El planisferio de Peters con el sur hacia arriba

Mapas deformados, mapas al revés

El tamaño y la forma de los territorios representados, la orientación, el centro: en las discusiones y decisiones sobre los mapas, la política y la ideología desempeñan un papel fundamental.
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Borges (que lo imaginó casi todo) imaginó un imperio en el cual “el Arte de la Cartografía logró tal Perfección que […] los Colegios de Cartógrafos levantaron un Mapa del Imperio, que tenía el tamaño del Imperio y coincidía puntualmente con él”. El texto, que Borges atribuye a un tal Suárez Miranda y a un supuesto volumen titulado Viajes de varones prudentes, continúa: “Menos Adictas al Estudio de la Cartografía, las Generaciones Siguientes entendieron que ese dilatado Mapa era Inútil y no sin Impiedad lo entregaron a las inclemencias del Sol y de los Inviernos”.

El sentido común indica que un mapa del mismo tamaño del territorio que representa es, en efecto, vano. El mapa sirve cuando condensa, cuando conjuga mucha información en poco espacio, cuando permite que una persona pueda abarcar datos que, de otro modo, le son imposibles de percibir de una sola vez. El mapa nos ayuda a pensar, puesto que —como anota el propio Borges en “Funes el memorioso”— “pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer”. El territorio, en cambio, viene a ser como “el abarrotado mundo de Funes”, donde “no había sino detalles, casi inmediatos”.

Debido a lo mismo, podemos afirmar que el único mapa objetivamente exacto sería el mapa en escala uno en uno. En cuanto comenzamos a obviar detalles, a tomar decisiones sobre lo que se representa y lo que no se representa y sobre cómo se representa lo que se representa, la subjetividad entra en juego de manera contundente. La cartografía, al igual que casi todas las demás ciencias, está repleta de esas decisiones.

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Hay dos problemas muy discutidos en relación con los planisferios o mapas del mundo. La primera es el tamaño y la forma de los territorios representados; la segunda, su orientación. En ambos casos, la política y la ideología desempeñan un papel fundamental.

¿Quién no se ha sentido estafado al observar con atención y comparar entre sí, después de haber visto toda la vida el planisferio de Gerardus Mercator, el tamaño de los continentes en un globo terráqueo? ¿Cómo que África —se pregunta uno en ese momento de revelación— es catorce veces más grande que Groenlandia, si en los mapas aparecen iguales? ¿Cómo que la superficie de México es mayor que la de Alaska, si en los mapas esta es tres veces más grande?

El problema principal radica, claro, en la imposibilidad de representar sobre un plano la superficie de un cuerpo casi esférico. El “truco” al que más se recurre es al de imaginar esa casi esfera como un cilindro. De esa manera, a medida que se alejan del ecuador, los territorios se “expanden”, y los polos no son puntos sino una sucesión de ellos: una recta.

Ahora bien, entendido eso, ¿se puede considerar casual que los países y continentes más “favorecidos” sean los del norte, en general los más poderosos, y los “perjudicados”, los más débiles del sur? ¿Qué habría ocurrido si el mismo argumento en teoría imparcial (el de que todo es fruto de la conversión de la casi esfera en cilindro) agrandaba a África y Sudamérica y reducía el tamaño de Norteamérica y Europa?

Hay muchas otras proyecciones (la más conocida es la de Peters) que han venido a discutir con la de Mercator. Estamos tan acostumbrados a esta última, que cuando vemos las otras nos parecen “raras”. Tendemos a decir que en ellas los territorios aparecen “deformados”, como si en la que nos resulta familiar no lo estuvieran.

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El segundo problema suele pasar todavía más inadvertido: la orientación. ¿Por qué el norte está arriba y el sur abajo? ¿No podría ser de otra manera? Sí, claro. De hecho, lo fue y lo sigue siendo en otras culturas. El norte arriba no es más que una convención.

En una muy famosa escena de la serie The West Wing, miembros de una muy borgeana Organización de Cartógrafos para la Igualdad Social presentan la proyección de Peters a un par de funcionarios del gobierno, y proponen colocar el mapa “al revés”. La misma incomprensión y perplejidad que los funcionarios manifiestan yo la vi, en vivo y en directo, en unas cuantas personas. Mucho antes, el artista uruguayo Joaquín Torres García ya había pintado Sudamérica con el sur hacia arriba. “Ponemos el mapa al revés —dijo— y entonces ya tenemos una idea de nuestra posición, y no como quieren en el resto del mundo”.

Surge entonces otra pregunta: ¿ejerce una influencia real la manera en que colocamos el mapa sobre nuestra percepción del mundo? Según Libertad, la amiga de Mafalda, sí, como vemos en la tira que acompaña estas líneas. En España existe el hábito de decir que alguien “sube” cuando se dirige hacia el norte y que “baja” cuando va hacia el sur. Un extranjero que escuchase a un madrileño podría creer que Bilbao es una ciudad de montaña y que Sevilla se encuentra en una depresión del terreno. ¿Cómo se combina esto con la idea de un País Vasco rico en el norte y una Andalucía pobre en el sur? ¿Y qué hay de países sureños en crisis como España, Grecia, Italia y Portugal, opuestos a las sociedades de mayor bienestar como Alemania y las naciones escandinavas?

Y otra pregunta más: ¿necesariamente tienen que estar arriba el norte o el sur? ¿No podría ser, por ejemplo, como en los antiguos mapas de T en O, en cuya parte superior aparecía oriente (de ahí se deriva el verbo orientar) debido a que, como por allí aparecía el sol, se suponía que en tal dirección estaba el jardín del Edén?

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Muchas preguntas. No tantas respuestas. Muchas de estas respuestas son nuevas proyecciones (la Wikipedia ofrece un listado). Como quien intenta taparse con una manta demasido corta, cada una descubre un problema cuando intenta solucionar otro.

Una de las más curiosas es la de Buckminster Fuller, un arquitecto estadounidense que convirtió la casi esfera del mundo, en lugar de en un cilindro, en un icosaedro, es decir, un poliedro de veinte caras. Lo que gana en respeto por las formas y proporciones, lo pierde en distribución. Pero claramente no hay allí un norte arriba y un sur abajo, ni viceversa.

Podemos plantear un tercer problema: ¿cuál es el centro del mapa? La proyección de Mercator tiene, por supuesto, su centro en Europa. Los chinos ven a China en el centro: no podría ser de otro modo, puesto que conocen a su nación como Zhongguo, que quiere decir “País del Centro”. Hace unos pocos años, el Instituto Geográfico Nacional argentino presentó su nuevo planisferio oficial con la Argentina en el centro. Donde unos vieron “ombliguismo” otros destacaron “visión regional”. Decisiones.

La fábula borgeana acaba con una imagen post-apocalíptica: “En los desiertos del Oeste perduran despedazadas Ruinas del Mapa, habitadas por Animales y por Mendigos; en todo el País no hay otra reliquia de las Disciplinas Geográficas”. En nuestros días de Google Maps, GPS, Street View y mapas superdetallados en cualquier teléfono, existe el riesgo de que el debate sobre las proyecciones del planisferio se nos figure tan anacrónico como las Ruinas del Mapa, y que perdamos de vista que somos apenas esos Animales o esos Mendigos que las habitan.

 

 

 

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(Buenos Aires, 1978) es periodista y escritor. En 2018 publicó la novela ‘El lugar de lo vivido’ (Malisia, La Plata) y ‘Contra la arrogancia de los que leen’ (Trama, Madrid), una antología de artículos sobre el libro y la lectura aparecidos originalmente en Letras Libres.


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