Los títeres de La Maestra

Quizás La Maestra no es sino el avatar actual, la usufructuaria extrema del problema, mucho más viejo y profundo, de los usos y costumbres del sindicalismo a la mexicana.
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Pero…¿deveras es La Maestra el problema? Quizás La Maestra no es sino el avatar actual, la usufructuaria extrema del problema, mucho más viejo y profundo, de los usos y costumbres del sindicalismo a la mexicana.

La Maestra es la representación de ese problema, no el problema en sí. Si no fuera ella la actual propietaria de su sindicato, lo sería El Maestro Tupac Garrido o La Maestra Shirley Menchaca, que podrían ser incluso peores (¿podía imaginarse, en su momento, alguien peor que El Maestro Carlos Jonguitud, cuyo sitio le arrebató La Maestra?). Lo que está mal es un sindicato que es en realidad una monarquía absoluta y hereditaria incrustada en una república, dotada de reglas monárquicas y financiada por dineros republicanos.

Una monarquía con un millón y medio de súbditos, celosamente piramidada, rigurosamente vigilada, con estricta disciplina y control, que espera de sus súbditos sumisión, silencio y obediencia a cambio de participar en la tómbola de cargos sindicales o en la administración pública. Una especie de Corea del Norte mexicana, con todo y dictador vitalicio, atento al acrecentamiento y fortalecimiento de su poder con la excusa, además, del amor al conocimiento. Un sindicato que acepta que el Estado lo obligue a examinar a sus súbditos y le da después su acordeón a quien lo pida. Y un sindicato al que ahora le ha dado por subastar su poder en la vendimia de los cargos de elección popular…

La Maestra es, quizás, el símbolo más evidente de la desigualdad en México. No sólo por su riqueza personal –que al parecer no es poca– sino por su carácter plenipotenciario, por la dispensa de rendir cuentas. ¿El voto de La Maestra cuenta lo mismo que el mío? No: su voto se multiplica por tres millones. ¿La Maestra  está representada como yo ante el poder legislativo por medio de mi diputado? No: La Maestra tiene su propio partido y unge diputados personales a quienes ordena aparentar que a quien representan es a mí (aunque sea yo quien les paga). ¿La Maestra puede ser llamada a rendir cuentas, como yo, ante las instancias judiciales o fiscales, de lo que gano o administro? No: la Constitución exenta a los sindicatos de las reglas antimonopólicas. Y no: el IFAI no puede requerirla, ni siquiera el legislativo. Y sí: tiene poder para, con un movimiento de su dedito, sumir al país en un caos superior.     

Ha sido interesante leer a los analistas políticos sobre el asunto de La Maestra. No son pocos los que lamentan que los sindicatos (sin importar al servicio de qué partido político se pongan) se hayan convertido en formas modernas de esclavitud, maquinarias de corrupción, dictaduras privadas, gerencias de improductividad. Y ha sido penoso leer a quienes exigen para el de La Maestra lo que jamás tolerarían para los sindicatos afines a sus propias causas, no menos monárquicos y viciados. Y fue estimulante leer a Lorenzo Meyer recordando algo que suele velarse entre los opinionantes de la llamada izquierda: que esas “organizaciones de masas” fueron “creadas y manipuladas desde arriba por (Lázaro) Cárdenas” y que, por no ser “creación genuina de sus miembros”, acabaron de instrumentos “autoritarios, corruptos, oligárquicos” y, claro está, anticardenistas…

Los grandes sindicatos actúan desde hace décadas la farsa de ser enemigos de clase de su patrón, que es su propio pueblo, representado por el gobierno. Durante décadas fueron los títeres del gobierno: hoy son los titiriteros del país. La transición a la democracia está al parecer sujeta a los remanentes de la dictadura.

¿Se puede hacer algo? Sí y no.

Sí, de modificarse el marco jurídico que otorga su poder a los líderes sindicales. Y no, porque eso sólo podría hacerlo el legislativo, ese enorme teatro lleno… de títeres.

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Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.


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