(Refrito de corajes previos)
Comenzó 2012 con la ritual repetición del milagro: el compañero Joaquín Gamboa Pascoe, propietario particular de la Confederación de Trabajadores de México (CTM) fue democráticamente reelegido como propietario particular del Congreso del Trabajo (CT) a pesar de su avanzado estado de descomposición.
Es fascinante que el líder Joaquín Gamboa Pascoe sea capaz de conducir al movimiento obrero nacional hacia su cita con la historia cuando ya no puede conducir ni siquiera sus meados hacia el excusado (si no es con ayuda de las fuerzas vivas). No importa: la eterna reelección de un puñado de líderes sindicales mexicanos es uno de los más sólidos argumentos para demostrar no sólo que el tiempo es circular, como lo supieron los mayas y los babilonios, sino que además le da por el humor negro.
(No por experimentado deja el renovado líder Gamboa de ser joven. Con apenas 478 años de edad cuenta con fuerza suficiente en las prótesis para controlar el timón laboral. Es un muchacho si se le compara con el siempre difunto Leonardo Rodríguez Alcaine, alias “La Güera” –que recibió velorio de cuerpo entero con sólo 712 años–, y el reincidente difunto Fidel Velázquez que, según la prueba del carbono 14, contaba con 1,438 primaveras cuando pasó a mejor militancia.)
Gamboa Pascoe, Flores Morales, Gómez Urrutia, la maestra Gordillo, ricachones y lujosos, pasan todos de líderes a líderes perpetuos, y de ahí a propietarios privados de los destinos de millones de fuerzas vivas en un asombroso acto de prestidigitación democrática. De los líderes de los sindicatos de “izquierda”, lamentablemente, no puede hablarse mejor, condenados también a la reelección eterna.
Cada uno de estos prohombres (o, en su defecto, promujer) cobra cuotas, vende contratos, monopoliza rubros enteros del quehacer económico, azuza crisis a su conveniencia. Desde luego, siempre, para solaz y esparcimiento de los patrones y/o políticos –socios y aliados– que les venden y compran protección. Pues cada empleado debe aportar sus centavitos para el engrandecimiento de estos líderes invariablemente revolucionarios (sean de izquierda o de “izquierda”) urgidos de casotas, carrotes, pulserotas, cuentotas de bancotes, viajesotes a Las Vegotas, putotas, jacuzzotes, tequilotas, coñacotes y otros insumos necesarios para el correcto desempeño de sus funciones.
Líderes, liderazos y lidercillos intocables… Nacen, o llegan o se apoderan de su cacho de realidad, la confiscan y la explotan en beneficio de sus más bajos intereses. Desde el líder de los empleados de las boutiques unisex hasta el de los petroleros; del de empacadores de lentejas o la industria de la uña artificial hasta el de los mineros; desde los que componen música, salen en la tele o cargan un cilindro hasta el de los maestros… No hay rubro de la realidad mexicana que no tenga encima un líder sindical y una cuenta de ahorros.
Nadie a quien rendirle cuentas; nadie que se las pida. Con su fuero sui generis, resistentes a la Secretaría de Hacienda y a la del Trabajo; blindados ante el IFAI; intocables por el ejecutivo; excepciones del judicial; co-propietarios del legislativo; omnipotentes ante el cuarto poder, y el quinto y el que le pongan enfrente, son los dueños de México y cantan victoria. Amos y señores (o, en su defecto, señoras) de vidas, haciendas y destinos: vitalicios, impunes, absolutamente inamovibles.
Como dijo uno de ellos: “Estamos jodidos todos ustedes”.
Salucita.
(Publicado previamente en El Universal)
Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.