Fotografía: © NASA.

La aventura de la exploración del cosmos

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Desde los albores de la humanidad, hemos dirigido la mirada al cielo con asombro, maravilla, reverencia y, muchas veces, miedo. Y a los astros que lo pueblan les hemos atribuido toda clase de intenciones. Pero, a medida que los instrumentos del conocimiento, la ciencia y la tecnología se han perfeccionado, el cielo se ha ido despojando de la carga supersticiosa que le lastraba, aunque sigue siendo capaz de asombrarnos y hacernos soñar.

La comprensión del cosmos es cada vez más afinada: vuelve concretos temores justificados a la vez que se convierte –vistos los peligros que nos acechan y el conocimiento del irremediable final del Sol– en la única esperanza de nuestra especie (y, quizá, hasta de la vida) a largo plazo.

El cielo es nuestro destino, por eso ha sido y es tan importante la exploración de la Luna y de los planetas más próximos. El envío de dos naves idénticas, Voyager 1 y Voyager 2, a recorrer los sistemas planetarios de Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno, más allá del cinturón de asteroides, marcó un hito inolvidable en los ochenta, y durante estos años nos hemos familiarizado con imágenes fascinantes de los planetas del sistema solar, de sus lunas y de sus anillos. Curiosity, nave de exploración de superficie, está ahora en camino a Marte y Roscosmos, la agencia espacial rusa, asegura que pronto habrá una estación estable en la Luna, donde los humanos podrán ir de vacaciones dentro de veinte años.

Pero ¿qué ocurre más allá? ¿Qué hay alrededor de las otras estrellas? La búsqueda de otros planetas esconde la búsqueda de la vida, de la posibilidad de que no seamos una única chispa de intención en el universo. Y también de encontrar un lugar que pueda acogernos si hubiera que abandonar el solar donde, quizá, se originó. Esto ha impulsado a las mentes indagadoras de la humanidad. A finales del siglo XVI, Giordano Bruno fue el primero en sugerir que las estrellas que vemos podrían ser como el Sol y estar orbitadas por lunas como la de la Tierra. Como sabemos, ese atrevimiento le costó la vida. Cien años más tarde, en un lugar más seguro, Christiaan Huygens encaró tenazmente la búsqueda de esos planetas extrasolares o exoplanetas. Lamentablemente, en su época era una tarea imposible: la luz de una estrella era demasiado poderosa como para que, con los precarios medios a su alcance, pudiera atisbar un planeta en su proximidad.

Estas investigaciones continuaron hasta el siglo XX y dieron lugar a todo tipo de conjeturas, como la de los dos planetas jovianos que acompañan supuestamente a la estrella de Barnard (nunca ha sido confirmada), o al descubrimiento de un planeta orbitando alrededor del pulsar PSR 1257. Pero aquello que deseábamos, la posibilidad de encontrar un planeta que girase alrededor de una estrella como el Sol, no llegó hasta 1995. Las fantásticas noticias vinieron de la Universidad de Ginebra, donde un profesor suizo, Michel G. E. Mayor, y su estudiante de doctorado, Didier Queloz, descubrieron inesperadamente que la estrella 51 (51 Pegasi b) de la constelación de Pegaso mostraba alteraciones que solo se podían explicar por la presencia de un planeta masivo que afectaba al juego gravitatorio.

Ambos astrónomos tienen una larga experiencia. Michel G. E. Mayor es físico y obtuvo su doctorado en astronomía en el Observatorio de Ginebra en 1971. Trabajó en el Observatorio de Cambridge, el Observatorio Europeo Austral (ESO), en Chile y en Hawái. Es autor y/o ha participado en más de trecientas publicaciones científicas y ha recibido diversos galardones, entre ellos el Marcel Benoist, el Balzan, la medalla Albert Einstein y el premio Shaw de Astronomía. Didier Queloz, por su parte, es un astrónomo ginebrino de 46 años con un prolífico historial en la búsqueda de exoplanetas.

