La evoluciĆ³n mexicana

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Para JosƩ de la Colina, en sus 75.

Las visiones distorsionadas de Estados Unidos suelen ser muy costosas, especialmente para los latinoamericanos. El viaje de Hillary Clinton a MĆ©xico esta semana es una buena oportunidad para examinar la mĆ”s reciente distorsiĆ³n sobre MĆ©xico: la de verlo como un paĆ­s que es ya, o estĆ” a punto de ser, un “estado fallido”.

La nociĆ³n parece haberse generalizado. El Comando de las Fuerzas Conjuntas emitiĆ³ un reciente comunicado en el sentido de que MĆ©xico -junto con PakistĆ”n- podrĆ­a estar en peligro de un colapso. El presidente Obama estĆ” considerando el envĆ­o de tropas de la Guardia Nacional a la frontera para detener el flujo de drogas y violencia a los Estados Unidos. La idea de que MĆ©xico estĆ” desmoronĆ”ndose es ya comĆŗn en los medios de comunicaciĆ³n estadounidenses, para no hablar de los americanos que uno encuentra casualmente y que a la primera insinuaciĆ³n preguntan si MĆ©xico se desharĆ” en pedazos.

Nada de eso ocurrirƔ, por supuesto. Conviene hacer el rƔpido inventario de los problemas que no tenemos. MƩxico es un estado tolerante y laico, sin las tensiones religiosas de PakistƔn o Iraq; una sociedad inclusiva, sin los conflictos raciales de los Balcanes; un paƭs sin los irredentismos nacionales o regionales de Medio Oriente. En MƩxico, los movimientos guerrilleros nunca han puesto en verdadero peligro al estado, como sƭ ocurre en Colombia.

Lo mĆ”s importante, nuestra joven democracia liquidĆ³ un sistema polĆ­tico que durĆ³ setenta aƱos. Con todos sus defectos, aquel sistema jamĆ”s alcanzĆ³, ni remotamente, los perfiles de una dictadura absoluta como la de Mugabe, ni siquiera la de ChĆ”vez. La continuidad institucional en MĆ©xico no tiene precedente en la regiĆ³n. Se decĆ­a, con razĆ³n, que el PRI era una monarquĆ­a con formas republicanas, pero la crĆ­tica dejĆ³ de ser vĆ”lida el 2 de julio de 2000, cuando se produjo la alternancia. A partir de entonces, el poder se ha desconcentrado, hay un federalismo efectivo, plena divisiĆ³n de poderes, genuina libertad de expresiĆ³n y una lucha entre partidos de derecha, centro e izquierda que representan opciones polĆ­ticas reales. Existe tambiĆ©n un Instituto Federal Electoral autĆ³nomo y una Ley de Transparencia para el combate a la corrupciĆ³n.

En MĆ©xico las instituciones funcionan: el EjĆ©rcito se subordina (ahora y desde hace tiempo) al control civil de la presidencia; la Iglesia sigue representando una fuerza cohesiva; hay una poderosa clase empresarial que no se estĆ” mudando a Miami, fuertes sindicatos, buenas universidades, importantes empresas pĆŗblicas, programas sociales que cumplen razonablemente sus objetivos.

Gracias a todo ello, MĆ©xico ha mostrado una notable capacidad para salir de las varias crisis que hemos tenido, entre ellas la represiĆ³n del movimiento estudiantil en 1968; la devaluaciĆ³n de 1976; la crisis econĆ³mica de 1982; el triple desastre de 1994 (la guerrilla zapatista, el crimen del candidato del PRI y el devastador derrumbe del peso); y el grave conflicto postelectoral en 2006. Todas las hemos superado y de todas hemos extraĆ­do lecciones pertinentes. Entendimos la necesidad de descentralizar y diversificar la economĆ­a, y firmamos el Tratado de Libre Comercio. Las controversias electorales y la amenaza de la violencia polĆ­tica condujeron a un acuerdo nacional que desembocĆ³ en una transiciĆ³n democrĆ”tica, ordenada y pacĆ­fica.

No obstante, encaramos problemas enormes. La crisis mundial ahonda ya los dramas ancestrales de pobreza y desigualdad. Pero el problema mƔs agudo es el ascenso en poder y crueldad de la criminalidad organizada -drogas, secuestros, extorsiones- y el incremento de los delitos comunes.

