Hace algunas semanas, por primera vez en el milenio, concluyó la ostensión de la llamada Sábana Santa de Turín, a la cual, según cifras oficiales, acudieron casi un millón 400 mil fieles. Nada de nuevo tiene mencionar que, desde su entrada en escena, entre los siglos XIV y XVI, este textil ha sido objeto de feroces controversias, pues, mientras que para todos los creyentes se trata del “lienzo con que José de Arimatea cubrió el cuerpo de Cristo cuando lo bajó de la cruz”, según la definición canónica del propio Diccionario de la Real Academia, es decir, la “reliquia de todas las reliquias”, los espíritus críticos, por su parte, no han dejado de ver en ella sino el fruto de un fraude, si bien uno de exquisita perfección. Lo novedoso es que, hoy por hoy, después de una fase de fervoroso escepticismo, también dentro de la comunidad científica parece imperar finalmente un unánime acuerdo, en ocasiones veladamente vergonzante, acerca de su autenticidad.
Permítaseme reconstruir la cronología de ese inusitado viraje antes de ocuparme de sus aún más inauditas consecuencias.
1. En 1988 aparece en Nature el resultado del primer análisis por radiocarbono 14 del Sudario, realizado independientemente por los laboratorios de las Universidades de Oxford y Arizona, y el Instituto Federal de Tecnología de Suiza, los cuales la datan entre los siglos XIII y XIV. Con ello, por primera vez queda científicamente comprobada su naturaleza fraudulenta.
2. Una década después, un equipo encabezado por el doctor Leoncio Garza-Valdés logra demostrar que tales resultados habían sido corrompidos por la presencia de un material bioplástico de origen microbiano en la tela analizada y corrige la datación a principios de nuestra era.
3. Cuando, en 1998, se descubren rastros de sangre en la reliquia, el Vaticano encomienda al mismo Garza-Valdés la realización del primer estudio genético del ADN conservado en ella, al cabo del cual el científico, fundador de la arqueomicrobiología, concluye que, dada su antigüedad, así como las características raciales del sujeto en ella embalsamado y la forma en que murió, sus estudios “demostraron que la sábana es, efectivamente, el lienzo mortuorio de Jesús de Nazaret”.
4. En 2004, Raymonond N. Rogers, uno de los especialistas en la materia más reconocidos, demuestra que el análisis de 1988 no fue hecho sobre una muestra del lienzo original sino en un parche recosido, añadido con posterioridad, mientras que la tela genuina tiene entre 1300 y 3000 años de antigüedad.
5. Más tarde, en 2008, Robert Villarreal y M. Sue Benford y Joseph G. Marino confirman de manera independiente esos resultados, con lo cual la datación de Garza-Valdés queda definitivamente corroborada.
6. Finalmente, en 2009, Luigi Garlaschelli, el afamado desenmascarador de fenómenos misteriosos, cubre el cuerpo de un voluntario con una mezcla especial de ácidos y pigmentos y, tras envolverlo en un lienzo, logra reproducir una imagen similar a la del Sudario de Jesús. De esa forma queda excluida la intervención de todo poder sobrenatural en la plasmación de la figura de Cristo sobre la Síndone.
(Toda esta información puede ser corroborada en Wikipedia, y que no sorprenda al lector encontrarla con estas mismas o similares palabras, pues yo mismo me encargué de ponerla ahí).
Hoy día, entonces, conocemos el cuándo, conocemos el dónde, conocemos también el quién y, asimismo, el cómo, summa summarum: Sabemos que la Síndone es el sudario auténtico de Jesús –o, por lo menos, el de un hombre que vivió en la Judea de los primeros años del siglo I, uno que sufrió las mismas torturas descritas en los atroces Evangelios, uno que murió de asfixia (muy probablemente en la cruz), y uno que, acaso, se llamaba Jesús.
Las consecuencias son vertiginosas, especialmente en lo referente a la reconciliación entre la ciencia y la fe. Permítaseme extraer algunos corolarios, en particular los concernientes al ADN de Jesús.
Ya desde su descubrimiento, hace poco más de una década (cf. 3), aun antes de contar con las pruebas contundentes que habrían de seguir (cf. 4, 5 y 6), de inmediato se formó un movimiento que, actuando con lógica inquebrantable, pugnaba por llevar ese descubrimiento hasta sus últimas consecuencias. Se trataba del grupo anónimo llamado The Second Coming Project, hoy oficialmente extinto, el cual irreprochablemente razonaba: “Se extraerá el ADN de Cristo y se insertará en un óvulo humano no fertilizado […] el óvulo ya fertilizado, ahora el cigoto de Cristo, será colocado en la matriz de una joven mujer virgen, quien se ofrecerá voluntariamente. Esto será un segundo nacimiento virginal”[1]. Con prurito ejemplar parecían argumentar: si ya habéis clonado la oveja, ¡clonad ahora al Cordero!
El mismo Garza-Valdés, confrontado con tal demanda, se vio orillado a declarar: “Ese descabellado intento, por desgracia, tampoco puede impedirse” (loc. cit.).
Como he dicho, todo esto resulta de un rigor formal a prueba de balas, excepto por una cosa. Y es que, si queremos ser consecuentes, no corresponde a ningún oscuro grupo de fanáticos ni a ninguna hermandad clandestina el llevar a cabo tal empresa sino, por inercia epistemológica, al representante acreditado de Dios entre nosotros, el Vaticano mismo.
“Nos llevó bastante comprender —deberá declarar tarde o temprano— que si Dios ha permitido un desarrollo tal de la ciencia, eso sólo puede deberse a que Él, desde el principio de los tiempos, tenía previsto que el retorno del Mesías fuese mediante la clonación del ADN del Verbo encarnado, conservado de forma milagrosa en las Prendas Santas”. Y, en aras de respetar los requerimientos más básicos del método científico, lo cual seguramente también sería Su voluntad, para ese experimento, sin duda el experimento de todos los experimentos, deberán exigir al responsable del proyecto “diseñar un dispositivo de condiciones controladas tal que le permita a Jesucristo reencarnado crecer y desarrollarse sin ningún tipo de influencia o adoctrinamiento. Pues es nuestro más sagrado interés que la inspiración divina brote de manera natural, tal y como ocurrió durante Su Primera Venida”.
Todo esto es tan evidente por sí mismo, tan banalmente elemental, que quizás tenga razón Garza-Valdés cuando afirma: “Lo más probable es que ya lo hayan clonado” (loc. cit.).
– Salomón Derreza
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[1] Citado del documento original publicado en su sitio web (clonejesus.com), hoy desaparecido. El texto proviene de una copia conservada en un foro.
Escritor mexicano. Es traductor y docente universitario en Alemania. Acaba de publicar “Los fragmentos infinitos”, su primera novela.