La tradición hebrea atribuye al profeta Jeremías un libro hermoso y desolado. Dividido en cinco cantos, el Libro de las lamentaciones narra, en un tono de honda elegía, la destrucción del Templo y la ciudad de Jerusalén como un castigo divino. A partir del siglo VIIi de nuestra era, la liturgia católica romana comienza a utilizar el texto de las Lamentaciones incorporándolo al oficio de maitines que se cantaba durante los tres días anteriores al domingo de Pascua, justo después de la medianoche. Los compositores franceses de finales del siglo XVII de Lalande, Charpentier y, de manera especialmente memorable, Couperin, llevaron a su más alta forma de expresión este género de música sacra que conocemos como Leçons de ténèbres. En las Lecciones de tinieblas se canta una letra del alfabeto hebreo, seguida de uno de los versículos que componen el poema de Jeremías. La destrucción del Templo y la ulterior desolación de la Ciudad Santa han de remitir, bajo la perspectiva de la cristiandad, a la figura del Redentor, abandonado por sus doce discípulos durante sus últimas horas. Trece velas se encendían al comienzo de la liturgia y, conforme avanzaba el oficio, se iban apagando una por una, hasta conservar encendida una sola, que simbolizaba al Cristo que permanece rodeado por la oscuridad.
Cien tus ojos, el libro más reciente de Luis Vicente de Aguinaga, obliga estas consideraciones. En primer lugar, porque los tres epígrafes que inscribe en el umbral del volumen están tomados de los cantos primero y segundo del Libro de las lamentaciones, o de los Llantos, como aparece en la versión de Alfonso x, el Sabio. (El curioso lector puede compulsar en su Biblia la bella traducción de Casiodoro de Reina, revisada por Cipriano de Valera.) En segundo lugar, porque el tema de Cien tus ojos es, precisamente, el canto elegíaco desde una ciudad destruida, y luego porque la cuidadosa armonía, la estricta arquitectura del libro está concebida y ejecutada de acuerdo con el canon de una composición musical. Vale la pena detenerse en este asunto. Cien tus ojos es un solo poema. Un poema dividido en cuatro cantos: “La duración”, “La ciudad cancelada”, “Habitaciones” y el que da título al volumen, “Cien tus ojos”. A su vez, cada uno de estos cantos se compone de tres poemas y cada uno de ellos contiene tres estancias. Los números importan, porque confieren a la rigurosa construcción una secuencia, un ritmo, una respiración. Aunque no las descarto, prefiero no abundar en las implicaciones de la numerología hermética. Cada letra del alfabeto hebreo es también un número. Su lectura e interpretación han desvelado a incontables generaciones de cabalistas y, en nuestra época, han consumido las vigilias de no pocos incautos. Lo cierto es que las Lamentaciones de Jeremías han sido un fondo de verdad al que hermeneutas, músicos y poetas, a través de los años, han podido asomarse y desde ahí, tomar un impulso renovado. En 1980, el poeta español José Ángel Valente publicó sus Tres lecciones de tinieblas. Un conjunto de poemas que, a su manera, dialogan y reinventan el desolado canto del profeta. Luis Vicente de Aguinaga, en el comienzo del nuevo siglo, no ignora esta aventura. Por el contrario, la conoce bien. Y luego la olvida, para que de este olvido pueda surgir su propio poema. Hace tiempo que la poesía mexicana no nos daba un libro tan redondo, tan de una sola pieza. Cien tus ojos es un canto cuyo fraseo, minuciosamente elaborado, se despliega y se repliega, se fractura y recompone con una pericia inusitada, donde los vocablos exilio, sal, desnudez, desierto, aire, piedra, hoguera, voz, mar, remiten a un ámbito inmemorial, a un lugar que está más allá del tiempo y que, a la vez, resulta preciso leer en este tiempo. En este lugar que la poesía de Luis Vicente inaugura para nuestros ojos abiertos. ~
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