La gestaciĆ³n de la libertad

La monarquĆ­a espaƱola ya estaba en decadencia en el momento en que se produjo la RevoluciĆ³n francesa. Sin embargo, la convergencia de distintos fenĆ³menos histĆ³ricos empujĆ³ a EspaƱa a abordar una labor de reforma urgente que pasĆ³ por la redacciĆ³n de la ConstituciĆ³n de CĆ”diz y, con ella, por la fundaciĆ³n de la naciĆ³n.
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La violencia del impacto provocado por una variable exterior –la ocupaciĆ³n del territorio espaƱol por el ejĆ©rcito de NapoleĆ³n, que tuvo como consecuencias inmediatas los sucesos del 2 de mayo y la deposiciĆ³n de los Borbones en Bayona– crea la falsa imagen de que el factor desencadenante de la crisis es al mismo tiempo su fundamento. En realidad, serĆ­a mĆ”s adecuado hablar de que la invasiĆ³n francesa determina el modo en que sobreviene la crisis orgĆ”nica del Antiguo RĆ©gimen en EspaƱa. En su ausencia, el estado de putrefacciĆ³n en que se hallaba la monarquĆ­a habrĆ­a dado lugar a otro tipo de crisis, de consecuencias imprevisibles, ya que, con o sin NapoleĆ³n de por medio, el enfrentamiento entre el prĆ­ncipe de Asturias y el de la Paz resultaba inevitable, y dada la impopularidad del segundo, que ademĆ”s arrastraba consigo la de los viejos reyes, la pugna personal introducĆ­a un grave riesgo para la supervivencia del rĆ©gimen absolutista en los tĆ©rminos en que existĆ­a en 1808. Solo que, al igual que sucedĆ­a con “las Indias”, la creciente fragilidad del sistema en su conjunto no determinaba de antemano la forma ni el grado de violencia que habrĆ­an de caracterizar su agonĆ­a. Pero llegĆ³ la doble jugada militar y polĆ­tica de NapoleĆ³n, y el desplome tuvo lugar de manera abrupta.

AdemĆ”s, la descomposiciĆ³n del rĆ©gimen no tenĆ­a causas exclusivamente polĆ­ticas. A partir de 1789 el ciclo alcista del siglo XVIII fue sucedido por una etapa de declive econĆ³mico, salpicada por crisis de subsistencia recurrentes, con lo cual se desvanecĆ­an los supuestos que hicieran viable un despotismo ilustrado con su carga de esperanzas. A ello se sumĆ³, como factor decisivo por lo que concierne al Estado, el peso financiero de las sucesivas guerras, cuyo origen se remontaba a la de la independencia norteamericana, y que se agudizĆ³ con los conflictos encadenados a partir de 1793, primero contra Francia y luego como aliados suyos, con la consecuencia adicional del aislamiento transitorio de las colonias americanas y, sobre todo, de la pĆ©rdida de la flota en Trafalgar. A medio plazo, el imperio estaba ya perdido desde 1805.

No obstante, si la quiebra de la monarquĆ­a absoluta tiene lugar en 1808, y no a partir de 1814, segĆŗn propuso en su libro clĆ”sico Josep Fontana, sus rasgos concretos van a depender a corto plazo de la inmediatez del episodio que la desencadena. El foco de atenciĆ³n se sitĆŗa sobre el centro de direcciĆ³n polĆ­tico que resulta demolido por las decisiones de NapoleĆ³n y sobre la respuesta posible a la ocupaciĆ³n militar francesa. La actitud mayoritaria de rechazo a la invasiĆ³n, que sigue a la desconfianza ante la penetraciĆ³n del ejĆ©rcito francĆ©s, se activa cuando entra en juego el espectacular detonante de los sucesos del 2 de mayo, con su doble cara de insurrecciĆ³n popular espontĆ”nea y brutal represiĆ³n francesa. Como tantas otras veces en la historia contemporĆ”nea, la convergencia de un acontecimiento desencadenante, una crisis de larga duraciĆ³n y las vacilaciones o las renuncias de los titulares del poder configura una estructura de oportunidad polĆ­tica, de la cual emerge una revoluciĆ³n, esto es, una transformaciĆ³n sustancial operada en las relaciones de poder polĆ­tico.

