Hoy es el día en que inauguro una sección que a ustedes probablemente no les gustará. No se preocupen: la limitaré a esta única entrada. ¿Por qué? Porque nos gusta la variedad, aquí, en su Blog de la Redacción de Letras Libres. ¿La sección? Se titula ¡Lo que hice el fin de semana! ¿A saber? ¡Leer, comer y dormir en la casa de campo! La casa de campo, ¿es mía? ¡No, de mis padres! ¿Tiene chimenea, televisión, una colección bastante amplia de National Geographic y un reproductor de DVD? ¡Sí! ¿Caballerizas, jacuzzi y automóviles todo terreno? ¡No! ¿Podemos, pues, empezar con esta nueva sección?
Miren, yo sospecho que ustedes ya conocen el malestar que aqueja a los lectores desordenados que emprenden un corto viaje. Permítanme, sin embargo, decir lo siguiente. En su maleta, el lector desordenado, además de su ropa y artículos de aseo personal, acomoda algunos cuantos libros. Varios de ellos regresan sin haber sido abiertos. Cabe siempre la duda: ¿realmente querremos leer lo que hemos elegido inicialmente? (El primer libro que metí en mi pequeña maleta, antes de emprender el camino, fue The Border Trilogy de Cormac McCarthy; ni lo saqué). ¿No sería conveniente, nos preguntamos, llevar algún otro libro? (Por si las dudas, también metí el primer volumen de los Cuentos de Edgar Allan Poe en la edición de Alianza; leí uno de ellos.) Esta lógica lleva al lector a meter también De eso se trata de Juan Villoro, Santa, Mi diario I (1892-1896) e Impresiones y recuerdos (1893) de Federico Gamboa. ¿Saldo? Una maleta con más libros que ropa y lecturas a medias. Avancé poco en el de Villoro, terminé Santa y avance un poco, nada, en Impresiones y recuerdos… Estoy al tanto: parece que no aproveché el fin de semana al máximo. Pero hubo otras actividades. Como dormir, ver el futbol (que no me gusta), ver alguna película que ya había visto (Terminator 2) y comer como cerdo. También pasé tiempo con mi familia (la hermana, el cuñado, los padres) pero no voy a ahondar en ello porque tampoco se trata de ponerlos a dormir ni de soltar indiscreciones.
Como no me bastó el exceso de libros –¿pero fue un exceso?– me decidí a comprar una revista. A que no adivinan cuál. ¡La nueva Letras Libres! Y el número de este mes de Letras Libres trae lo que viene a ser mi mero mole, un dossier dedicado a la autobiografía, no como género sino como ejercicio (aunque en el anuncio de lo que puede esperarse este mes en letraslibres.com, se promete adecuadamente que nos dirigirán a Phillippe Lejeune, a quien se conoce por su El pacto autobiográfico, y a Sylvia Molloy, autora de Acto de presencia: la escritura autobiográfica en Hispanoamérica). Se presentan así a seis autores, seis autobiografías que “continúan una tradición inaugurada en los años sesenta cuando Rafael Giménez Siles, director de Empresas Editoriales, tuvo la brillante idea de encargar a un grupo de jóvenes escritores mexicanos –entre otros, Salvador Elizondo, Sergio Pitol y Juan García Ponce– la redacción de sus autobiografías precoces”, según se lee en Contenido.
Y, ¿quién iba a pensarlo?, cuando dejé la Letras Libres a un lado (debo decir que, ay, durante el fin de semana no leí el dossier, apenas la sección “Relectura”, la reseña escrita por Vila-Matas, el relato de Christopher Domínguez, el texto de Enrique G de la G y el de Guillermo Sheridan; ya habrá tiempo), me decidí a abrir Impresiones y recuerdos de Gamboa (la primera edición en “Memorias mexicanas” es de 1994, vía Conaculta; se publicó originalmente en Buenos Aires, en 1893). Ahí, en la nota preliminar escrita por José Emilio Pacheco, pude leer lo siguiente. Lo copio sólo para que estén enterados: “En 1963 apareció en Francia Autobiografía precoz de Yevgeny Yevtushenko. Asombró que un joven de treinta años practicara un género reservado para la última etapa de su vida. Y en México el libro del poeta ruso estimuló la publicación de una serie autobiográfica que hoy es un testimonio apasionante de cómo los nuevos escritores de entonces vivieron los sesenta”. Sigue Pacheco: “Las memorias por adelantado de esa generación coincidieron con el centenario de Federico Gamboa (1864-1939). Sin embargo, nadie recordó en aquel entonces que él se había anticipado a sus descendientes cuando, en 1893, publicó a los veintiocho años (cumplió los veintinueve en diciembre) su propia autobiografía precoz, Impresiones y recuerdos”.
De la serie ideada en los sesenta por Rafael Giménez Siles sólo he leído la de Elizondo, en la reedición del 2000, a través de Aldus. Ahora me paré de mi asiento para sacar de mi librero no ese libro sino Elsinore: un cuaderno (“de referencia autobiográfica”, como puede leerse en la contraportada). Y lo traje aquí a mi lado porque leyendo un poco más de Gamboa, a setenta años de su muerte, apenas en el segundo capítulo de Impresiones y recuerdos, leo que también él pasó parte de su educación en los Estados Unidos. Mi mente divaga. Se le aparecen referencias, alusiones, ríos subterráneos. Y así, de Elsinore (que le da nombre a la Escuela Naval y Militar de Elsinore, o ENMS) paso al primer ensayo de De eso se trata, de Villoro, “El rey duerme: crónica hacia Hamlet” (no me lo van a creer, pero acompañé este texto, que inicia con una crónica sobre los “cerebros mojados” de finales de 1993 –Villoro relata su salida de México al poco tiempo de que se terminara la euforia engañosa en la que estaba sumida el país, para entrar a otro sumidero– con la National Geographic de agosto de 1996, en la que se hace un análisis del México de entonces, recién salido de crisis; también, ese año, 1996, yo estaría regresando a casa después de pasar mi segundo año de secundaria en una escuela semi-militarizada estadounidense).
El fin de semana anoté esto en mi cuaderno, lo saco de la página 79 de De eso se trata, en la edición de 2008 de Anagrama: “Las Memorias son el expediente de un cuerpo que por momentos conocemos mejor que el nuestro. No es extraño que hayan surgido de una receta médica. En 1789, el doctor irlandés O’Reilly revisa al viejo libertino [Casanova] en Dux y le aconseja escribir la historia de su vida para purgar sus negras ideas”. ¿No es bello esto? ¿En consonancia con el Foucault que nos recuerda que junto a la máxima délfica “Conócete a ti mismo” se encontraba aquella que decía “Cuídate a ti mismo”?
Eso fue lo que hice el fin de semana. Consideren esto una página de mi diario de lectura. ¿Les parece aún poca cosa? Para eso tenemos a Kafka, quien en su diario de viaje de agosto-septiembre de 1911 nos recuerda: “Alguien que no lleva diario no es capaz de valorar un diario correctamente. Por ejemplo, al leer en el diario de Goethe que el 11 de enero de 1797 se pasó todo el día en casa ocupado con diversos asuntos, tiene uno la impresión de nunca haber hecho tan poca cosa”.
– Guillermo Núñez
(ciudad de México, 1982) es filósofo, escritor y jefe de redacción de la revista La Tempestad