Mezcal sincopado

¿Por qué, si hay en México tan buenos músicos, el jazz sigue siendo el patico feo en la escena musical del país?
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Dámaso Pérez Prado era en Cuba el piano y arreglista estelar de la más importante big band de La Habana en los años cuarenta: Orquesta Casino de la Playa. Compositor apegado al concepto armónico de Stan Kenton, sus paisanos lo tildaban de confuso y barroco en los ajustes orquestales. Llega a México en 1949, arma una orquesta con músicos locales y populariza el mambo por todo el orbe. “Los músicos mexicanos no tienen nada que envidiarle a nadie, son excelentes; en mis país no entendían mis armonizaciones: aquí los ejecutantes mexicanos agarraron la cosa rápido. Estoy satisfecho con un ensamble en su mayoría de músicos del patio”, declaraba años después el autor de “Mambo No. 5”. Corrían los años cincuenta y sesenta: Jane Russell baila “Cerezo rosa” en Underwater! (1955), Anita Ekberg se contonea con “Patricia” en La dulce vita (1960) de Fellini, el ¡ught! del músico cubano se escucha en todas las victrolas de Estados Unidos, Benny Moré entonaba “Bonito y sabroso” (“Pero, qué bonito y sabroso / bailan el mambo las mexicanas / mueven la cintura y los hombros / igualito que las cubanas…”) bajo los compases de la agrupación de su compatriota… “Qué rico el mambo”, himno que invade las noches de Nueva York. “Toda esa algarabía rítmica sale de México, el mundo baila el mambo hecho por músicos mexicanos”, declaraba un comentarista radial de la época.

¿Por qué, si hay en México tan buenos músicos, el jazz sigue siendo el patico feo en la escena musical del país? Pregunta que acusa una afirmación que hasta cierto punto es imprecisa. En la época colonial, México estaba habitado por una numerosa población negra que trajo de África sus ritmos. El clero católico reprimió muchas veces esas “músicas profanas y ruidosas que conllevan en sus cadencias silbos del demonio”, proclamaba un sacerdote de la Vera Cruz en 1795. La Costa Chica es un espacio de rondas mestizas que cultiva un son de rica raigambre negra que algunos jazzista han incorporado a las juntas armónicas del jazz.

El gran director de orquesta de jazz Chico O’Farrill pasó buena parte de su carrera en nuestro país realizando arreglos para big band locales; Louis Armstrong incorporó a su repertorio la tradicional “La cucaracha”; Nat King Cole vocalizó “Guadalajara” y “Las chiapanecas”; el pianista Dave Brubeck grabó el álbum Bravo! Brubeck! con melodías y composiciones mexicanas trasladadas a las sincopas del jazz; el bajista Charles Mingus produjo y ejecutó la placa New Tijuana Moods (obra maestra del hardbop para muchos entendidos)desde consumados conformes y conciliaciones armónicas propias de la tradición musical de México. El jazz tiene concilios en muchas aristas del prontuario melódico mexicano. No olvidar a la orquesta de jazz de Chato Rojas preferida del público en los años treinta. Los reclusos de Belén, en los años veinte, formaron una big band al estilo dixieland que tenía permiso del regente para salir a tocar a comuniones y fiestas de quinceañeras de la alta sociedad.

Cada vez que se hace referencia al jazz mexicano salen a relucir los nombres de Víctor Mendoza (percusionista), Abraham Laboriel (bajista), Juan José Calatayud (pianista), Cristóbal López (guitarrista), Jako González (sax), Tino Contreras (batería), Salvador Agüero (batería y flauta), Enrique Almanza (contrabajo), Mario Ruiz Armengol (piano) Roberto Aymes (contrabajo), Enrique Nery (piano), Lautaro Barra (sax), Fernando Barranco (batería y sax), Gerardo Bátiz (piano, percusión y flauta), Agustín Bernal (contrabajo), Emiliano Marentes (guitarra), Freddy Marichal (batería, piano y voz), Roberto Morales (arpa jarocha, teclado, flauta), Chilo Morán (trompeta), Miguel Salas (piano), Alberto Zuckerman (piano)…, protagonistas del canon jazzístico local de indiscutible trayectoria. De los grupos nadie desdeña la labor de Astillero, Atril 5, Banco del Ruido, Jazz 4, Mexican Jazz Revolution, Vía Libre, Antropoleo, Aleación, Azzor, Banda Elástica, Radnéctar, El Quinto Elemento… Es Sacbé –fundado en 1976 por los hermanos Fernando, Enrique y Eugenio Toussaint– el grupo de mayor proyección internacional: tonalidades de Weather Report y Return To Forever, con tildes y variantes autóctonas revolucionan el jazz mexicano de los años ochenta y noventa.

