La verdad de las mentiras

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La historia es demasiado pintoresca para ser verdad, y en efecto, es mentira. Pero es una mentira que para sus protagonistas constituye la más emocionante, auténtica, dramática y terrible de las verdades… ¿La contamos?

Érase una vez una DJ llamada Laura Skye, una mulata de aquí te espero, alta, delgada, con un cuerpo insinuante, toda vestida de negro y muy ceñida, encaramada sobre los tacones aguja de unos breves zapatos negros de charol, y en cuya figura estilizada resaltaban los sensuales labios y la leonina, voluptuosa cabellera rojiza… Érase también un dueño de nightclub llamado Dave Barmy, alto, delgado, con un cuerpo musculoso, vestido con un impecable traje gris, crucifijo al cuello, bien parecido, con melena e inquietantes gafas negras, que vivía en una iglesia y se desplazaba en helicóptero… ¿A que era inevitable que estos dos seres de ensueño se enamorasen? Y así fue. Tras lo cual procedieron (porque, ojo, lo sexy no quita lo decente) a casarse, en un… ¿Ayuntamiento? ¿Iglesia? ¿Sinagoga? ¿Templo mormón, budista, protestante, hare-krishna? ¿Juzgado de guardia?… En todo caso la ceremonia fue seguida, eso sí lo sabemos, por una celebración de ensueño en una sala de fiestas de ensueño en un paraje, lo adivinaron, de ensueño, tropical para más señas… Fue todo tan emocionante, que Amy Taylor lloraba contemplándolo sentada en un sofá, en compañía de su futuro esposo, David Pollard, en el pisito que ambos compartían en Torquay. Lloraba, sí: lo asegura el más serio de los periódicos británicos, The Guardian, en su edición del viernes 14 de noviembre de 2008, arriba a la derecha de la página 11, debajo de una foto de Amy Taylor y David Pollard, colocada –cruelmente– al lado de otra imagen en la que aparecen “Laura Skye” y “Dave Barmy”… No se impacienten, que ahora contestaremos a todas sus preguntas. ¿Dónde está Torquay? Es una decrépita localidad costera del sur de Inglaterra. ¿Quién es Amy Taylor? Una mujer obesa, con gafas, con poco pelo, de 28 años, en paro. ¿Y David Pollard? Un hombre obeso, con gafas, sin ningún pelo, de 40 años, en paro. ¿Y cuál es la relación entre David Pollard y Amy Taylor, por un lado, y “Dave Barmy” y “Laura Skye”, por otro? Les daremos una pista: mientras que Amy y David viven en Torquay, “Dave” y “Laura” son habitantes de Second Life, universo virtual donde viven avatares, seres de ficción creados por personas de carne y hueso que los manejan como títeres. Y, sí, lo adivinaron: la despampanante mulata “Laura Skye” es el avatar de la gorda y desempleada Amy, y el irresistible (para quien le gusten los macarras) “Dave”, el avatar del pobre desgraciado David. Pero esto no es más que el principio…

Porque he aquí lo que pasa luego, y el motivo por el que la doble pareja ha saltado a los titulares. Una tarde, Amy Taylor, ya casada con David Pollard, se despierta de la siesta y ¿qué ve? A David frente a la pantalla del ordenador. Hasta aquí, todo normal: estaban los recién casados tan enganchados que David se quejaría luego de que Amy nunca tenía tiempo para él, prendida y prendada como estaba de “Dave”, su alter ego en Second Life (lo que, francamente, dudo que sorprenda a nadie). Entonces, con sigilosos pasos (de elefante), Amy se acercó a la pantalla, espió por encima del hombro de David, y ¿qué vio? ¡Horror! ¡En la pantalla, el apuesto “Dave Barmy” estaba acariciando en un sofá, no a su legítima esposa (en Second Life), la sensacional mulata “Laura Skye”, sino a una desconocida! Aquello fue too much para la legítima esposa (ante el Registro Civil británico) de David Pollard, la poco sensacional pero de armas tomar Amy Taylor. Tanto más too much cuanto que llovía sobre mojado, porque unos meses antes ya había cazado a su David siéndole infiel en Second Life, por “Dave” interpuesto, con una prostituta virtual. De modo que Amy se fue a pedir el divorcio. Por si acaso el Registro Civil –que, el pobre, tiene sus limitaciones– no entendía que se trataba de un adulterio con todas las de la ley, Amy no alegó, como motivo para divorciarse, infidelidad, sino “unreasonable behaviour”, conducta poco razonable. Que el Registro Civil admitiera que lo único “poco razonable” en esta historia es el affair de “Dave Balmy” con una desconocida en un sofá, dice mucho a favor de la flema británica, y no es la menor paradoja de esta bonita historia, que desde aquí regalo a Mario Vargas Llosa en calidad de versión último grito de algo más viejo que el ir a pie: La verdad de las mentiras.

Por cierto, Amy Taylor está ya nuevamente prometida, con un caballero al que ha conocido en World of Warcraft (¡cuando decíamos que la señora era de armas tomar!…). En cuanto a su ex marido David Pollard, ha hecho lo que hacen los adúlteros puritanos, que es preparar deprisa y corriendo una boda para darle un aire –aunque sea un poco tarde– presentable y decentito al calentón, y está ya oficialmente prometido con la desconocida del sofá, en la vida real una joven norteamericana de Arkansas, Linda Brinkley, a la que el David Pollard de carne y hueso no ha visto nunca. Ella, en cambio, la tal Linda, debe de haberle visto por lo menos en foto –¡si le he visto hasta yo, sólo porque por hacer tiempo compré el Guardian en el aeropuerto de Glasgow!…–, a pesar de lo cual, y de saber su historia, se quiere casar con él. De lo que deduzco, a título personal, que cualquier cosa que le pase a partir de ahora a la tal Linda la tendrá bien merecida. ~

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