Los recursos disponibles para una acciĆ³n insurreccional se deben a la presencia de una amenaza comĆŗn, ejemplificada por los sucesos de Madrid, y al elemento simbĆ³lico aglutinador que representa el polo de los enemigos: Godoy como emblema del mal gobierno de un lado, NapoleĆ³n como destructor de la patria, de otro.

En cuanto a recursos materiales, el punto dĆ©bil de la insurrecciĆ³n protagonizada por las Juntas Provinciales residĆ­a en la inferioridad militar respecto de las fuerzas francesas. En mayo de 1808, la cascada de revueltas locales habĆ­a tomado desprevenido a un ejĆ©rcito de ocupaciĆ³n acostumbrado a seguir la pauta europea de consolidar el dominio militar y polĆ­tico a partir del control de la capital y de sus instituciones. La ocupaciĆ³n de ciudades y de plazas fuertes de importancia estratĆ©gica dejaba libres amplios espacios del territorio espaƱol, en los cuales cobrarĆ” forma el poder alternativo de las Juntas.

Un acontecimiento decisivo en la historia militar y polĆ­tica del aƱo fue la victoria del ejĆ©rcito de CastaƱos sobre Dupont en BailĆ©n. En cierto modo, resultĆ³ un espejismo por lo que concierne a las posibilidades de Ć©xito de los ejĆ©rcitos espaƱoles sobre los franceses en campo abierto, desmentidas ya en el mismo verano y sobre todo con la campaƱa de NapoleĆ³n. Solo gracias a la alianza con el ejĆ©rcito inglĆ©s, y en posiciĆ³n subordinada, llegarĆ” la victoria. El espejismo fue sin embargo determinante en cuanto a la voluntad de movilizaciĆ³n contra el invasor. DespuĆ©s de BailĆ©n despunta la perspectiva de acompaƱar la victoria militar con la superaciĆ³n definitiva del “despotismo”. Esas posibilidades no habrĆ­an existido en una EspaƱa ocupada, o casi ocupada como sucederĆ” a partir de enero de 1810. Si el proceso revolucionario sigue entonces adelante, aun desde la reclusiĆ³n forzosa de CĆ”diz, es gracias al fermento ideolĆ³gico que cobra forma en el verano de 1808 y a la orientaciĆ³n institucional de la Junta Central el aƱo siguiente.

¿QuĆ© otro concepto tenĆ­an disponible los participantes en el levantamiento antifrancĆ©s sino el de “independencia”? Formaban simbĆ³lica y realmente parte de un sujeto colectivo cuya existencia fijaba el oponente. Independencia designa libertad del sujeto colectivo, integrado por el conjunto de los espaƱoles. La dinĆ”mica del levantamiento interviene asimismo sobre las identidades, en la medida que el referente simbĆ³lico esencial, con su identidad a cuestas (“los franceses”), es EspaƱa y, visto desde el Ć”ngulo de la identidad, “los espaƱoles”. Ahora bien, quienes se movilizan en las insurrecciones no son unos espaƱoles genĆ©ricos, sino los del Principado de Asturias, de AragĆ³n, de AndalucĆ­a, de Valencia o de Murcia, y las distintas denominaciones de las Juntas acogen ese carĆ”cter. De ahĆ­ la importancia y la articulaciĆ³n espontĆ”nea de las dos legitimidades, reflejada en distintos textos, y de modo muy preciso en el Centinela contra franceses de Capmany: el desarrollo territorial de la insurrecciĆ³n da fe de la EspaƱa plural.