El español Jordi Pujol afirma que “la historia del jazz en México se empezó a escribir el 5 de marzo de 1954, fecha en la que, el destacado comentarista Roberto Ayala organizó y produjo las primeras grabaciones de jazz que se realizaron en el país por músicos mexicanos”. Jazz in México. The legendary 1954 sessions (Fresh Sound Records, 2004) recopila esa jams session cardinal del jazz nacional. Trío de Mario Patrón, Cuarteto de César Molina, Cuarteto de Héctor Hallal “El Árabe” y Orquesta Todos Estrellas en ronda de acusada sonoridad bebop con guiños west coast/cool y asomos hardbop. “Mira cubano, si tú quieres conocer de verdad el jazz mexicano consíguete ese par de cds, ahí está todo. Después de eso nuestro jazz anda de un lado a otro, indefinido, desarticulado, sin un proyecto serio… En Sacbé intentamos programar el jazz de manera seria pero no hubo difusión, tocábamos para los otros músicos, para nosotros mismos muchas veces”, me confesó unos meses antes de morir el pianista Eugenio Toussaint.

Nostalgia por el Arcano –nuestro Minton’s Playhouse– de División del Norte de finales de los ochenta hasta que lo clausuraron en 1996. Jazz y la noche prolongada entre tequilas, rones y cervezas. Añoranza que apaciguan hoy los tumbaos monkianos del pianista Héctor Infanzón, la precisión vocal de Magos Herrera, los tabaleos del baterista Antonio Sánchez, el virtuosismo del saxofonista Diego Maroto, los pulsaciones del guitarrista Paco Rosas, las frescas fusiones de Los Músicos de José, el mestizaje de Klezmerson, los halos rockeros de Los Dorados, las tonalidades parkerianas de Anacrúsax, el clasicismo del pianista Jorge Martínez Zapata, la lenitiva voz de Elizabeth Meza, las frondas hard de La Sociedad Acústica, el sax coltraneano de Juan Alzate, la sonoridad espiritual de la saxofonista Sibila de Villa, los fervores de Alain Derbez, la mexicanidad de la vocalista Lila Downs, el tono evansiano del pianista Nacho Rodríguez Bach, los scats de Iraida Noriega, las improntas de Eclipse, la bonanza de Bucareli, el habla antillana de Proyecto Luana, el swings de Dannah Garay, los apuntes funkeros y afrocubanos del bajista Pepe Hernández…: nómina de músicos activos que realzan y difunden diferentes recodos del jazz nacional.

El club Zinco es un sótano en el centro del df que incita con sus tandas de buen jazz; El Convite, una fondita de la Colonia Portales, convida en unas tocadas de jazz mexicano inolvidables los viernes por la noche; el salón New Orleans sigue en San Ángel frente al mercado de flores: se escuchan los silbos de las trompetas y saxofones hasta la Plaza de San Jacinto. Cada vez que el saxofonista cubano Paquito D’Rivera viene a México hay que llevarlo ahí: “Me gusta el lugar, huele a jazz de los años cuarenta”, comenta. El último disco de jazz que compré en diciembre se llama 100% Jazz. Mezcal: contrabajo, piano y batería vuelcan la tradición mexicana a los compendios del jazz. El joven percusionista Adrián Oropeza se encarga de las mutaciones de “La cigarra” (Ray Perez), “Borrachita” (Tata Nacho), “Serenata sin luna” (José Alfredo Jiménez), “Adelita” (José López Alavés) y “Duerme” (Miguel Prado) al cosmos jazzístico. Pérez Prado tenía razón, los mexicanos ·agarrararon rápido la cosa del mambo”,ya era hora que los emboques del agave hicieran presencia en los conformes de la libertad del jazz. 100 % Jazz. Mezcal, una hojarasca interminable de cadencias bop con arrojado swings azteca.

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