Las dos caras del liberalismo económico

El liberalismo, más que una ideología, es un temple, una disposición de ánimo para aceptar la validez de todas las preguntas. Octavio Paz pedía que del liberalismo y el socialismo surgiera una nueva doctrina. Aguilar Rivera, Beck, Bravo Regidor, Silva-Herzog y Bartra levantan un mapa donde abundan los recovecos de las dudas y escasean las planicies de las certezas. Al final, una tarea: devolverle al liberalismo su talante combativo a partir del reconocimiento de sus insuficiencias.
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Es el Partido Republicano de Estados Unidos un partido liberal? Solo un economista podría responder afirmativamente. Mientras que en temas sociales o políticos no cabe duda que el partido más apegado a la tradición liberal en Estados Unidos es el Partido Demócrata, en materia económica daría la impresión de que el monopolio sobre la defensa de las libertades económicas siempre está, del otro lado de la mesa, con los republicanos. No es un fenómeno únicamente estadounidense: en muchas partes del mundo el liberalismo económico pareciera estar políticamente divorciado del liberalismo político y social. ¿Es esto una contradicción en la tradición liberal? Creo que no, simplemente es reflejo de que en materia económica, como en otras materias, el liberalismo siempre tiene “dos caras”.1

Estas dos caras del liberalismo, en materia económica, suelen articularse alrededor de respuestas diferentes a preguntas como las siguientes: ¿Es la intervención estatal una forma de limitar las libertades públicas, en particular las libertades económicas? ¿Puede el Estado ser un instrumento para afianzar esas libertades? ¿Cuál debe ser la relación entre libertad y desarrollo económico?

Algunos economistas han respondido estas preguntas calificando cualquier intervención del Estado en materia económica como una amenaza a las libertades personales y como el origen de los problemas económicos. Son los llamados economistas de “agua dulce”,2 algunos de sus predecesores y, en su versión más radical, la llamada “escuela austriaca”. Entre los triunfos de esta escuela de pensamiento está que en cierta medida han logrado ganar la “marca” de liberales. Los críticos pertenecientes a esta escuela suelen ser despojados del calificativo de liberales para adoptar categorías como keynesianos, heterodoxos, etc.

Entre esos críticos siempre ha habido los que consideran que la libertad económica y el poder del Estado no están necesariamente enfrentados. Por lo menos no de forma inevitable y prácticamente por definición. En cualquier caso, lo que resulta indispensable reconocer es que el origen de esta otra tradición en materia económica se puede encontrar en el mismo texto de Adam Smith que dio origen a la ortodoxia liberal. Como bien ha señalado Robert Heilbroner, Smith no está en contra de los gobiernos per se, sino en contra de la interferencia del gobierno en el funcionamiento de los mercados.3 Si revisamos las partes I, II y III del libro quinto de La riqueza de las naciones encontramos, de hecho, que Smith considera que el Estado debe encargarse de mantener la ley, el orden y proveer la defensa nacional. Pero, asimismo, considera que hay obras públicas que el gobierno debe proveer no como forma de entrometerse en el funcionamiento de los mercados sino para reducir los obstáculos que pueden enfrentar la movilidad de bienes y factores de la producción. Es decir, desde Smith hay un reconocimiento al papel que el Estado puede tener para ampliar libertades económicas, si bien el énfasis de la obra de Smith está en aquella parte de su libro que da origen a la escuela que hoy llamamos liberal a secas.

Aun así, no olvidemos que Adam Smith escribió entre 1763 y 1776 y, por tanto, ese Estado al que crítica con sobrada razón no es un Estado representativo. De hecho, el periodo durante el cual escribió Smith fue precisamente la etapa en que las colonias británicas en Norteamérica se separaron del imperio, entre otras razones, por no aceptar la intervención de la Corona en su organización económica. Con respecto a Estados liberales y relativamente representativos, susceptibles de ser considerados instrumentos de la sociedad, la crítica de Smith probablemente habría sido menor. Además, Adam Smith escribió durante una época en la que el crecimiento económico y los problemas sociales que este trajo consigo no tenían el carácter que adquirieron en el siglo xix. Fue justamente en dicho siglo y en Estados Unidos donde esa tradición liberal –llamémosla heterodoxa– tuvo su propio despegue, de la mano del ascenso industrial de la Unión Americana.

