Los vigilantes

ยฟPara quรฉ leemos sino es para conocer un cรณmo y un quรฉ conjugados, productores de la diferencia, de lo que por nosotros mismos no imaginamos?
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La primera vez que leรญ Los vigilantes era invierno y vivรญa en Nueva York. Tenรญa entonces un montรณn de horas para gastar leyendo y tomando bebistrajos al lado de la calefacciรณn. En el otoรฑo habรญa cursado un taller de narrativa dirigido por Diamela, y en los bares despuรฉs de clase los compaรฑeros chilenos comentaban lo complicada que es su narrativa. En Mรฉxico se la conocรญa poco, yo que desde luego no sabรญa de literaturas de la posdictadura y que encima me daba vergรผenza decirlo, apenas tenรญa idea del CADA y los performances de nuestra profesora, que anteceden sus obras. Y ni modo de quedarse con la duda.

Muchos de los estudiantes leรญmos el รบnico ejemplar de Los vigilantes que tiene la biblioteca pรบblica de la ciudad, en el que con los aรฑos los lectores han escrito veredictos personales en los mรกrgenes de las pรกginas de esa pobre ediciรณn, que ahora debe estar a punto de desbaratarse. Algo tenรญa de colectivo esa lectura: debatรญa uno con las anotaciones, en diferentes tipos de letra, en diferentes colores. Opiniones contrarias, de pronto discusiones apretadas, cuando alguien decidรญa responder.

La trama me resultรณ ajena y la escritura mรกs bien exagerada. Es una historia a dos voces, una madre y un hijo encerrados en una casa, vigilados por el padre y los vecinos. Es la narraciรณn de dos cuerpos sufrientes, dos mentes paranoicas, con las que tal vez yo todavรญa no tenรญa mucho que ver, en lenguaje neobarroco que me espesaba la trama.

Unos aรฑos despuรฉs, en una pequeรฑa librerรญa de SOHO, se presentรณ Catรกstrofe y trascendencia en la narrativa de Diamela Eltit (Sangrรญa Editora, 2012), un libro de Sergio Rojas, (de quien por cierto me gusta la idea de que los autores son necesarias ficciones editoriales), en el que se dice sobre Lumpรฉrica, la primera novela de Diamela Eltit, que “no se escribe acerca de la plaza, sino en la plaza”, y me quedรฉ otra vez con el pendiente de si acaso habรญa, de veras, leรญdo sin prejuicio.

Hace poco, volviendo a la novela (ya con la imagen de Diamela y sus heridas autoinfligidas menos presentes), recordรฉ una frase de los Ejรฉrcitos de la oscuridad de Silvina Ocampo: “la desesperaciรณn es una forma de estar menos tristes”, a propรณsito de la cadencia desesperada con que escribe cartas la madre o de los soliloquios del infante que tambiรฉn a su manera expresa ser abandonado (por una estructura que debรญa de protegerlo), en Los vigilantes. Esa escritura desde la psique afectada por un contexto, en Los vigilantes crispa al lector y en consecuencia lo excluye, ademรกs de que no hay mucha mรกs estructura que la de ir hacia dentro, al contrario de ir hacia cierto “adelante”, triturando las angustias hasta que las nombre una palabra, al tiempo que el lenguaje se agota.  

Ahora encuentro entre lรญneas a un rรฉgimen, un vigilante alegรณrico, que a ratos podrรญa ser mexicano, que delimita espacios en los que crece la agonรญa a travรฉs de la carencia, que enloquece habitantes que babean, que comen tierra, que duermen en las calles, con cuerpos alienados. Y me interesa el lenguaje de la violencia, lejos de asesinatos y de tรฉrminos especรญficos, con el que tambiรฉn se expresan algunos personajes de nuestra literatura, tensos al centro de un contexto desenfocado a favor de una intimidad marginal. Y eso, desde luego, no es agradable. Y, sรญ, hay que tener disposiciรณn para los buenos suplicios. ¿O para quรฉ leemos sino es para conocer un cรณmo y un quรฉ conjugados, productores de la diferencia, de lo que por nosotros mismos no imaginamos?

Carlos Labbรฉ nos invitรณ el otro dรญa  a preguntarnos “cรณmo serรญa un libro que no subestimara a quien lo lee, que no guiara la lectura segรบn la vanidad de sus narradores, que no acudiera al truco de imponer expectativas y filiaciones culturales, que no fuera una promesa de individualidad triunfante para arrebatar en la รบltima pรกgina cualquier posibilidad de sentido.”

Me gustarรญa volver a la biblioteca pรบblica de Nueva York para escribir en los mรกrgenes de aquel ejemplar maltratado una sugerencia a los lectores: que se tomen unos aรฑos y vuelvan a leer Los vigilantes; para que se pierdan entre obras complejas, que los cansen, que en vez de entramar ilusiones las destroce, mientras se pasean por sus propios traumas. Y tal vez dejar las instrucciones para encontrar otro ejemplar en alguna biblioteca a la que cueste trabajo llegar para que busquen el libro de las segundas lecturas, en cuyo interior escribamos nuevas impresiones.  

 

 

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