Guardia del baño de mujeres en Waterloo

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Tengo un cajón lleno de céntimos y francos.

No debería aceptarlos pero lo hago.

Al menos las francesas sí te pagan,

no te sonríen y se quedan ahí paradas

diciendo me estoy meando y sin un duro,

o saltándose la barra de metal

para correr a refugiarse en un cubículo.

¡Como si fuera a levantarme a detenerlas!

 

Lo que sucede a veces a mi espalda

–drogas y sexo y un asesinato.

La vigilancia del garito no es mi área:

es la de Ángela cuando está aquí,

aunque está casi siempre haciendo rondas,

pero me gusta cuando platicamos,

su cotilleo, quién se está tirando a quién

en el cuartito de la plataforma 12.

 

A veces Ángela me llama y muestra

lo que las chicas se han dejado: bragas,

vómito, condones (¡no dejo entrar a hombres!)

y alguna foto de Brad Pitt llena de lipstick.

Hubo una vez que estaba escrito “Steve”

con sangre al otro lado de la puerta,

pero lo peor, lo inolvidable: un bebé muerto

sentado en una esquina, usando un lazo.

Me gustaría abandonar a veces.

El Eurostar está al cruzar la esquina.

Podría irme a París y no volver,

perderme en las callejas de Montmartre,

llevar vida de artista, ¿pero quién

haría la guardia de este baño de mujeres,

con todo el tacto y dejar ser que se requieren?

La habilidad no está en cobrar, sino en el resto. ~

 

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