Este problema es quizĆ” el mĆ”s grave que hayamos enfrentado desde la RevoluciĆ³n de 1910 y su inmediata secuela. MĆ”s de 7,000 personas, conectadas en su mayorĆ­a con el trĆ”fico de drogas o su persecuciĆ³n, han muerto desde enero de 2008. Esta guerra contra el crimen (en especial contra aquel derivado de las drogas) no es en forma alguna convencional. Su impacto gravita sobre el paĆ­s entero. Es una guerra sin ideologĆ­a, sin reglas, sin un Ć”pice de nobleza. ĀæEs una guerra ganable? No, bajo los criterios de la guerra convencional. SĆ­, bajo los criterios de este tipo de guerras: acotando al adversario. Desde su llegada al poder en 2006, el presidente Felipe CalderĆ³n ha enviado mĆ”s de 40,000 efectivos del EjĆ©rcito a diversos estados a combatir a los grupos narcotraficantes, y ha alcanzado algunas victorias en aseguramientos y decomisos relacionados con la droga. A pesar del Ć­ndice de aprobaciĆ³n relativamente alto del que goza, el gobierno no ha logrado tranquilizar a la sociedad. Amplios sectores soportan los hechos como si fueran una pesadilla de la que basta despertar para que desaparezca. No desaparecerĆ”, y los mexicanos debemos ayudar mediante la movilizaciĆ³n pĆŗblica, el suministro de informaciĆ³n a las autoridades y la atenta vigilancia de representantes electos y funcionarios designados. En la ciudad de MĆ©xico, la participaciĆ³n cĆ­vica ha empezado a tener algunos avances.

El gobierno federal, por su parte, tiene frente a sĆ­ el gigantesco reto de continuar la labor de limpieza en los rincones oscuros de sus fuerzas policĆ­acas y lograr el establecimiento de sistemas de inteligencia que se adelanten a los cĆ”rteles. MĆ©xico requiere tambiĆ©n de una red carcelaria segura, que no sea un refugio desde el cual los delincuentes sigan conduciendo sus fechorĆ­as y reclutando adeptos. Un cambio institucional urgente que apenas se ha puesto en marcha es el del sistema judicial, que en sus procesos penales es lento e ineficaz. Para todo ello, los mexicanos esperarĆ­amos una mayor cooperaciĆ³n polĆ­tica: lo cierto es que CalderĆ³n y su partido estĆ”n librando esta batalla sin un apoyo significativo de los partidos de oposiciĆ³n, el PRI y el PRD.

Algunos medios impresos tampoco han ayudado demasiado en la tarea. La libertad de prensa es esencial en toda democracia, de eso no hay duda, pero la prensa escrita ha ido mĆ”s allĆ” de los lĆ­mites de informaciĆ³n y comunicaciĆ³n publicando continuamente las mĆ”s atroces imĆ”genes de la guerra contra el narcotrĆ”fico, en una prĆ”ctica que colinda por momentos con la pornografĆ­a de la violencia. Las fotos de decapitados son publicidad gratuita para los cĆ”rteles. Ayudan a su causa induciendo en el mexicano comĆŗn la idea de que pertenecen, en verdad, a un “estado fallido”.

Si bien los mexicanos asumimos la responsabilidad de nuestros problemas, la caricatura que ahora se propaga en Estados Unidos sĆ³lo provoca desesperaciĆ³n en ambos lados del RĆ­o Bravo. Se trata, ademĆ”s, de una visiĆ³n profundamente hipĆ³crita. Estados Unidos es el primer mercado mundial en consumo de drogas y -de acuerdo con las autoridades en ambos lados de la frontera- es tambiĆ©n el principal proveedor de las armas que utilizan los cĆ”rteles.

Estados Unidos deberĆ­a apoyar a MĆ©xico en su guerra contra los narcotraficantes, ante todo, reconociendo su complejidad. La administraciĆ³n del presidente Obama debe admitir la considerable responsabilidad de su paĆ­s en los problemas de MĆ©xico. Por equidad y simetrĆ­a, los Estados Unidos deberĆ­an hacer su parte y reducir dos cosas: el consumo interno de droga y la exportaciĆ³n de armas hacia MĆ©xico. La tarea no serĆ” fĆ”cil, pero tienen, por lo menos, una ventaja: nadie piensa que son un “estado fallido”. Y nadie, por cierto, considerĆ³ que Al Capone y las bandas criminales de Chicago eran representativas de los Estados Unidos en su totalidad. Del mismo modo, en el caso de MĆ©xico, dejemos las caricaturas donde pertenecen: en manos de los caricaturistas.

– Enrique Krauze

Publicado en The New York Times, 25 de marzo de 2009.

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Historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial ClĆ­o.


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