La interdisciplinariedad de los premios Nobel

Tanto en la física, que escudriña en las profundidades del átomo, como en el descubrimiento de procesos vitales y de técnicas ingeniosas para salvar vidas es clara la interdisciplinariedad de las ciencias básicas. 
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Química

A lo largo de las semanas pasadas se anunciaron los premios que la Fundación Nobel otorga cada año a las investigaciones cuya promesa (curar una enfermedad, facilitar la vida de las sociedades, responder una pregunta esencial) un ejército de científicos tratará de refinar durante décadas, marcando tendencias sobre la manera en que se cuestiona a la naturaleza y abriendo campos de investigación inéditos.

Tanto en la física, que escudriña en las profundidades del átomo, como en el descubrimiento de procesos vitales y de técnicas ingeniosas para salvar vidas es clara la interdisciplinariedad de las ciencias básicas. Uno pensaría que observar y descubrir aspectos genéticos relacionados con el cáncer, que afecta a personas y animales, un asunto biológico, debería haber sido premiado en la rama médica. Pero he aquí que los premiados con el Nóbel de química: Thomas Lindahl, Paul Modrich y Aziz Sancar, tuvieron que armar un escenario químico para entender lo que estaba pasando al interior del ADN.

Heredero de una tradición establecida en el Medical Research Council de Cambridge (UK), el trabajo de Thomas Lindahl no podría explicarse sin la manera en la que Max Perutz, Sir Aaron Klug, Sidney Brenner, César Milstein, Sir Francis Crick y James Watson abordaron el papel de la cadena helicoidal en la supervivencia de los organismos que la poseen. Considerada a mediados del siglo XX una cadena de información “cerrada”, sin posibilidades de cambiar sus frases y puntuación, Lindahl descubrió en Londres un mecanismo que todo el tiempo está tratando de corregir los defectos de fraseo ocasionados por el ataque de mutágenos (asbestos, moléculas del tabaco industrial, emisión de automotores) o por herencia.

Sabemos también que el ADN de las células se copia a sí mismo casi todo el tiempo, y en ese proceso la duplicación suele experimentar muchas pifias, una especie de “teléfono descompuesto” que, de prosperar, nos llevaría a la muerte. Paul Modrich en Duke, Carolina del Norte, descubrió la manera en la que la cadena de la vida se las arregla para reducir, de forma notable, las frases mal copiadas. Por su parte, el profesor Sancar encontró otro procedimiento natural que el ADN emplea para evitar otra clase de daños, en particular los de los rayos UV.  Este premio Nobel es, en suma, el reconocimiento a una tendencia que comenzó con los pioneros en el estudio de la genética molecular. Como me lo dijo alguna vez Max Perutz, premio Nobel por haber descubierto la estructura de la hemoglobina: “hay que hacer química en un contexto biológico”.

Fisiología y Medicina

El Premio Nobel de Fisiología y Medicina fue otorgado a tres biólogos con estrategias químicas, cuyo objetivo es defendernos de los parásitos que llevan a millones de personas a la muerte. El microbiólogo Satoshi Omura realizó estudios en diversos microbios para combatir infecciones como la ceguera de río y la filariasis linfática, mientras que William C. Campbell, biólogo experto en parásitos, trabajó con las cepas de Omura  y encontró que una contenía una sustancia química activa llamada avermectina, la cual derivó en un fármaco (ivermectina) que hoy en día se utiliza para tratar a quienes padecen dichos males.

Por su parte, la profesora Youyou Tu de la Universidad de Pekín descubrió en una planta llamada Artemisia annua una molécula muy eficaz para eliminar el parásito de la malaria. La artemisinina, junto con otras drogas, ayuda a salvar más de cien mil personas cada año solo en el continente africano.

Física

Con respecto al Nobel de Física, si bien el año pasado hubo un “desliz” por ese extraño fenómeno que es la luz, la tendencia vuelve a las partículas subatómicas y la fascinación por los ingeniosos y espectaculares experimentos para detectarlas. Esta ocasión fueron premiados los caza-fantasmas Takaaki Kajita y Arthur McDonald, quienes intentan observar una de las entidades más ligeras, abundantes y escurridizas del Universo: los neutrinos. Existe, de hecho, una familia de estas partículas que no tienen carga eléctrica y su masa es tan insignificante que apenas pueden encontrarse más de mil de ellos por centímetro cúbico. Nuestro enorme y sólido planeta es transparente para el intenso viento de los neutrinos que salen del sol, llueven sobren nuestras cabezas de noche y bañan nuestros cuerpos de día cuando estamos despiertos. Pero es casi imposible darse cuenta de que pasaron por aquí. No afectan la vida en la Tierra pero en su calidad de partículas elementales ayudan a conformar la estructura del Universo.

A principios de siglo XX era un completo misterio hasta que en 1953 se creó el Proyecto Poltergeist para demostrar su existencia. A lo largo de sesenta años se han hecho cada vez más complejos y grandes los tanques de agua ultra pura enterrados a 600 metros o más debajo de la tierra, equipados con paredes de finos tubos fotomultiplicadores que, en el raro caso de que un neutrino choque con un electrón o un protón que se encuentre en el agua, emitirá una señal llamada cono de luz Cherenkov. Kajita y McDonald han llevado esta cacería de partículas quizá no más allá del Modelo Estándar de la Materia pero ciertamente han recorrido un camino “paranormal”, emocionante y trascendente en el conocimiento de la naturaleza y comportamiento de estas entidades fantasmales.

 

 

 

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escritor y divulgador científico. Su libro más reciente es Nuevas ventanas al cosmos (loqueleo, 2020).


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