Lo instantáneo y lo permanente

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En torno a la elección del 5 de julio apareció un nuevo rostro de la ciudadanía, un rostro inconforme con el funcionamiento de nuestro sistema democrático. Si bien asumió diversos proyectos, me referiré a dos. El primero expresó su protesta anulando el voto. El gesto -legítimo, espontáneo, efímero- partió de un sector ilustrado e informado de la población que buscó enviar a los partidos una señal inequívoca y masiva de disgusto por su pobre, errático y costoso desempeño. El segundo -igualmente legítimo pero más elaborado y, a mi juicio, más constructivo- partió de un ciudadano ejemplar, Alejandro Martí. Su nueva organización civil, México SOS, planteó una agenda conformada por demandas ciudadanas concretas relacionadas con la seguridad pública (para presidentes municipales y gobernadores) y con la reforma del Estado (para diputados federales). En seguida pidió la adhesión de los candidatos a esa agenda y les solicitó la firma de su compromiso ante notario público. Bajo el lema “Mi voto por tu compromiso”, cientos de candidatos de todo el país y de todos los partidos enviaron sus adhesiones, que fueron validadas por Lupa Ciudadana. Antes de la elección, los electores pudieron conocer a quienes habían firmado el pacto y así orientar mejor su voto. Luego de la elección, un Observatorio Nacional Ciudadano (integrado por México SOS, Lupa Ciudadana y otras organizaciones sociales) se encargará de monitorear las acciones de legisladores, ediles y gobernadores, evaluará periódicamente si se apegan o no al compromiso que asumieron como candidatos y canalizará esa información a los medios.

La primera iniciativa fue un llamado de buena fe a la conciencia cívica (hipotética, digamos) de los representantes; la segunda introduce elementos nuevos en nuestra política. Normalmente son los partidos quienes exponen su agenda y piden al elector su adhesión bajo la forma de un voto; aquí ha sido al revés: una agrupación ciudadana propone una agenda y apela a los candidatos para que se adhieran a ella, con la advertencia de que esa firma ante notario dará pie a un monitoreo público de sus actividades. Es un primer paso, modesto si se quiere, pero importante, porque representa la posibilidad de turnar iniciativas ciudadanas al Congreso. Aunque la prerrogativa de iniciar una ley está reservada a los congresos y gobiernos, Martí y su grupo han abierto esa vía inédita de participación en los trabajos del Legislativo.

El contraste entre las dos iniciativas tiene una manifestación numérica. En la elección de 2003 se anularon 3.36% de los votos, en el 2009 el 5.39%, es decir, el voto anulista representó el 2.03% de la votación. Es verdad que si fuera partido hubiese obtenido registro, pero nadie conoce su imaginaria plataforma. Los votos nulos, ¿provinieron de los desencantados con la izquierda y sus querellas? El descenso de votos por el PRD parece confirmar esa hipótesis. En cualquier caso, del lado de Alejandro Martí y su movimiento el resultado fue sobresaliente. De los cientos de firmantes, 63 candidatos resultaron diputados electos. Si fuera bancada sería del 12%, arriba del Verde, de Convergencia, el PT y el Panal. Sería la cuarta fuerza en el Congreso. La novedad es que no es, no debería ser, una bancada partidista: es, o debería ser, una bancada ciudadana. El tiempo dirá, pero tampoco se dejará al tiempo la última palabra: existe el compromiso público de monitorear el quehacer de esos legisladores (firmaron y ganaron 63), presidentes municipales (14), gobernadores (2) y delegados (4). En el caso de los legisladores, se pondrá la lupa en quien presenta las iniciativas y quienes se adhieren a ellas, en el trabajo que desplieguen en las comisiones respectivas, pero sobre todo en el sentido de su voto cuando llegue el momento de la verdad, en el pleno de la Cámara.

La democracia pertenece menos al reino de lo instantáneo que al de lo permanente: es una edificación cotidiana. La democracia tiene sus momentos definitorios (las elecciones), sus actos de expresión masiva (manifestaciones, pancartas, protestas), sus valores esenciales (la libertad de expresión, de crítica y debate), sus instituciones cardinales (IFE, Trife) y sus leyes específicas. La democracia tiene también sus protagonistas, que no son sólo los partidos y los políticos. Contamos también los ciudadanos. La democracia se construye tejiendo redes cívicas, participando voluntariamente en todos los niveles y todos los ámbitos posibles, organizando obras de beneficio común. Aunque en el “gran diseño de la Historia” estas obras puedan parecer insignificantes, son los cimientos de capital social, los entramados de civilidad, que darán permanencia al edificio.

Pero ante estas cuestiones, se abren preguntas inquietantes que convendría explorar en encuestas serias y profesionales: ¿qué piensan, qué proyectan, las nuevas generaciones de ciudadanos? ¿Se sienten inquilinos o ciudadanos del país? ¿Confían en lo instantáneo o en lo permanente? O quizá es tal su desazón que no confían en nada.

– Enrique Krauze

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Historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial Clío.


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