Los atardeceres en Times Square* tienen una exaltaciรณn particular que no se sabe bien si proviene de las cientos de personas que cruzan la esquina entre Broadway y la 42, o de los monstruosos avisos publicitarios que hacen de las gentes reales seres insignificantes y de los personajes que aparecen en los carteles el sรญmbolo de la exaltaciรณn de lo humano. De pie en esta esquina, obstruyendo con mi cuerpo un devenir de personas tantas veces calculado en distintas oficinas de publicidad, tratรฉ de equiparar las relaciones entre lo anรณnimo y la representaciรณn con los recursos que suele utilizar Sergio Pitol para inyectarnos personajes memorables, basรกndose casi siempre en prototipos cotidianos que en la vida diaria incluso rehuirรญamos con solo conocer un mรญnimo porcentaje de sus caracterรญsticas. ¿Cรณmo es posible que un grupo de oligofrรฉnicos, de seres viviendo en tristes realidades propias, entrampados en modos de vida casi siempre detestables, haciendo muchas veces gala de conductas ruines, se conviertan en nuestros personajes de cabecera? ¿Quรฉ extraรฑo y apasionante toque creativo es capaz de transformar hasta este punto lo verosรญmil? Existe una discoteca ubicada cerca de los muelles del rรญo Hudson. Se le conoce como The Mother, aunque algunos asistentes la llaman con otros nombres aรบn mรกs simbรณlicos. En algunas ocasiones la diversiรณn consiste en ver a unos tipos apaleรกndose unos a otros en una muestra del gozo mรกximo que es posible alcanzar llevando a cabo una acciรณn semejante.
Al final de ese espectรกculo en particular, suele aparecer un gigantesco corazรณn de vaca que es mordido furiosamente por los participantes. Pese a lo que algunos pudieran suponer, este show incita mรกs a lo jocoso que a lo perverso. Creo que serรญa importante sentarse a elucubrar en cรณmo es posible que se posicione la risa y la celebraciรณn en medio de las escenas grotescas que allรญ se representan. Despuรฉs de una noche en The Mother y de un paseo voyerista por el muelle donde desemboca Christopher Street, quedan pocas ganas para ocuparse de los aspectos concretos de la vida. Tenรญa pensado utilizar ese dรญa en tratar de descubrir de una vez por todas cuรกles son realmente los artificios que usa Sergio Pitol para transformar la tragedia en carnaval y viceversa, en hacer que la bufonerรญa mรกs construida acabe en la mรกs terrible de las desgracias. En la mochila yo llevaba durante esa jornada el Trรญptico de carnaval. El ejemplar habรญa pasado toda la noche conmigo.
Frente a mรญ habรญa una jaula gigante reservada para que los perros del vecindario hicieran ejercicio y sus necesidades fisiolรณgicas. Cada uno de los dueรฑos lucรญa a manera de guante una pequeรฑa bolsa de papel preparada para recoger los excrementos de sus mascotas. Era asombrosa la manera en que estaban atentos a la menor pose escatolรณgica de sus perros. Aquellos habitantes, estaba seguro, tenรญan que ser los hombres de The Mother, esclavizados en esta ocasiรณn por las inmundicias de sus animales. Esos sujetos debรญan pertenecer a la misma familia del licenciado Dante G. de la Estrella, inmerso y finalmente fulminado por sus cuentos sobre mierda en Domar a la divina garza. Tenรญan a fuerza que ser devotos del Niรฑo del Agro, de la escatolรณgica cofradรญa del Santo Niรฑo Incontinente que tan genialmente describe Pitol quizรกs como una metรกfora del fanatismo social cotidiano.
Se disipรณ entonces la noche en vela. Se fue al diablo el plan de sentarse en el cafรฉ a escribir sobre el Trรญptico de carnaval que llevaba conmigo. Se desatรณ entonces la verdadera catarsis. A partir de ese momento tanto el tiempo como el espacio cambiaron. Entrรฉ al espacio congelado de los personajes que desfachatadamente fornican bajo la luz de la luna en los muelles de Christopher Street, y en el de los ampliados modelos expuestos en los carteles de Times Square. Comprendรญ entonces que la diferencia entre esos modelos y las cientos de personas que pasaban debajo, se asentaba en las distintas proporciones temporales de cada uno de ellos. Eran desiguales porque contaban con tiempos propios, muy distintos entre sรญ. Creรญ hallar de ese modo, quizรก sin quererlo, una de las claves de Sergio Pitol. El de la creaciรณn no de sucesos o personajes extraordinarios, sino el de la rigurosa construcciรณn de espacios y tiempos alterados. ¿En dรณnde, en quรฉ realidad pueden vivir seres como Marietta Karapetiz y su hermano Alexander, sino en la diseรฑada meticulosa y bizarramente por Sergio Pitol? Si bien es cierto todos creemos conocer o al menos haber oรญdo hablar de una Jacqueline Cascorro, protagonista de La vida conyugal, al momento de enfrentarnos al Trรญptico de carnaval nos damos cuenta de que es mentira. No hemos conocido ni llegaremos nunca a estar delante de una Jacqueline Cascorro real. Lo que hemos percibido en la lectura es la exquisita sutileza de un escritor capaz de llegar a la cima mรกs alta con el aparentemente simple recurso de echar una fugaz mirada a lo fรบtil. Pero lo peor de todo es que no somos conscientes del engaรฑo en una primera impresiรณn. Tal vez reparemos en la estafa solo cuando meses despuรฉs de la experiencia tengamos a Jacqueline Cascorro como modelo para juzgar a tal o cual persona. ¿En quรฉ momento un personaje de esa naturaleza se convierte en un emblema que usaremos quizรก durante toda nuestra existencia?, puede ser la pregunta. El reto que se impone Pitol es peligrosรญsimo, pues para nuestra desgracia hay demasiados Migueles del Solar, Emmas Werfel, Delfinas Uribe y Nicolases Lobato en el mundo. Es una aventura tan arriesgada que la mejor prueba de la genialidad de este maestro es lo cada vez mรกs vigorosa que se vuelve su prosa despuรฉs de hacer prodigios con figurones de esta calaรฑa. En la manera en que han sido domados estos caracteres humanos. En la forma en que nos enfrentamos a los horrores de lo cotidiano con la satisfacciรณn del niรฑo que se muere de gozo despuรฉs de haber aplastado con una piedra a un caracol.
Quizรก sea una buena idea confeccionar, con los hallazgos que uno puede ir encontrando en la obra de Sergio Pitol, un manual para sobrevivir a situaciones donde lo farsesco y lo siniestro formen parte de lo mismo. Donde no sepamos si llorar, desesperarnos o lanzar una carcajada estridente. Mientras tanto prendรกmosle una vela y ofrendรฉmosle un laxante a Nuestro Santo Niรฑo del Agro, que parece lo necesita con urgencia para no seguir siendo embarrados con la realidad tal como se nos presenta de manera cotidiana. ~
* El Nueva York que busco retratar es aquel del aรฑo 2000.