La deuda infinita

AƑADIR A FAVORITOS
ClosePlease loginn

La deuda es la esencia del mundo. La deuda se ha apoderado de todo; sus tentĆ”culos impregnan la cultura y moldean los sentimientos. Puede haber alguien que no sea deudor o acreedor de forma individual, pero nadie puede escapar al influjo y la seducciĆ³n de la deuda. La deuda crece sin parar, aumenta mĆ”s que cualquier otra variable del sistema humano. La deuda es un sector econĆ³mico en sĆ­ misma, crea y mantiene muchos puestos de trabajo, zarandea la llamada economĆ­a real, engendra ilusiones locas y desesperaciĆ³n, expectativas y dolor.

Cuando aceptamos la incertidumbre como el ingrediente que define esta temporada olvidamos que hay una certeza inapelable, que es la deuda. La incertidumbre se produce dentro del universo deuda, que es lo bƔsico, el aire que respiramos o que nos respira.

Imaginemos que existe esa persona que ni debe ni es acreedora; alguien que mantiene un equilibrio personal contable durante un dĆ­a o un mes. Lo suficiente para no estar sometida a la tiranĆ­a y al absolutismo del nĆŗmero fatal. En principio esa persona podrĆ­a pensar libremente: vivir. Pero es una hipĆ³tesis inverosĆ­mil porque esa persona seguirĆ­a sometida a las deudas monstruosas que afligen a los entes que la contienen: familia, comunidad de vecinos, pueblo, regiĆ³n, paĆ­s, continente, mundo. Nadie puede librarse del sometimiento a la deuda. Ese hipotĆ©tico humano en equilibrio contable seguirĆ” debiendo su parte de las deudas de su ciudad, de su paĆ­s, tal como recuerdan a todas horas los medios de la deuda, que son todos. Pensar en un nieto es calcular cuĆ”nto debe o cuĆ”nto le deben.

A efectos de sometimiento a un sistema omnipresente, da igual ser deudor que acreedor. Todos los humanos y robots somos esclavos de la deuda. Nuestro adn, que muta en caliente, ya es deuda. No hay nada mĆ”s. La deuda es el mundo y nada se entiende sin ella (pero tampoco con ella). Las deudas nunca cesan: aunque hayan sido condonadas y perdonadas, siempre vuelven, como fantasmas o zombies. La deuda que se le perdonĆ³ a Alemania tras la Segunda Guerra Mundial sigue clamando desde el lamento de Grecia. La deuda perdonada engendra otra deuda de Ć­ndole superior, otros intereses y otras obligaciones. Y nunca se olvida.

La deuda, al trascender el presente, se hace metafĆ­sica. La deuda es la religiĆ³n de nuestro mundo, lo que nos transporta a la mĆ”xima abstracciĆ³n que somos capaces de soportar, lo que nos hace trascender y desbordar nuestros egos. La deuda tiene sus dogmas, sus sumos pontĆ­fices, sus arcanos, sus primeras herejĆ­as y sus sencillas reglas de tres. Una religiĆ³n deja de serlo cuando se la reconoce como tal. Entonces es otra cosa: negocio, rutina, supersticiĆ³n. La fe verdadera se da cuando no se entiende nada pero tampoco se puede prescindir de ella, pues aparece por todas partes y ocupa el pensamiento completo, hasta la Ćŗltima molĆ©cula del mundo: la deuda. Una religiĆ³n deja de serlo cuando establece o formula su cielo, el horizonte final, el inconcebible aburrimiento eterno. La deuda no ha llegado a esa fase, es una fe incipiente, apasionada, primitiva. Su paraĆ­so podrĆ­a ser el cero, la cancelaciĆ³n de todas las operaciones pendientes; como todos los cielos, es inimaginable.

Pruebe usted a pensar o sentir otra cosa que no sea la deuda, la propia o las mĆŗltiples que se subsumen en la universal. Es un esfuerzo un poco sobrehumano, pero intente sentirse por un instante fuera de la deuda. ComprobarĆ” el malestar que sobreviene al que intenta evadirse, huir de la realidad, colocarse fuera del mundo. ExperimentarĆ”, ademĆ”s, que su actitud aumenta la deuda y que, por el segundo principio de la termodinĆ”mica, ese despilfarro jamĆ”s podrĆ” ser revertido. La deuda exige el sacrificio humano constante, la atenciĆ³n plena, la devociĆ³n.

El ser humano se resiste a ser meros nĆŗmeros, asĆ­ que a veces, ya sea deudor o acreedor, convierte la deuda en culpa. Hay una parte de culpa adquirida, cultural o comercial, que tal vez se pueda apaciguar. Y hay una culpa de serie, que viene por defecto. La deuda se acopla a ambas. La deuda se ha intentado transubstanciar a otros Ć”mbitos que la mitigarĆ­an, como la deuda ecolĆ³gica, pero Ella, la Deuda AutĆ©ntica, el sentido del mundo, no se deja limitar, no admite rivales ni competencia. La deuda, destilaciĆ³n de la humanidad, emula al universo: desde que se sabe que se expande, ella hace lo mismo.

El acreedor no puede sentir el dolor atroz que aflige a los deudores, pero estĆ” condenado a imaginarlo. El acreedor sufre a su vez por el fisco, que es su acreedor, y procura que no se conozca su condiciĆ³n (tambiĆ©n el deudor intenta pasar inadvertido, pero le sale mucho mĆ”s caro, o es imposible). Por eso el informĆ”tico Falciani, que robĆ³ el fuego del secreto bancario, es un Ć”ngel caĆ­do.

Es posible que la deuda, que es todo, cumpla la funciĆ³n de absorber todas las culpas y objetivarlas en un contador mundial. Culpas, secretos y co2. Al buscar “The global debt clock” aparecen las deudas por paĆ­ses en tiempo mĆ”s o menos real, y se ven saltar los nĆŗmeros en un panĆ³ptico espeluznante que condensa la agitaciĆ³n del mundo.

Esta omnipresencia de la deuda es una forma de forzar a la ciencia para que acierte de una vez con la vida eterna, donde los plazos de amortizaciĆ³n se dilatan y es posible, por fin, olvidarse de ella. ~

+ posts

(Barbastro, 1958) es escritor y columnista. Lleva la pƔgina gistain.net. En 2024 ha publicado 'Familias raras' (Instituto de Estudios Altoaragoneses).


    × Ā 

    Selecciona el paĆ­s o regiĆ³n donde quieres recibir tu revista:

    Ā  Ā  Ā