Moléculas endiabladas

¿Qué hace que un compuesto sea letal para ciertas especies, mientras que para otras es benigno?
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Una exposición reciente en el Museo de Historia Natural de Nueva York nos permite reflexionar acerca de un asunto químico, crucial para la supervivencia de los organismos vivos: el poder que tienen algunas sustancias, o un cóctel de ellas, de envenenar. ¿Qué hace que un compuesto, incluso un solo elemento químico, sea letal para ciertas especies, mientras que para otras son estimulantes? Tal es el caso de la theobromina, contenida en el cacao y cuya capacidad de aumentar nuestra actividad neurológica hace que los humanos adoremos el chocolate en todas sus presentaciones. Pero si queremos compartir ese mismo tesoro con nuestra mascota canina, los más seguro es que pronto pase a mejor vida, pues a los perros termina por matarlos.

Otro ejemplo dramático es el consumo humano de sal. Sin ella, nuestro sistema nervioso no podría funcionar. Sin embargo, una dosis ligeramente alta por un periodo prolongado provocará un desequilibrio en nuestra química corporal que puede ser fatídico. Como me dijo en Cornell Roald Hoffmann, premio Nobel de Química, “debido a su evolución neuroquímica, a los organismos nos importa si un polvo blanco es sal, cocaína, aspirina o talco. Pueden parecer iguales pero no son lo mismo”. Para Roald, quien ganó el Nobel por su conocimiento profundo de la arquitectura molecular, al final lo más importante es la dosis, pues un nanogramo puede ser la diferencia entre la euforia y la depresión, entre la vida y la muerte.

Sabemos que tanto las especies del reino vegetal como del animal, al igual que los insectos, los hongos y los microbios hemos desarrollado nuestros propios mecanismos de defensa, y algunos de ellos involucran el envenenamiento del prójimo. Al mismo tiempo, aprendimos estrategias para neutralizar otros mensajes tóxicos. En el estado mexicano de Morelos visité al notable toxinólogo, Alejandro Alagón, quien me ilustró sobre uno de los lenguajes químicos más antiguos y elaborados de la Tierra.

Por lo general, un veneno contiene enzimas y proteínas, además de diversos neurotransmisores, como la serotonina. Algunos venenos buscan causar dolor; otros, paralizan a la víctima, por lo que atacan directamente el sistema nervioso. Otros más están diseñados para ocasionar la muerte lo más pronto posible. Alejandro y su equipo estudian la arquitectura molecular de venenos de serpientes y tarántulas. Así pueden entender cómo funciona y dar inicio al complicado proceso de encontrar un nuevo fármaco que sirva como antídoto eficaz y ocasione el menor daño colateral.

Alejandro encontró que las amibas liberan enzimas en el tejido intestinal de los humanos, en forma similar a como lo hacen algunas serpientes venenosas, lo cual causó sorpresa dado que la Entamoeba hystolitica ha sido vista tradicionalmente como un parásito protozoario y no como un envenenador.

También mejoran antivenenos aumentando su potencia específica, es decir, logran que su capacidad neutralizante sea más fina al utilizar menos proteínas. Amplían la cobertura paraespecífica de la sustancia, de tal manera que su eficacia sea válida para un mayor número de especies. El desarrollo de nuevos antídotos incluye estrategias convencionales de inmunización con venenos naturales y el uso de toxinas recombinantes.

Si bien las brujas de Macbeth no tenían a su alcance las técnicas de ingeniería genética con las que cuentan Alejandro y su equipo para emplear toxinas recombinantes en sus “pócimas”, sin duda los conocían. Para cada receta venenosa había que elaborar una con un neutralizante, si eso era posible. El poder que otorga conocer el lenguaje de los venenos es parecido al de aquel que sabe leer el cielo. Nerón era famoso por deshacerse de sus rivales mediante el uso de trióxido de arsénico, el cual puede hacerse invisible a simple vista al mezclarse en una bebida. Todo en elmanzanillo (Hippomane mancinella) es venenoso, así que, se dice, los indios de Norteamérica arrojaban hojas a los depósitos de agua y, cuando podían, ataban a los colonos a los troncos para asegurarles una muerte lenta y dolorosa. El favorito de los Borgia era la cantarela, quizá una mezcla de arsénico y cantaridina, compuesto muy tóxico que secretan las abejas. Es probable que Mozart haya muerto por una sobredosis de tartrato antimónico potásico, el cual formaba parte del maletín de cualquier médico del siglo XVIII y cuyo objeto era inducir el vómito. Tal vez el mismo Napoleón haya muerto intoxicado pero no por sus enemigos ingleses sino por los largos tratamientos con antimonio y mercurio, así como por el arsénico contenido en el verde de los tapices que adornaban las paredes de la casona donde fue recluido en su exilio de Santa Helena. Uno de los elementos de verosimilitud de las novelas de Agatha Christie era su extenso conocimiento de remedios, pócimas y drogas letales casi imposible de detectar, muy probablemente asesorada por su marido, arqueólogo experto en la cultura egipcia, cuna de refinadas maneras de envenenar como lo experimentó la misma Cleopatra.

Hoy en día se ordeñan glándulas de alacranes con el fin de obtener mejores fármacos para aliviar los trastornos luego de un infarto y se sabe por qué quirópteros como los murciélagos se provocan heridas al retozar entre ellos y, sin embargo, no sangran, lo cual ha llevado a obtener una droga eficaz para tratar trombosis cerebrales y apoplejía. Así que las moléculas serán infernales o celestiales según el cristal químico con que se miren.

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escritor y divulgador científico. Su libro más reciente es Nuevas ventanas al cosmos (loqueleo, 2020).


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