Lo que no escrib

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París, 6.3.92. Rilke busca aproximarse al modelo de aquellos que se instalan en el interior de su propio trabajo. "Van Gogh podía hacer desatinos, pero la pintura estaba siempre detrás de su perturbación; ya no podía caer hacia fuera del trabajo. Y Rodin, cuando no estaba bien, permanecía cerca de su trabajo —escribe bellas cosas en innume-
rables papeles, lee a Platón, medita sobre él. Presiento, con todo, que esta disposición para el trabajo no puede ser sólo el resultado de un aprendizaje y de una disciplina (si no, cansaría como me ha cansado a mí estas últimas semanas); es la alegría; es un bienestar natural en el interior de la única tarea incomparable."
      
     Importancia de distinguir entre el adentro y el afuera del trabajo —sobre todo en el asunto del diario. Porque un diario, marcado por la cadencia de los días, es una actividad que se hace con el afuera, y únicamente en determinados momentos tenemos la compensación de mirar hacia adentro. Sólo cuando retomo las notas acumuladas soy capaz de sentir por dentro o dentro del trabajo. Transgredo así la regla que Virgilio Ferreira se impone: sólo vale lo que se escribe en las horas de un día. Piensa, como los periodistas, que un día cabe siempre en un solo día. Es tal vez por eso por lo que se arriesga a hacer de Conta-corrente un depósito de residuos.
      