Durante los primeros años de vida constitucional en Estados Unidos Hamilton se encargó de representar esa tradición en la que el Estado, de hecho, puede intervenir para ampliar las libertades económicas. Cuando Jefferson y Madison insistieron en que los límites constitucionales al gobierno federal debían interpretarse de forma estricta, Hamilton replicó que la Constitución debía interpretarse de forma más flexible, dado que incluía el mandato de aprobar y aplicar todas las leyes que se consideraran necesarias para el perfeccionamiento de la Unión. Estas diferencias sobre cómo interpretar la Constitución tenían implicaciones económicas: Hamilton consideraba que el gobierno federal tenía el derecho de crear un banco nacional, Jefferson creía que no. Y si bien es cierto que el argumento de Jefferson no era en defensa del libre mercado, está claro que Hamilton estaba convencido de que la extensión de la actividad del Estado en la economía no era perjudicial per se, sino al contrario.4

Unos cuantos años más tarde fueron el propio Madison y su sucesor Monroe quienes retomaron la defensa de la intervención del Estado en materia económica de su viejo rival Hamilton. Entre otros proyectos, estos presidentes impulsaron la construcción de una red de canales que permitieron la integración del mercado nacional. Sobre el sistema de canales del estado de Ohio, que complementó la construcción del Canal de Erie, Harry Scheiber escribió hace mucho tiempo un estudio muy interesante que muestra cómo existen casos específicos en los que la dicotomía entre libertad económica y poder del Estado es falsa. La construcción de esos canales habría sido imposible sin la capacidad del gobierno de Ohio para hacerse de los recursos necesarios y el resultado fue una expansión de libertades económicas concretas para una población amplia.5

Sin estas intervenciones estatales, el despegue económico de Estados Unidos sería imposible de explicar. ¿Se redujeron libertades en este proceso? Algunas sí. El problema es que, como apuntó Karl Polanyi hace setenta años, la libertad económica en una sociedad posrevolución industrial no puede ser considerada un valor absoluto; se trata, más bien, de un valor relativo. En una sociedad compleja, para usar el lenguaje de Polanyi, restringir ciertas libertades (por ejemplo, regular la emisión de gases) termina siendo la única forma de ampliar otras libertades (por ejemplo, la libertad de respirar aire limpio). Esta postura no es ajena a la tradición liberal, ha sido parte de ella literalmente por siglos. Es tan solo otra cara del liberalismo, en la que este deja de ser una receta económica universal y se convierte en una herramienta para evaluar la siempre existente intervención estatal en términos de las libertades que restringe contraponiéndolas a las libertades que amplía. Y es esta cara del liberalismo económico la que resuelve la aparente contradicción –y es compatible– con el liberalismo político y social. ~

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1 Véase John Gray, Two Faces of Liberalism, Nueva York, The New Press, 2000.

2 Término que se le dio alguna vez a los economistas de la escuela de Chicago, para diferenciarlos de los economistas de “agua salada”, provenientes de las universidades ubicadas en las costas, como Harvard y Berkeley.

3 Robert L. Heilbroner (ed.), The Essential Adam Smith, Norton, 1986, p. 151

4 En 1832, cuando Andrew Jackson decide destruir el Segundo Banco de Estados Unidos, la postura contra la intromisión del gobierno federal en materia económica sí incluyó un componente de defensa del libre mercado, pues Jackson, además de la inconstitucionalidad, alegaría que el banco tenía un carácter monopólico.

5 Harry N. Scheiber, The Ohio Canal Era: A Case Study of Government and the Economy, 1820-1861, Ohio University Press, 1969.

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es profesor de estudios internacionales en el Instituto Tecnológico Autónomo de México


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