Guerras civiles universitarias

Siguen los conflictos en la UACM, y un vistazo a la historia muestra que no son nada nuevo. 
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Un año de tiranteces en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM) se gradúa –vaya, por fin algo se gradúa— a un conflicto mayor: como si no lo fuera el desperdicio de recursos y el abatimiento de las espectativas de muchos estudiantes serios. Ya inició la toma de planteles, ya se exige la ritual defenestración de la rectoría, ya se inmiscuyen advenedizos de toda índole, ya hay indicios de violencia.

Algo, definitivamente, no funcionó en el diseño que AMLO, su fundador, le asestó a la UACM. No funciona que el ingreso lo decida el azar, un azar probadamente inepto: el 52% de los alumnos que eligió tienen menos de 2.5 puntos y sólo el 15% está por encima de 5 (sobre 10) en el Coeficiente de Desempeño Académico de la institución.

Tampoco funciona el autogobierno, esa vieja “idea” que recicló el Partido Comunista Mexicano (PCM) en 1960 y, después, en su “Declaración de Principios” de 1980, que urgía “lograr la democratización de la dirección de los centros de estudios superiores y del contenido de la enseñanza”. ¿Para mejorarla? No: para contar con “centros de acción política” en la lucha contra el Estado, como dice ese texto con sinceridad encomiable. 

Desde luego, la idea del autogobierno en una linda “universidad-pueblo” era ya extemporánea: desde 1963 propusieron esa democratización la Central Nacional de Estudiantes Democráticos (del PCM); la lucha por la “reforma” de 1966 (PCM-PRI); el primer Consejo Estudiantil Universitario (CEU) de 1966 que exigía la abolición de la Junta de Gobierno de la UNAM; la “democratización” de la Facultad de Economía en 1974 a manos de “Los Vándalos” (para quienes hasta el PCM era reaccionario); la “Asamblea General de Ciencias” de 1975; el nuevo CEU de 1987 (ahora “histórico”) y así hasta el Consejo General de Huelga que cerró la UNAM diez meses en 2000.

Todavía en 1999 el perpetuo legislador Pablo Gómez –protagonista activo de todas esas historias– sostenía que democratizar la toma de decisiones en las universidades era una manera de impedir los “conflictos internos”.

Pues la UACM de AMLO escuchó esa prédica cándida: de los 61 miembros de su Consejo Universitario 25 son estudiantes, 6 trabajadores y 30 académicos. Muchos no vieron que en 10 años se recibieron sólo 47 de 12 mil alumnos. La rectora entrante sí lo vio y lo dijo, tan eficientista y reaccionaria. 

Y la manera de crearle el conflicto ha sido, precisamente,  utilizando en su contra el proceso para elegir a quienes impedirían el conflicto. La teoría de que “democratizar” el gobierno de la universidad impediría “conflictos internos” sirvió para que el grupo que desea poner a su propio rector –aliado a diversos políticos y hasta a un periódico reconocido por su objetividad–  convirtiera a la UACM en un conflicto interno y externo. 

Es rara la idea de que un estudiante de primer ingreso o un trabajador tiene tanta capacidad para gobernar su universidad como un académico. José Gaos –que escribió mucho sobre el tema, pues lo padeció junto al rector Chávez– ya desmontó la “extravasación” conceptual para la que un Estado democrático, por serlo, debe democratizar universidades.  En un arrebato de incómoda ironía se pregunta: “¿Y por qué no el ejército? ¿Por qué no se organiza de tal suerte que los soldados no sólo elijan a sus jefes sino que decidan por votación igualitaria y mayoritaria las operaciones militares?”

Gaos es el primero que se ofende y se ríe de su propia pregunta. La sonrisa se le borra pronto al recordar cómo, durante la guerra civil, cuando la República Española creó las milicias, hubo quienes en efecto insistieron en someter la estrategia militar al voto. Y cómo, en consecuencia, se consiguió un “reiterado desastre”. Y cómo esto “levantó el clamor de que mandasen los jefes, y ellos solos, de arriba a abajo autocráticamente”… (La filosofía en la universidad, UNAM, 2000, p. 453 y ss.)

La comparación, reconoce Gaos, es abrupta. Tan abrupta como los tiempos que vivimos y en los que la educación mexicana reclama, como nunca, sensatez. Es esta una guerra civil educativa que no podemos perder. Una sensatez sobre la que obliga a pensar la postura de algunos ultras del movimiento 132 que, nuevamente, hablan de “democratizar” universidades. Una sensatez que lo que sucede en la UACM hace imperativa una vez más y, quizá, una vez más en vano…

             

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Otros comentarios que he publicado sobre la UACM pueden leerse aquí:

"El costo de la conciencia"

"Un rector en apuros

"Educacuitas

"Brutal represión en la UACM

"La UACM y su dignidad

"Una universidad que sirve, pero no sirve

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Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.


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