Una y cien veces sentado el principio de que los espaƱoles luchan por la independencia, queda por ver el contenido polĆ­tico de la misma. Ciertamente, nunca falta la restauraciĆ³n de Fernando VII, “el amado” y “el ingenuo” engaƱado por el pĆ©rfido NapoleĆ³n, pero a continuaciĆ³n cada escritor y cada polĆ­tico otorgarĆ”n a esa finalidad el sesgo propio de su ideologĆ­a: restauraciĆ³n sin mĆ”s, restauraciĆ³n para recuperar la monarquĆ­a tradicional o restauraciĆ³n dentro de un orden polĆ­tico reformado que el rey deberĆ” respetar.

La clave de esta proyecciĆ³n hacia el futuro reside en el protagonismo adquirido por el concepto de naciĆ³n, tambiĆ©n utilizado por los conservadores, aunque ellos siempre lo asociaban a la estructura tradicional del poder en el reino. Ausente el rey, la sociedad espaƱola –esto es, sus Ć©lites patriĆ³ticas– asume el protagonismo de la acciĆ³n polĆ­tica y en tales condiciones el vocablo “naciĆ³n” refleja el contenido comunitario forzado por el vacĆ­o de poder. El concepto de patria, esgrimido constantemente en los primeros escritos, remite al carĆ”cter permanentemente sagrado de las relaciones entre individuo y sociedad, con una proyecciĆ³n inmediata de carĆ”cter militar: la patria en armas. TambiĆ©n en la naciĆ³n se da la dimensiĆ³n religiosa, solo que como efecto de la transferencia de sacralidad obligada por el eclipse de las potestades tradicionales y la necesidad de poner en pie una nueva legitimidad a partir del levantamiento. La naciĆ³n es un ser vivo, esencialmente activo por la voluntad de los espaƱoles de no aceptar la sumisiĆ³n a Francia, y su invocaciĆ³n lleva al descubrimiento de una dimensiĆ³n finalista, consistente en garantizar el bienestar de los ciudadanos y en abordar las reformas polĆ­ticas que impidan el regreso al despotismo. En sus desarrollos mĆ”s coherentes, NaciĆ³n desemboca en Cortes y en ConstituciĆ³n.

Frente al indudable anclaje del Antiguo RĆ©gimen en el pasado, resulta preciso probar que la libertad de esa naciĆ³n espaƱola, inmutable en el fondo, puede rastrearse en la historia. La singularidad de la tradiciĆ³n liberal naciente consiste en la construcciĆ³n progresiva de una imagen del pasado, con una alta cohesiĆ³n orgĆ”nica interna, que desde la libertad y las Cortes medievales extiende su manto sobre las nuevas instituciones apuntadas en torno al eje ConstituciĆ³n-divisiĆ³n de poderes-libertad polĆ­tica-limitaciĆ³n del poder monĆ”rquico.

El pasado inmediato proporciona un centro de inspiraciĆ³n principal para la reforma polĆ­tica: la visiĆ³n de la monarquĆ­a absoluta como despotismo, a partir de la experiencia inmediata del reinado de Carlos IV. Por eso incluso los defensores del Antiguo RĆ©gimen matizarĆ”n en 1808 con frecuencia sus propĆ³sitos de restauraciĆ³n, introduciendo como objetivo declarado un equilibrio entre el poder benĆ©fico del monarca, su “libertad”, y la libertad del vasallo. Para la mayorĆ­a de los liberales, las cosas estĆ”n claras: hay que crear las barreras legales, con la ConstituciĆ³n como nĆŗcleo, que impidan el regreso del “despotismo ministerial”. La libertad del ciudadano, no del vasallo, miembro activo de la naciĆ³n, solo se encuentra garantizada por el cerco legal establecido en torno a un monarca con poderes limitados.

