El doctor Watson y Sherlock Holmes, según Billy Wilder

Los de Baker Street 221

Para una gran parte de la humanidad los personajes que suponíamos surgidos de la leyenda, la literatura, el cine y la charla de sobremesa, podrían ser seres realmente existentes, de carne y hueso.
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Cuando hace unos años la United Kingdom Television encuestó a su público sobre si a su parecer habían existido, o no, ciertas célebres figuras de la Historia inglesa, resultó que para 47 % de los encuestados el rey Ricardo I, “Corazón de León”, era puro mito, mientras, para el 23 %  Winston Churchill existió sólo en la leyenda, no en la Historia inglesa ¡y mundial! En cambio, un 58 % respondió que Sherlock Holmes, el genial detective a quien creíamos inventado por un escritor espiritista, sí fumaba meditativas pipas y torturaba a un inocente Stradivarius, sí se excitaba ¿o calmaba? el cerebro con morfina, sí se divertía investigando enigmáticos crímenes que resolvía con deducción, lógica y barbas, pelucas y maquillajes… Lo cual indicaría que Holmes existió, que vivió en el número 221 de la londinense Baker Street y que allí cumplió cotidianamente el rito del breakfastcon el doctor Watson, que era respecto a Holmes lo que el biógrafo James Boswell fue para el ingenioso y erudito doctor Johnson (a menos que otra encuesta demuestre que Johnson no fue más que un ectoplasma producido por Boswell).

Ese sorprendente resultado de la encuesta permite sospechar que para una gran parte de la humanidad (y quizá no sólo para la porción inglesa de la misma) los personajes que suponíamos surgidos de la leyenda, la literatura, el cine y la charla de sobremesa, podrían ser seres realmente existentes, de carne y hueso (“y un pedazo de pescuezo”, según decíamos los chicos de antes por gusto de la rima y/o por acreditar la existencia de alguien). Y la sospecha se alarga a otros ámbitos. Podría ser que un día una exhautiva encuesta de la Radio-Televisión Española, nos hiciera saber que para un gran surtido de españoles el rey Alfonso el Sabio no reinó y ni siquiera existió en el siglo XIII, y que el caudillísimo Francisco Franco tampoco tuvo existencia histórica ni desató una (incivil) guerra civil ni fue longevo dictador en el siglo XX, mientras que el ingenioso hidalgo don Alonso Quijano, autoapodado don Quijote, sí vivió entre los siglos XVI y XVII en un lugar de la Mancha (del que no se acordaba el sedicente biógrafo don Miguel de Cervantes Saavedra), sí enloqueció leyendo novelas de caballería, sí pasó por suntuosos castillos y destartaladas posadas, sí cabalgó por la manchega llanura para embestir, lanza en ristre y adarga al brazo, contra malvados gigantes y no contra desprevenidos molinos que nada le habían hecho, sí profesó de caballero andante y deshizo entuertos y rescató doncellas de virgo en peligro, sí fue asistido por un rústico escudero, un tal Sancho Panza (también de carne y hueso aunque más de lo primero que de lo segundo), el cual, aunque era analfabeto, ejercía la sabiduría del refranero español y tras la muerte de su señor habría vertido su testimonio de la compartida aventura al biógrafo Cide Hamete Benengeli para un libro que finalmente plagiaría el tal Cervantes.

En lo que respecta al detective, violinista y drogadicto mister Sherlock Holmes y su compañero de vida casi conyugal: el leal y discreto doctor Watson, esperemos que un día aparezca la biografía definitiva que corrija las inexactitudes del folletinista y espiritista Conan Doyle, quien por otra parte quizá no existió como una sola y entera persona, y sólo sería el seudónimo colectivo del club de los Baker Street Irregulars o de cualquiera de las otras comprobadas instituciones que en el resto del mundo rinden culto a mister Holmes: la Sherlock Holmes Society of London, la Sherlock Holmes Society of Dublin, la Sherlock Holmes Foundation of Edimburgh, la Societé Suisse des Amis de Sherlock Holmes, el Club Japonés de Lectores de Sherlock Holmes, el Holmes & Watson Institute of Washington, la Societé Sherlock Holmes des Quincailliers (sí: ¡ferreteros o chatarrateros!) de la France, etc.

Y, recordando el decir de un sabio aunque analfabeto campesino gallego: “Ya sé que sólo los tontos creen en las brujas, pero de que las hay… ¡vaya que las hay!”, aceptemos el 47 % de la sabiduría británica acerca de los muy british mister Sherlock Holmes y el doctor Watson, quienes, tras el breakfast o durante el five o’clock tea, quizá reciben a sus fans en Baker Street 221, London, England, United Kingdom. 

 

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Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.


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