloliente que se volvía el nuestro ante tal comparación. También recuerdo la inquietud de los adultos cuando nos bajábamos del auto para cruzar a pie pasando por la oficina de migración. Era muy chica para entender pero lo único que se me quedó grabado era que al cruzar siempre había algo que temer, aunque no sabía qué. Pero todo era desde la perspectiva de una niña chilanga que gozaba del privilegio de ir de vacaciones a Estados Unidos.
A los veinte años por primera vez llegué a Tijuana sola para tomar un curso en la Universidad de San Diego. En esas semanas crucé “la línea” varias veces con amigos tijuanenses y me asomé por primera vez a la cultura de la frontera mexicana, comí mis primeros burritos de langosta, y me maravilló ese mundo de dos lados. Ese México donde se mezclan sin trabarse dos idiomas, pesos o dólares dan igual, y lo mismo da ser de aquí, ser de allá o de ningún lado. Me dio vergüenza darme cuenta de que hasta ese momento realmente no sabía lo que era mi país, este país marcado por la frontera.
Como parte del curso, Wayne Cornelius, académico experto en migración, nos llevó a una visita con la Patrulla Fronteriza en Calexico. Nos dieron una presentación impecable sobre su trabajo en el sector, sus objetivos, sus logros, su trato humano a los migrantes detenidos… Todo empezó a volverse más real y más crudo cuando entramos al cuarto de operaciones en donde tenían las cámaras para monitorear la gran reja que separa a los dos países. Con mucho orgullo identificaban sujetos, sombras o la temperatura de un cuerpo que probablemente cruzaría la frontera esa noche. Salimos a dar unas vueltas en las camionetas con los agentes de la Patrulla. No recuerdo sus nombres exactamente pero sí sé que eran una combinación de Smith y Rodriguez (sin acento) y que me sorprendió que alguien con ese apellido se dedicara a detener en la frontera a otros del mismo nombre. Paramos junto al Río Nuevo, que más bien podría describirse como un drenaje, lleno de espuma, con un olor que no se aguanta más de unos minutos. Por ahí, nos explicaron, cruzan personas en balsas o nadando. Los agentes ni siquiera tocan el agua ni a los migrantes que sacan de ahí a riesgo de infección. Mientras observábamos con la nariz tapada, llegó una balsa con gente. Tanto los agentes como los migrantes estaban tranquilos, ambos sabiendo perfectamente lo que seguía, como una obra ensayada ya demasiadas veces.
Sudando en esa noche de verano, junto a las luces de las patrullas, escuchando los radios de los agentes que identificaban zonas de actividad y reportaban detenidos, a través de las varias rejas y cercas que separan un lado del otro, se alcanzaban a ver sombras esperando en Mexicali el momento para cruzar esa distancia infinita. ¿Qué hacía yo viéndolo desde el lado americano…qué siente, qué puede hacer un mexicano viendo eso desde la otra orilla?
Regresamos a las oficinas de la Patrulla y para ese entonces ya había unos 10 o 15 detenidos. Los tenían a todos juntos en varias celdas, comiendo emparedados en bolsas de plástico y jugos de cajita. Un hombre que acababa de llegar al centro de detención se había cortado la mano con el alambre de púas. Entre la confusión de idiomas y la actividad de la oficina, el profesor Cornelius pidió una caja de primeros auxilios y le curó la mano. Mientras tanto, platicaban, y el hombre contó que era de Guerrero, que era la primera vez que cruzaba. Le temblaba todo el cuerpo. Noté que tenía los pantalones mojados. Parecía que se había orinado y se me enchinó la piel de pensar en la combinación de miedo, pena y frustración que sentiría. Pero lo que más me impresionó fue que cuando le preguntamos qué iba a hacer cuando lo regresaran a Tijuana, dijo, “pues volver a cruzar”. ¿Cuándo? “Hoy mismo”. Así que a pesar de todo este sufrimiento, la convicción de que era posible llegar a Estados Unidos sin importar cuántos intentos y que era mejor opción que regresar a su casa estaba firme.
Ya nunca fui la misma. Desde ese momento me dediqué por completo a estudiar los porqués de la migración mexicana a Estados Unidos y las posibles soluciones para proteger y promover los derechos de los migrantes y evitar que ese cruce sea la única alternativa para tanta gente. Obviamente esta historia es una de millones y muchos otros han vivido o visto cosas peores en esta frontera y en el camino detrás y después de ella. Pero la cuento porque me he dado cuenta que toda la gente que he tenido la oportunidad de conocer en estos años, migrantes, académicos, activistas, funcionarios de gobierno, líderes comunitarios, las familias “que se quedan”, llevan la marca de la frontera. Y no necesariamente esta idea de una línea o un muro que divide, sino de lo que representa la experiencia de cruzar, sea de la forma que sea, de vivir dividido entre dos lados, y de trabajar con personas que son vulnerables dentro de su propio país, en el trayecto hacia otro destino, y en el lugar al que han llegado.
En comparación con hace once años, cuando emprendí ese viaje, en México hoy hay más información y más atención a este tema, desgraciadamente porque la situación se ha vuelto cada vez más hostil. Pero queda mucho que decir, muchas historias que contar, mucha gente a la que ayudar. Me imagino este blog como un espacio en donde podamos tener un diálogo que incluya voces de los dos lados. Un espacio para reflexionar, informar, crear conciencia, hacer propuestas y compartir experiencias, sin olvidar que detrás de cada dato que citamos y de cada autor que lo escribe, hay una historia, una vida cruzada por la línea.
es profesora de estudios globales en The New School en Nueva York. Su trabajo se enfoca en las políticas migratorias de México y Estados Unidos.