Por el descubrimiento de ese primer exoplaneta y por el desarrollo pionero de nuevos instrumentos y técnicas –como el High Accuracy Radial Velocity Planet Searcher (harps)–, ambos científicos han sido galardonados en España en la cuarta edición del Premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento en la categoría de ciencias básicas, cuyo jurado presidió Theodor Hänsch, premio Nobel de Física en 2005. David Spergel, titular de la cátedra Charles Young de Astronomía en la Universidad de Princeton, dijo sobre estos astrónomos que “su trabajo ha creado un nuevo campo en la astronomía y ha ampliado la visión de la humanidad”. Athena Coustenis, investigadora en el Laboratorio Espacial Lesia, ha destacado que “nos han permitido dar pasos de gigante para comprender mejor el origen y la evolución de los sistemas planetarios”.

Desde aquel descubrimiento excepcional, los galardonados se han dedicado a explorar, descubrir y estudiar más de setecientos planetas extrasolares. Incluso varias súper Tierras, planetas que son un poco más voluminosos que el nuestro.

Sin embargo, el Santo Grial de la exploración actual de exoplanetas es encontrar, precisamente, ese planeta de características parecidas a las de la Tierra, rocoso y a una distancia que le permita tener agua líquida en la superficie. Los más recientes descubrimientos –como el de uno de los planetas del sistema Gliese 581, descubierto en 2007, del doble de tamaño de la Tierra– han sido posibles gracias al harps, verdadero cazador de planetas de masa pequeña. “Es sorprendente lo lejos que hemos ido desde que descubrimos el primer exoplaneta alrededor de una estrella ‘normal’ en 1995”, dice Mayor. “La masa de Gliese 581 e es ochenta veces más pequeña que la de 51 Pegasi b. Un tremendo progreso en solo catorce años.”

Según han advertido los dos astrónomos, aún no ha aparecido el “gemelo” de la Tierra, aunque, señalaron, habrá que estar “abiertos a todo”, porque de aquí a diez años se esperan grandes sorpresas en astrofísica. Actualmente se han realizado las primeras mediciones de algunas de las atmósferas de los exoplanetas descubiertos. Recientemente, los dos astrofísicos han manifestado que aún no hay respuesta sobre la posibilidad de existencia de vida en estos planetas, pues consideran que el principal reto ahora es tratar de entender la física de su formación.

La ciencia relacionada con los exoplanetas se encuentra en un momento muy maduro. Al hilo de las investigaciones de Mayor y Queloz, se están desarrollando nuevos instrumentos de observación astronómica que permitirán avanzar significativamente en este campo. Según Xavier Barcons, del Instituto de Física de Cantabria y presidente del Consejo de Organización Europea para la Investigación Astronómica en el Hemisferio Austral, los primeros exoplanetas potencialmente habitables se descubrirán, probablemente, en la próxima década. A principios de febrero de este año, The Astrophysical Journal Letters anunció que un equipo internacional de astrónomos, dirigidos por el español Guillem Anglada-Escudé, ha descubierto otro planeta –del tipo súper Tierra– a veintidós años luz que alberga las mayores probabilidades hasta ahora de tener agua y vida.

Este sería el hallazgo, y en parte constituye la motivación de tantos astrónomos profesionales y aficionados a explorar el cosmos. “Lo que realmente queremos, el auténtico desafío, es entender si la vida es un fenómeno común en el universo”, dijeron Mayor y Queloz. Esto lo sabremos porque la vida deja su impronta en la atmósfera de los planetas. Un sello inconfundible. La señal de que no vamos a estar solos. Sería importante que las agencias espaciales considerasen este objetivo como una prioridad. ~

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(Barcelona, 1955) es antropóloga y escritora. Su libro más reciente es Citileaks (Sepha, 2012). Es editora de la web www.terceracultura.net.


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