La Virgen de Acahuato pierde espacio en los puestos de milagrería de Apatzingán. A su lado aparecen cuadros con la figura de una veneración bastarda, un traficante y criminal elevado a santo: Nazario Moreno, fundador y líder mesiánico de La Familia Michoacana, quien construyó su base social reclutando en penales y centros de rehabilitación a muchachos con la vida destruida, ayudándoles a mantenerse limpios a través de un código moral de comportamiento, ganándose su lealtad y luego adiestrándolos en descuartizar enemigos para que perdieran el miedo y no se pusieran nerviosos a la hora de ver sangre.
Tras la muerte de Nazario en un enfrentamiento con fuerzas federales y la posterior fractura de La Familia surgieron Los Caballeros Templarios, los mismos que en agosto de 2011 privaron de la libertad a nueve encuestadores, de las firmas Consulta Mitofsky y Parametría, a cinco repartidores de Sección Amarilla, y quienes a mediados del año pasado prendieron fuego al menos a cuatro centros de distribución y 40 camiones repartidores de la empresa Sabritas en Guanajuato y Michoacán.
Hoy, la autodenominada Hermandad Templaria, al mando de Servando Gómez, insiste en usar a los medios –como ya lograron hacerlo hace algunos años– para reproducir sus mensajes. Apenas el pasado 21 de agosto, el grupo llegó hasta la redacción de algunas empresas periodísticas con una pieza propagandística lista para ser transmitida. La mayoría de los medios se negó a darle espacio al mensaje.
En los últimos años, periodistas y medios de la región de tierra caliente en Michoacán sostienen que los Templarios están defendiendo a la población contra ataques externos y omiten mencionar que su financiamiento viene de la extorsión, el tráfico de mariguana y metanfetaminas. Según ellos, no son un cártel o grupo de la delincuencia organizada, sino un grupo insurgente de autodefensa; es decir, ciudadanos con demandas de justicia social que han tenido la necesidad de tomar las armas como respuesta a las carencias, la falta de oportunidades y las malas acciones del gobierno.
Regidos por un código de conducta que sanciona con pena de muerte a quien viole el voto de silencio, traicione a los suyos o divulgue actividades y secretos de la organización, los miembros de la Hermandad son presentados por sus periodistas afines como luchadores incomprendidos de la estatura de Francisco Villa o Emiliano Zapata, a quienes el gobierno persigue como delincuentes, pero la historia guarda un lugar como héroes.
La colaboración con el grupo delictivo se da también en la exaltación del culto pagano a San Nazario a quien sus seguidores representan como un guerrero medieval, con una túnica y un cinturón adornados en pedrería, una cruz templaria en el pecho y una espada entre las manos. Los medios –sus medios– hablan en sus notas del cariño y devoción de varios sectores de la sociedad a la imagen; los estudiantes –dicen– lo aman, las familias se unen en torno a él.
Los Templarios han retribuido a sus voceros oficiosos; han financiado sus libros propagandísticos y, más importante, les han concedido un rol importante en un territorio donde se ejerce un control estrecho y nadie entra sin autorización. Los periodistas son empleados de comunicación social, mediadores entre los “apóstoles” (grupo conformado por la guardia de incondicionales del extinto líder) y otros periodistas o extranjeros que pretenden internarse en la zona.
Su labor más importante, sin embargo, es informar de las protestas contra las fuerzas federales, en las que frecuentemente se usa a niños en la primera línea, para crear un clima de animadversión contra su presencia en la región. De ahí que en diciembre de 2010, mientras en diversos medios nacionales e internacionales se alertaba sobre cómo las bases sociales del cártel michoacano habían logrado infiltrar una marcha por la paz en Apatzingán, ciertos periodistas solo habían visto a miles de amas de casa, maestros, comerciantes, niños y ancianos que, libres de sospecha, llevaban camisetas conmemorativas de la muerte de Nazario a quien llamaban “Líder incomparable”.
La comunicación social del narco michoacano no informa del cobro de cuotas a empresarios y productores del campo; para sus periodistas el episodio dentro del bar Sol y Sombra de Uruapan, donde hombres de Nazario irrumpieron para vaciar en la pista de baile cinco cabezas humanas cortadas a machete, no existió. Su santo y sus sicarios –consignan sus boletines propagandísticos– defienden la soberanía de los pueblos y dignifican los valores universales del hombre. Su trabajo periodístico consiste en dar cuenta de la aparición del Himno de los Caballeros Templarios y afirmar que “según sondeos” ha levantado revuelo.
Periodista. Autor de Los voceros del fin del mundo (Libros de la Araucaria).