     Claude Mauriac, en su diario escrito bajo el signo del tiempo inmóvil, imagina el tiempo como una especie de hipertexto en el que el curso de los días se abre y se distribuye a manera de un espacio. Son paseos en torno a los lugares de la memoria. Me seduce cada vez más la idea de esa biogeografía.
     ***
     Clermont-Ferrand, 26.3.92. La admirable Laura Morante (la belleza será convulsiva) declaró recientemente: "La verdad artística significa no estar dominados por la voluntad de agradar". Perfecto. Es una línea de demarcación. Es eso lo que explica, por ejemplo, la fuerza de Manoel de Oliveira. Como él suele repetir, a través de Klee citado por Deleuze, hace filmes "para un pueblo por venir" —y no sabe bien, dice en una carta asombrosa que me dirigió, cuál es la naturaleza de este pueblo: no será ya "el pueblo de la democracia", sino tal vez (sin excesivo peso religioso, me explica para no asustarme) "el pueblo de Dios". Yo diría que la expresión incluso me gusta si la supiera leer de este modo: "el pueblo que se sitúa en el lugar de Dios". Es por eso por lo que no es posible confundir este "pueblo" con el "pueblo de la democracia". El arte, además, nada tiene que ver con la democracia. Como la ciencia. Las condiciones de acceso al arte, sí. Pero el arte sólo puede ser no-contemporáneo. Es decir, sólo puede partir de la indiferencia total en relación a la idea de agradar o no agradar, que es algo que queda siempre encerrado en los ejes de la contemporaneidad.
     Tomemos el caso de un Felipe La Féria. Lo prefería cuando nos mostraba a Pasolini (con una inolvidable Teresa Roby) o Duras. En ese momento había, con mayor o menor acierto, una verdad artística que se exponía en su radicalidad. Hoy, ciertamente movido por el tan humano deseo de facturar, como diría O'Neil, se preocupa sólo por agradar (y, en un cálculo astuto, por desagradar lo suficiente para poder agradar más). Fue consagrado por el deseo de nostalgia de masas poco exigentes hacia los demás (y hacia ellas mismas). Se volvió un hombre conocido. Perdió toda la verdad artística. Como es inteligente, se volvió cínico.
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     París, 15.5.92. ¿Difícil, no? Sigues una carretera que el guía indica, y que te deberá conducir al pequeño puerto de Cancale. Desciendes por calles estrellas, y de repente llegas a un lugar maravilloso, lleno de pequeños restaurantes y hoteles modestos, con un farol al fondo. Te gustaría vivir aquí durante semanas, meses, ¿por qué no?, armonizarte con el ruido de las olas, pasear entre las rocas, escribir en la veranda de madera del cuarto, pasear en barco al principio de la tarde, comer en el mar, sentir el viento en el rostro, adormecerte sobre la cama con el cuerpo cansado, volver a comer en un pequeño restaurante de turistas y marineros, conversar sobre la vida con una copa al frente, y el cuerpo fresco de las algas, arena y estrellas marinas, y que la noche toda, sin prisa, disponible, inmensa, serenamente entregara la ondulación de la felicidad —y el hecho de sentir en este momento todo esto como una pérdida te impide estar aquí sentado, tranquilamente, mirar el mar, y a los hombres y mujeres que pasan, el tiempo parece deslizarse bajo tus pies, oscila entre el pasado y el futuro, sólo eso permite tu equilibrio, pero nunca se fija, nunca se estabiliza, vacila entre una realidad evanescente y una imaginación dolorosamente nostálgica, y la lección del presente, la que a mí me gustaría, ¿recuerdas?, vivir contigo, como si nada más existiese en el mundo sino este presente, ésa, parece definitivamente condenada a la erosión implacable del deseo y de la memoria.
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     París, 16.5.92. Dominique Janicaud hace una distinción entre lo que llama la política a priori (originaria, utópica, profética) y la política a posteriori (derivada, realista, prudente). La primera, como es obvio, es totalizante, corresponde a una visión política del mundo. Es una política que no es susceptible de autolimitarse, y que dice que todo es político —su ética es la ética de lo máximo, su lenguaje es el lenguaje de la revolución (o del fascismo cuando el discurso toma la forma de un discurso "revolucionario"). La segunda vive en el ámbito de las palabras vulgares, bastardeada, inexperta, cabizbaja, la apuesta mínima, el cinismo generalizado. Corresponde al campo constitucional-democrático como autolimitación de la voluntad.
     Como todos, oscilo entre las dos, y sería capaz de hacer de cada una de ellas una defensa convencida y apasionada. ¿Será esto lo que se llama un perfil "progresista"? Tal vez, pero con una diferencia. En la medida en que fui rápidamente tomando conciencia del debilitamiento de esta figura política (posmodernidad, ¿quién sabe?), fui inclinando la dimensión utópica hacia el campo cultural y canalizando la dimensión pragmática hacia el campo político (o mejor: reduciendo lo político a la dimensión pragmática). De ahí la afirmación reiterada: la cultura política de izquierda no tiene hoy una traducción política coherente (también ella se realizará siempre en términos de traición y de culpa infinita —¿qué hemos visto nosotros por todos los rincones sino esto mismo: la traición y la culpa?). Si hay una verdad de la Izquierda, tal verdad sólo puede ser retorcida y paradójica. Por eso mismo no consigo dejar de ver como una especie de hilarante parodia la convicción con que los responsables políticos hablan como si esto no fuese una vertiginosa evidencia. ¿Qué significa una verdad paradójica? Significa que, como diagnosticó Erwin Goffman, hay situaciones en que mi interlocutor no está equivocado, pero soy yo quien tengo razón. Necesitaríamos desarrollar lo que Elie Bernard-Weil designa como una lógica ago-antagonística, en que es preciso acentuar la impregnación de cada uno de los polos antagonísticos para conseguir pensarlos al mismo tiempo. Esto es exactamente lo contrario de las modalidades opresivas que buscan hacer la conjugación de dos posiciones, y que hacen el simulacro de una síntesis (miseria de la dialéctica) —lo que corresponde a lo que Jean Claude Milner llama "el progresismo de los años 80" (un principio absoluto que se decide a transigir con la realidad, un discurso revolucionario que acepta el cuadro de las elecciones parlamentarias, lo que fue la espectacular discusión sobre una Constitución portuguesa que proclamaba la orientación socialista del Estado portugués, pero que aceptaba la alternancia en el poder, según mecanismos democráticos, entre partidos socialistas y partidos que no lo eran).
     Pensar ago-antagonísticamente sólo puede ser hecho por un proceso de extremización de los polos contrarios. Es en cierto modo algo que me es natural, porque soy casi siempre llevado a escribir, o a pensar, por un exceso de carga digital y un exceso de carga analógica (lo que no siempre es fácil que sea aceptado por los demás: demasiado racional para unos, demasiado literario para otros). Es aquello a lo que un Michel Deguy llama la "oximorización de las paradojas". Lo que da origen a un pensamiento de configuración poética. Pero sólo un pensamiento poético podrá pensar hasta el final la tragedia de la política que es este fin del siglo xx. Tragedia que algunos, por incorregible miopía, jamás conseguirán ver. Les quedan las diatribas encolerizadas para escandalizar a los burgueses ansiosos de emociones fuertes.
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     Lyon, 16.6.92. Conferencia en Lyon, sobre literatura portuguesa. Como no conocía la ciudad, quedé con un inmenso deseo de regresar con un poco más de tiempo. En la mayoría de las ciudades francesas es fácil imaginar que se podría vivir allí permanentemente sin ningún sentimiento de frustración. Lo que no ocurre con la provincia portuguesa.
     Después de comer, conversación con Sylviane Sambor. Con ella todo el trabajo se realiza sin esfuerzo, en un clima de alegría. Le hablo un poco de este diario, y de la única deslealtad que no perdonaré jamás: la de aquellos que vengan a hacer una lectura policial de estas páginas. –— Traducción de Andrés Sánchez Robayna

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