En 1808, la naciĆ³n tiene su base territorial en la EspaƱa peninsular. Es allĆ­ donde se apuesta la suerte del paĆ­s y apenas alguna vez entra en juego la otra EspaƱa, “las Indias”, a pesar de que en la prĆ”ctica conocemos la gran importancia que hasta fines de 1810 tuvieron las remesas de AmĆ©rica, que proporcionan mĆ”s de la mitad de los ingresos de la Junta Central. La EspaƱa dual que se intenta edificar sin Ć©xito a lo largo del proceso constituyente, de 1810 a 1812, todavĆ­a permanece en la sombra. Otro tanto sucede con las reformas econĆ³micas y sociales cuyo diseƱo correspondiĆ³ a la etapa del despotismo ilustrado, y que vuelven a la actualidad en 1809 al ser elaboradas las respuestas a la Consulta al PaĆ­s, previa a la reuniĆ³n de las Cortes. Las etiquetas cambiarĆ”n, ya que los “siniestramente llamados filĆ³sofos” seguirĆ”n siĆ©ndolo, bajo la denominaciĆ³n de “liberales”, en tanto que los defensores de la intolerancia y de los privilegios eclesiĆ”sticos son apodados “serviles”. La bipolaridad que en el plano del pensamiento caracterizara los aƱos finales del reinado de Carlos III se mantiene e intensifica, ahora como conflicto polĆ­tico.

1808 supone la entrada en escena de la naciĆ³n, para sus defensores cargada de posibilidades de cara al futuro, una vez superada la invasiĆ³n. En la prĆ”ctica, al comienzo de la guerra siguieron aƱos de lucha y de destrucciĆ³n del territorio, “los desastres de la guerra”, cuyos resultados catastrĆ³ficos habrĆ­an de gravitar pesadamente en lo sucesivo tanto sobre los intentos de restauraciĆ³n absolutista como sobre el breve interludio liberal. La Guerra de la Independencia consistiĆ³ en una guerra de liberaciĆ³n nacional contra un enorme ejĆ©rcito de ocupaciĆ³n que vivĆ­a, y destruĆ­a, igual que los patriotas vivĆ­an y destruĆ­an sobre el terreno. Fue, como hizo ver Artola, una primera guerra moderna, librada en una sociedad de Antiguo RĆ©gimen.

A la hora de evaluar las consecuencias, resulta Ćŗtil establecer un paralelismo con la Nueva EspaƱa, pronto MĆ©xico, que hasta 1810 es en tĆ©rminos estrictos la joya de la Corona, por la decisiva contribuciĆ³n al erario espaƱol, y que tras entrar en crisis en 1808 experimenta a partir de septiembre de 1810, coincidiendo casi con la reuniĆ³n de las Cortes, una durĆ­sima guerra de independencia, esta vez contra la dominaciĆ³n espaƱola, cargada de tantas destrucciones como la peninsular. La crisis espaƱola de mayo de 1808 actuĆ³ asĆ­ como detonante para dos procesos revolucionarios, en cuyo curso tendrĆ”n lugar frĆ”giles modernizaciones polĆ­ticas, lastradas por la enorme pĆ©rdida de recursos econĆ³micos, y que mĆ”s debieran ser valoradas a modo de prolongados procesos de desagregaciĆ³n; que apenas llegaron a superarse en la dĆ©cada de 1870, y aun entonces desde las posiciones de un conservadurismo autoritario. Tal y como resumiera Pierre Vilar en su conferencia “Liberalismo polĆ­tico y liberalismo econĆ³mico en la EspaƱa del siglo XIX” (Lisboa, 1981), el liberalismo triunfĆ³ en EspaƱa como “revoluciĆ³n jurĆ­dica y polĆ­tica” al mismo tiempo que se hundĆ­an aquellas precondiciones que lo hicieron posible. ~

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Antonio Elorza es ensayista, historiador y catedrĆ”tico de Ciencia PolĆ­tica de la Universidad Complutense de Madrid. Su libro mĆ”s reciente es 'Un juego de tronos castizo. Godoy y NapoleĆ³n: una agĆ³nica lucha por el poder' (Alianza Editorial, 2023).


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