La mayor parte de las conversaciones que he mantenido con israelíes sobre la guerra en Gaza se han reducido a esto:
Yo: Israel se está pegando un tiro en el pie.
Israelí: ¡Pero tenemos derecho a disparar!
Gente rara, los israelíes. Estoy convencido de que el intenso asalto a Gaza que, a la fecha de escribir estas palabras, ha matado a más de mil palestinos y herido a más de cuatro mil, de los cuales más de la mitad son civiles y la tercera parte son menores de edad (según cifras del Ministerio de Salud palestino), está haciendo daño a Israel en el largo plazo, aunque consiga el objetivo a corto plazo de reducir el fuego de misiles de Hamás. Hamás no será eliminada. Probablemente podrá rearmarse con el tiempo, aunque esté constreñida temporalmente. La guerra ha aumentado el número de palestinos dispuestos a hacerse volar a sí mismos con tal de matar a israelíes. Y ha desatado una gran ola de sentimientos contra Israel en todo el mundo. Si uno revisa blogs y comentarios sobre artículos periodísticos, está claro que incluso muchos judíos en el extranjero se sienten muy incómodos con lo que está haciendo el Estado judío.
Pero cuando le dices a un israelí que crees que el país está dañando sus propios intereses, él cree que quieres decir que debería tumbarse y no hacer nada. Cuando dices que Israel debería defenderse de un modo inteligente, él da por hecho que estás cuestionando por completo su derecho a defenderse. Cualquier crítica, aunque sea constructiva, es percibida como un ataque, un intento de socavar la legitimidad del país.
Ha sido extraordinario observar la solidaridad nacional alrededor de la Operación Plomo Fundido. Después de casi tres semanas, el apoyo a la guerra en Israel, según las encuestas, es de más del noventa por ciento. ¿De qué debe estar hecha esa gente para encogerse de hombros cuando todo el mundo está blandiendo el puño y llamándoles asesinos?
Parte de la respuesta, por supuesto, es que las naciones siempre muestran solidaridad en tiempos de guerra. La prensa se vuelve patriótica, las bajas enemigas son ignoradas y la principal preocupación es el bienestar de los hijos mandados al frente. Para muchos israelíes del centro y de la derecha cualquier atención al sufrimiento palestino está totalmente fuera de lugar. Un correo que circula actualmente se burla de las ocasionales entrevistas telefónicas que la televisión israelí mantiene con palestinos de Gaza:
“Ibrahim, ¿cómo estás ahí, a oscuras, con las bombas? ¿Qué haces cuando hay bombardeos? ¿Tienes refugio? ¿Tienes comida?” Si no fuera real sería divertido.
Nos fuimos de Gaza, pusimos una valla fronteriza entre nosotros y ellos, estamos en guerra con ellos, con la gente sentada al otro lado de esa valla. ¿Quizás alguien debería poner punto final a esas estúpidas entrevistas? ¿Por qué seguimos humanizándolos? No entiendo esos constantes intentos de mostrar el otro lado de la historia.
Fue igual durante las dos primeras semanas de la segunda guerra del Líbano en 2006, hasta que quedó gradualmente claro que el ejército estaba empantanado en una lucha que no podía ganar. Esta vez el Estado se ha asegurado de evitar esos errores: se pasó dos años haciendo cuidadosos planes de batalla, volvió a entrenar al ejército, se quedó con los teléfonos móviles de los soldados para que no puedan contar terribles historias desde el frente.
Y la televisión israelí apenas muestra alguna de las imágenes de carnicería que han inflamado las emociones en todo el mundo. Cuando muestra imágenes de Gaza, son normalmente tomas a larga distancia de humo alzándose de alguna parte de la ciudad de Gaza, o de edificios destruidos después de un bombardeo, cuando la sangre y los cadáveres ya han sido retirados. En consecuencia los israelíes viven en una especie de burbuja. Ni son plenamente conscientes de lo que está sucediendo en Gaza ni quieren serlo. Y albergan pocas dudas sobre la justicia de la guerra o su efectividad.
Por supuesto que hay algunos disidentes, la mayoría en las alas progresistas de la prensa israelí. La mayoría de ellos cree que una firme respuesta a Hamás, después de años de recibir fuego de cohetes, está justificada. Pero cada vez parecen más preocupados por la espiral de muertes palestinas, la mayor cantidad en un solo enfrentamiento desde que Israel ocupó Cisjordania y Gaza, y el efecto que eso tendrá en la opinión mundial o en los propios palestinos. Algunos cuestionan su eficacia para prevenir futuras guerras. Unos pocos –muy, muy pocos– creen incluso que está moralmente mal.
Pero para la mayoría de la ciudadanía los que albergan dudas son iefei nefesh, “gente con el alma bella”, progresistas angustiados. Hamás, dice la mayoría, es responsable de las muertes civiles, ya que sus militantes se esconden en las zonas más densamente pobladas, utilizando a la gente como escudos humanos.
“Sí, seguro, es terrible la cantidad de gente que está muriendo allí”, me dijo un taxista el otro día, “pero ¿qué podemos hacer? ¿Cuánto tiempo podemos seguir recibiendo misiles?” “¿Pero cree que esta guerra traerá calma a Israel?”, pregunté. “¿Quién lo sabe? Pero tenemos que defendernos.”
Esa es la clave. Aunque algunos israelíes ven que la guerra podría ser contraproducente a largo plazo, esto no les importa especialmente. Lo importante es que Israel ha mostrado sus músculos, se ha enfrentado al enemigo, no se ha comportado dócilmente como lo hacían los judíos en el Holocausto. La razón por la que Israel fue creado era para que el pueblo judío nunca volviera a ser tan débil.
Eso hace que la sombra del pasado ciegue a la gente para los riesgos del futuro.
Por cierto, la actitud de los palestinos es igual de ciega, si no peor. Muchas de las conversaciones que he mantenido con palestinos durante los últimos cuatro años cubriendo el conflicto se han reducido a esto:
Yo: ¿Qué bien les han traído todos esos cohetes y hombres bomba?
Palestino: ¡Pero tenemos derecho a la resistencia!
Ojalá las dos partes comprendieran lo similares que son. ~
Traducción de Ramón González Férriz