A mí nadie me lo cuenta; yo lo vi.
Ayer, después de la histórica victoria del “No” en Venezuela, Hugo Chávez salió en televisión y aceptó su derrota. Pero no sólo eso. Los argumentos que usó el dictador venezolano me hicieron pensar que estaba yo escuchando a un auténtico demócrata. Palabras más palabras menos, Chávez explicó que había enfrentado “un dilema”: alargar el conteo de los sufragios del referéndum a pesar de que toda la evidencia apuntaba a una derrota –estrecha, pero derrota al fin– para el oficialismo o aceptar el veredicto de los venezolanos y ahorrarle al país jornadas de inquietud e incertidumbre. Chávez podría haber tomado el camino equivocado y, arguyendo una y mil tonterías, agitar el avispero. Podría haber cuestionado el veredicto del Consejo Nacional Electoral o tachar de inepta a Tibisay Lucena, su presidenta. También podría haber acusado a la oposición de jugarle chueco, de comenzar una guerra o haber culpado a los pocos medios de comunicación que le quedan por controlar en Venezuela. En una de esas podría haberse quejado del mismísimo Internet, foro favorito de los valientes estudiantes que le propinaron buena parte de la bofetada a Chávez. O, en último caso, el presidente venezolano pudo haber recurrido a su villano favorito. ¿Por qué no?: Estados Unidos podría haber sido parte del complot caribeño en su contra.
Increíblemente, Chávez no hizo nada de esto. En cambio, tomó el micrófono y aceptó su caída. Explicó que lo hacía para ahorrarle a Venezuela días de tensión. Felicitó a ambos bandos y se congratuló de la lección democrática que el país había dado al mundo. En suma, Hugo Chávez Frías se portó como un demócrata.
Un político narcisista de izquierda que acepta el veredicto de la mayoría y pone el bien del país antes que el suyo propio. Qué envidia.
– León Krauze
(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.