La cómoda inconsciencia

No queremos ser llamados buenos reporteros, queremos anécdotas periodísticas que nos vuelvan admirables, dramas que conmuevan e hipnoticen a millones. 
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Secuestrado por hombres a las órdenes del jefe de Los Zetas en Saltillo, el subdirector del diario Vanguardia de esa ciudad salvó la vida en marzo de 2011. Tomado como rehén, su liberación fue negociada con el director editorial del periódico, Ricardo Mendoza, quien recuerda que la decisión, como equipo, fue no hacer público el incidente para evitar que alguien aprovechase el momento de confusión para atacar las oficinas o a algún miembro del personal.

Durante aquella primavera ocurrieron demasiadas cosas: no solo se fortaleció la versión de que Heriberto Lazcano Lazcano, líder del mismo grupo criminal, tenía su residencia en Coahuila, sino que decenas de personas, habitantes de 36 casas y 12 ranchos del municipio de Allende, fueron secuestrados y asesinados como parte de una venganza por una deuda de droga.

La noche del 29 de mayo, un poco después de las once, se registró un estallido afuera del periódico. Una granada de fragmentación había sido detonada justo entre los vehículos del director editorial y del subdirector. Al salir del edificio, además de la nube de polvo encontraron a un joven de pelo corto tipo militar, camisa y botas extravagantes, cinto piteado, cadenas y accesorios brillantes en las manos, tomando fotos con una blackberry. “Somos Los Zetas —les dijo—; fueron estos cabrones del Cártel del Golfo los que aventaron la granada. Aquí vamos a estar pa’ lo que se les ofrezca, por si regresan”.

A lo largo de media hora, dos camionetas con zetas armados hicieron guardia en el lugar sin que las autoridades se presentaran. Mendoza admite haberse quedado en el exterior todo ese tiempo “con los güevos en la garganta”. Menos de tres minutos después de que los delincuentes decidieran irse, hicieron su aparición la Policía Municipal, elementos de la Policía Estatal y la Marina.

El periodista reconoce en uno de los capítulos del libro La cómoda inconsciencia que siempre ha soñado con cinco minutos de fama: “no sé de reportero alguno que no sueñe con ser el centro de una conspiración o encontrar la gran nota o reportaje que lo lleve al reconocimiento aunque —esto de aunque quizá deba cambiarse por el debido a que— su vida esté en peligro”.

Bien dicen que una historia depende mucho de cómo se cuente. Así que Mendoza llegó a imaginarse a sí mismo diciéndole a los medios que un cártel del crimen organizado los había atacado por negarse a entregar la línea editorial, que el diario fue rodeado por sicarios fuertemente armados quienes los tuvieron a su merced durante 35 minutos y que él había luchado por convencer a los criminales de que no les hicieran daño.

Nadie podría decir que no ocurrió de esa forma, pero algo lo hizo renunciar a la oportunidad. Fue el miedo.

El pasado 26 de noviembre, en el medio de la crisis por del asesinato y desaparición de los normalistas de Ayotzinapa, la cadena France 24 presentó un reportaje que revelaba el secuestro de entre 29 y 31 estudiantes de secundaria, ocurrida el 7 de julio pasado, a plena luz del día. La solidez del trabajo periodístico fue cuestionada de inmediato; directivos de la escuela aludida desmintieron cualquier desaparición.

Más tarde, la misma reportera reconoció que en la historia narrada por su principal fuente había inconsistencias, que no buscó más testimonios. Sin embargo se justificó: dijo que no pensaba que su reportaje iba a provocar tanto escándalo y que su plan era regresar a Iguala a investigar estos hechos. A inicios de diciembre, France 24 retiró definitivamente el reportaje y ofreció disculpas reconociendo que la nota (retomada por decenas de medios) estaba construida con información cuestionable.

Escribía Tomás Eloy Martínez que la notoriedad que algunos periodistas han alcanzado al desatar los nudos de la corrupción y el abuso de poder ha llevado a otros a conclusiones superficiales: hay que salir en busca del escándalo, corregir sutilmente la dirección de ciertos hechos, agrandar otros. Así —dice— lo que era esencialmente un servicio a la comunidad ha ido convirtiéndose en mercancía.

El buen periodismo, sirve para que una sociedad se conozca a sí misma, pero como advierte Ricardo Mendoza en su libro, los periodistas en México siguen viviendo en la inconsciencia, ávidos de cinco minutos de fama porque eso parece probarle a los demás —y aparentemente a sí mismos— que algo han aprendido en esta profesión.

Vuelvo a Tomás Eloy Martínez, quien decía que un periodista que confía en la inteligencia de su lector jamás se exhibe. Establece con él, desde el principio un pacto de fidelidades: fidelidad a la propia conciencia y fidelidad a la verdad. Pero la carnada del éxito momentáneo, la peste de narcisismo, exhiben nuestra cómoda inconsciencia; no queremos ser llamados buenos reporteros, queremos anécdotas periodísticas que nos vuelvan admirables, dramas que conmuevan e hipnoticen a millones. Algo debe obligarnos a cambiar.

 

 

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Periodista. Autor de Los voceros del fin del mundo (Libros de la Araucaria).


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