(Fragmentos)
1
El grito cimbró como una lanza en la curva de su ascenso todo ese ruido de sueño en los oídos,
grito desencarnado, ecos difusos, y como tráfico de almas en pena, los pensamientos–
hechos de voces machacadas, rasgaduras,
mezclando sin concierto sus afanes dispares, urgiendo el lugar primero
–por unos cuantos mendrugos.
Así en casa de locos, la lucidez cambiante, los sentidos obtusos, la ignorancia en su silla de paja–
todo el tumulto se cimbra y se suspende. Y desde lo oscuro el grito penetra en ráfagas,
punza vivo,
desprendiéndose de un simple monosílabo, una breve nota monocorde, para caer
como una lanza.
2
Tras la noche de ruidos lacerantes, un signo interroga sobre un mismo predicamento y recibe
dos respuestas contrarias.
El estruendo de cortos circuitos aúna al rumbo espeso una condena cierta.
Y estar bajo ese rayo –como una capa ardiente, una jugada imprevista del destino–
es aceptar un sacrificio.
Desde alguna decisión obtusa los suelos movedizos inciden en el traspié.
El curso aleatorio hace y deshace pequeños bloques de sentido.
3
El sudor escurre desde la nuca, cae espalda abajo, hormiguea en las ingles.
Y frente a una lata de cerveza, ver la danza de moscas, las colillas en el piso de cemento, las vitrinas opacas.
El hombre sentado al frente, con las botas salpicadas de fango, igual que la ropa y el cabello, es un espejo–
Leer sobre su rostro la misma sensación que invade desde el estómago,
subiendo como una voluta de humo negro, alcanzando la boca en una exclamación–
Los ojos quedan fijos en cualquier parte, bestias atadas, mientras los pensamientos corren acá y allá sin encontrar donde detenerse.
Paráskevi
–el día de la sangre. ~
*De Cuaderno de Amorgós, libro de próxima publicación.