Cataclysmic events, whatever their outcome, are as rare and transporting as a great love. Bombings revolutions, earthquakes, hurricanes, —anyone who has passed through one and lived, if they are honest, will tell you that even in the depths of their fear there was an exhilaration such as had been missing from their lives until then.
Ana Menéndez
Oh, my God…! Oh, my God…! Oh, my God…!
¿Por dónde debería comenzarse la historia de un día global de destrucción? ¿Por enumerar paso a paso la organización, inversión en materiales, elección de día y hora para la muerte en las alturas, la del miedo por los mapas del mundo?
Así como el siglo XX inició en Sarajevo con dos proyectiles disparados al archiduque Francisco Fernando de Austria por un miembro musulmán de la Mano Negra, el siglo XXI fue inaugurado en Nueva York. Dos proyectiles se incrustaron en el símbolo por excelencia de las relaciones mundiales: Las Torres Gemelas del World Trade Center.
Todas las primeras planas periodísticas del 12 de septiembre del 2001 compartieron las mismas instantáneas del escalofrío. Tipografías exageradas y fotos de las torres del World Trade Center ardiendo, escombros, operativos de auxilio, caras estupefactas de líderes internacionales. Para entonces, la noticia no tenía sentido: la Humanidad se había intoxicado horas antes con un bombardeo electrónico de imágenes, repetidas hasta los puntos de fuga del asombro, lo hondo del mismo terror. El manejo mediático del hecho inauguró un nuevo ciclo en la naturaleza de la destrucción: la transformó en un espectáculo global.
Con ese resplandor encandilante, nuestro siglo sucedía con mérito a uno pródigo en conflictos, holocaustos y exterminio generalizado, cuya herencia no fue la globalización, sino la bomba nuclear: el Prometeo escapado de las teorías einstenianas que, a manera de fantasma, inició su recorrido espectral por el mundo en los albores de una Tercera Guerra. Buenos días, paranoia. El 11-S resucitó símbolos arcaicos de la catástrofe. Hubo quien, con tino y buen sentido del simbolismo inconsciente, barajó el Tarot y notó su arcano XVI, de la torre ardiente y a punto de caer. Hubo quien extrajo la carta El colgado y la comparó, con el hombre congelado en caída libre desde una de las torres, cabeza abajo: Falling man.
La estética de la destrucción
Ahora estaba el reto de abordar todo ello desde la escritura y el arte. ¿Era posible recurrir a la mención del 11-S desde una mirada estética?
He aquí lo expresado por Mónica Lavín en un texto alusivo a La estética de la destrucción: “En el instante del deliberado choque [del jet con la torre] la experiencia fue sensorial, plástica”. Y sí, vimos caras parecidas a la de El Grito, de Munch, huyendo de las nubes apocalípticas de polvo. Inevitable fue que no pensáramos en la lluvia de hombres, de Magritte al contemplar las transmisiones televisivas de quienes caían al abismo, en una suerte de representación en performance repetitivo como en las obras de arte contemporáneo. ¿O estábamos en un cuadro de Brueghel, digamos, El triunfo de la muerte, o en el de La Torre de Babel? Habríamos de haber invocado a Picasso o a Goya para que desde el mundo de los muertos registrasen la vorágine sobre el lienzo. Es curioso notar que en su obra teatral La hora de todos, Juan José Arreola preconizó lo que sucedería cincuenta años después, imaginando el impacto de un jet en el Empire State (para entonces el edificio más alto del mundo).
Los días subsiguientes a los ataques a las Torres Gemelas, los comentaristas de opinión especulaban, sobre la génesis de los hechos. Con el paso del tiempo, grandes escritores atacaron el tema desde la óptica en gran angular que brinda la novela. A un modo notorio, la aparición de las novelas norteamericanas relativas al 11-S comenzó en 2005, cuatro años después de la catástrofe, intentando la consolidación de un nuevo género: la 9/11 novel. En ese mismo momento algunos editores se preguntaron: ¿no será demasiado pronto para escribir sobre el 11-S? Desde siempre, uno de los anhelos máximos de los autores estadounidenses es escribir la gran novela americana; ahora, una submeta ambiciosa de este sueño es escribir la gran novela del 11 de septiembre. Según Books in Print, entre 2001 y 2006 se publicaron 1.036 títulos de no-ficción sobre el 11-S. En ese mismo periodo se publicaron aproximadamente 30 novelas centradas en los ataques de ese día.
¿Qué aporta la novela a la realidad de un día como aquél? Dos maestros del género opinan al respecto: Dice Javier Cercas: “Si la novela debe iluminar la realidad mediante la ficción, imponiendo geometría y simetría allí donde sólo hay desorden y azar, ¿no debería partir de la realidad y no de la ficción?” Dice Thomas C. Wolfe: “La tarea del escritor consiste en mostrar cómo el contexto social influye en la psicología personal”. Acaso entonces, se requería la sabiduría de la novela, aunada a su inclemente poder de penetración, para abordar tanto asombro. El tema lleva preocupando a los más jóvenes escritores norteamericanos, la llamada generación quemada (una etiqueta creada por la británica Zadie Smith), que con mayor o menor fortuna ha incluido en sus textos ese miedo apocalíptico a la destrucción.
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En el número de octubre de 2001, a unas semanas de los ataques terroristas, Letras Libres publicó sus primeras reacciones ante la tragedia. Estos son algunos de los textos destacados:
- Tanto el periodista Pete Hamill, el escritor Eliot Weinberger y el historiador Enrique Krauze escribieron crónicas desde Nueva York. Aquí los textos.
- Guillermo Sheridan dedicó su columna a Nueva York. "Humo, intermedio", tituló su texto.
- La edición española de la revista debutó ese mes. Entre los textos de ese número inaugural, Tsvetan Torodov escribió un largo ensayo sobre la identidad.