La pausada derrota de la élite peruana

El triunfo de Ollanta Humala en las elecciones presidenciales implica una simétrica derrota de la élite tradicional del Perú.
AÑADIR A FAVORITOS
ClosePlease loginn

El triunfo de Ollanta Humala en las elecciones presidenciales implica una simétrica derrota de la élite tradicional del Perú. Ollanta, claro, no era el candidato de la poderosa burguesía limeña, de las asociaciones empresariales, de los principales medios de comunicación. Pero la derrota de la que hablamos no solo reside en este hecho. Es más grave aún, porque hubiera podido evitarse. Es decir, la élite podía haberla evitado. Si sucedió de todas formas fue por la mediocridad y el egoísmo de los políticos que forman parte de ella.

El triunfo de Humala comenzó a gestarse en la primera etapa de las elecciones, cuando el candidato favorito era el ex presidente Alejandro Toledo, un “cholo” con raigambre popular y, al mismo tiempo, muy buena mano para la economía. Toledo, pese a sus deficiencias, estaba en la posición adecuada para ser el candidato de consenso de las fuerzas democráticas y liberales del país, como intentó que ocurriera Mario Vargas Llosa.

Pero en lugar de abandonar sus intereses grupales en aras del bien mayor, estas fuerzas prefirieron postular a otros aspirantes que, acto seguido, desenfundaron los colmillos y se lanzaron al cuello del predilecto Toledo. Al mismo tiempo, la siempre controvertida prensa peruana salpicó al cada vez más débil candidato con toda clase de acusaciones, algunas tan crudas como una adicción a las drogas.

Resultado: el voto de Lima, baluarte de la modernidad peruana, se dividió y permitió que pasaran a la segunda vuelta “el sida y el cáncer”, como llamó Vargas Llosa a Humala y su contrincante, Keiko Fujimori, hija del dictador que gobernó en los años noventa y purga en la cárcel penas por corrupción y violación de los derechos humanos.

Para colmo, la élite ya acorralada recibió el desafío de quien no esperaba.

El reflejo de clase fue alinearse con Fujimori para librarse de Humala, de sus antecedentes radicales y de la posibilidad de que fuera una continuación del chavismo por otros medios. Pero este reflejo no funcionó porque la candidata en la que se apoyaba no reunía las condiciones para ello (lo que nos remite al primer error).

La línea de fisura fue el antifujimorismo, que al final, como suele ocurrir con lo local respecto a lo universal, resultó más potente que el antichavismo.  Esta línea la trazaron Vargas Llosa y su hijo Álvaro. Todo menos Fujimori, dijeron los Vargas Llosa, “Fujimori es el fascismo”.

Dado el margen relativamente estrecho con que Humala se alzó con la victoria, puede suponerse que la contribución del autor deConversación en La Catedral, a quien muchos de sus compañeros del liberalismo latinoamericano hoy no pueden ni ver, fue importante, si no fundamental.

Como en todo lo que hace, nuestro admirado escritor puso en la obra del antifujimorismo sangre y vísceras: empeñó su prestigio, agigantado este año por la obtención del Nobel, rompió con una legión de viejos amigos y desplegó su bienintencionado pero, hay que decirlo, candoroso estilo de compromiso político, confundiendo una opción por el mal menor con el descubrimiento de un Humala que nadie más conocía, que nadie más había podido ver.

Fue una apuesta fuerte. Si resulta que el nuevo Presidente, pese a todo lo que prometió, termina radicalizándose y socavando la meritoria construcción económica en que está empeñado el Perú, hundiría en un solo movimiento al modelo y a los Vargas Llosa.

Con lo que llegamos al último factor de esta pausada y progresiva derrota de la élite peruana. La inteligencia emocional de Humala, quien supo ganarse o al menos neutralizar la animadversión de la clase media limeña, guardiana de la modernidad, con un discurso de exquisita sensatez. Mientras, sus adversarios se despedazaban.

¿Comprendió Humala cuál es la nueva realidad nacional (que a diferencia de Bolivia o Venezuela, no admite aventurerismos económicos) o simplemente empleó una artimaña electoral? Pronto lo sabremos.

Si fuera lo primero, quizá esta derrota de la élite podría ser, además de merecida, una oportunidad de redención para ella. Al costo de disminuir sus privilegios y admitir una mayor redistribución de la riqueza, la burguesía peruana podría ver entonces cómo la “revolución capitalista del Perú” se convierte en un proceso menos “salvaje” y más benéfico para todos.     

+ posts

Periodista y ensayista boliviano. Autor de varios libros de interpretación de la política de su país, entre ellos El pensamiento boliviano sobre los recursos naturales (2009).


    ×

    Selecciona el país o región donde quieres recibir tu revista: