Rodrigo Moya tuvo que madrugar. No habรญa de otra. Debรญa aprovechar la luz del dรญa para cumplir con la sesiรณn de fotos. Manejรณ de noche, cruzรณ la ciudad, sacรณ el pesado equipo de la cajuela y lo subiรณ hasta la azotea de la Torre Insignia. Buscรณ, en medio del frรญo, un lugar donde colocar su tripiรฉ. Al fin, montรณ su cรกmara sobre el concreto, cerca de una fila de hormigas. Cerrรณ el ojo izquierdo y mirรณ por la lente con el derecho: eran los doce mil departamentos de la unidad multifamiliar de Tlatelolco y todas esas vidas minรบsculas. Aproximadamente setenta mil de ellas, precisรณ con sarcasmo. Era una grandiosa vista de la moderna Ciudad de Mรฉxico, o un grandioso hormiguero, pensรณ.
Tomรณ varias fotos, una serie completa, hasta que se apartรณ de la cรกmara y se quedรณ un rato mirando los edificios. Habรญa visto esto antes, ¿dรณnde? Algo le picรณ la mano. Eran las patas de una hormiga que habรญa logrado escalar el tripiรฉ y caminar de la cรกmara a uno de sus dedos. Se sacudiรณ todo el cuerpo para quitarse de encima aquel cosquilleo ansioso.
Tlatelolco le recordaba algo, ¿quรฉ? Quiso agarrar esa idea con ambas manos, hurgar en el fichero de sus recuerdos, revisar con dedos y ojos rรกpidos el archivo de imรกgenes que tenรญa en la cabeza, como lo habrรญa hecho un bibliotecario eficaz, y dar con esa referencia que intuรญa pero que ahora mismo no encontraba. Habรญa-visto-esto-antes. ¿Dรณnde? ¿Cuรกndo? Mรกs se esforzaba y mรกs parecรญa alejarse la referencia, se echaba a correr hacia el horizonte donde termina la lucidez y empieza el olvido. Pensaba en ella y se hacรญa cada vez mรกs chica, amenazaba con desaparecer en la distancia blanca de la mente, pero un momento antes de hacerlo, la idea se detenรญa, se volteaba hacia รฉl y le echaba en cara una cantaleta: a quรฉ no me atrapas. Desesperado, Moya tomรณ otras diez, veinte, cuarenta fotos y una mรกs, por si la imagen se delataba y revelaba inadvertidamente su semejanza con esa otra que ya se le habรญa escapado.
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Poco antes de ser conocido como Mondrian, Pieter Cornelis habรญa decidido seguir los pasos de su padre y su tรญo. Pintaba porque era ese el oficio de la familia, y porque asรญ podรญa ganarse la vida. Estudiรณ y se graduรณ de la academia. Pintรณ molinos, granjas y campesinos, como debรญa. Y fue un simple paisajista. De รฉl habrรญamos dicho que pintรณ como van Gogh, de no ser porque muy pronto descubriรณ el cubismo y porque igual de pronto dejรณ de bastarle.
Picasso era un tibio que no podรญa lidiar con las consecuencias del movimiento que habรญa echado a andar, pensaba el hombre que ya se habรญa convertido en Mondrian. Ese pictรณrico, anotaba con desprecio, se detuvo en seco antes de dar el paso final. Acobardado, Picasso habรญa dejado un firme pie en el mundo: se aferraba a las figuras, insistรญa en representar la realidad. Dejaba en sus pinturas un camino de migajas para que su mirada pudiera dar marcha atrรกs y reconocer, en las formas geomรฉtricas, el retrato de una mujer, los perones de un bodegรณn, el cuerpo y el diapasรณn de una guitarra. Los pintores debรญan ser mรกs que una pandilla de ilusionistas. Cuando imitaban, cuando copiaban de la naturaleza, no eran mรกs que magos a los que se les pagaba para que hicieran aparecer una cosa u otra sobre el lienzo. Mondrian jurรณ que dedicarรญa su vida a encontrar los principios lรณgicos del universo. Dejรณ de pintar escenas de la realidad porque se llenaban de detalles, particularidades, impurezas, distracciones. En cambio, pintarรญa la estructura que sostiene a la realidad por medio de un lenguaje elemental hecho de รกngulos rectos y colores primarios.
Calculaba superficies. Pegaba y despegaba cintas para balancear sus rectรกngulos y cuadrados. Trabajaba como un albaรฑil. Nivelaba los colores para que uno no opacara a los demรกs. Se esmerรณ con el blanco: pasaba una capa de pintura tras otra, no querรญa que este color pareciera estar enrejado tras las lรญneas negras. Con planos que se encontraran en perfecto equilibrio, el arte resolverรญa las contradicciones de la vida.
Si empezรณ representando los paisajes rurales de Holanda, terminรณ pintando abstracciones de los paisajes metropolitanos. Parรญs, Londres y Nueva York. Olvidรณ el campo, celebrรณ lo moderno. Tal vez, de haber nacido a mediados del XX y no a finales del XIX, Mondrian habrรญa sido un programador. Le habrรญan gustado el cรณdigo binario y los pixeles.
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Sobreviviรณ a la manada de camiones en estampida, al berrinchudo grito de los clรกxones, con sus pulmones inagotables, se encerrรณ en el silencio de un cuarto oscuro y se dio a la tarea de revelar las fotografรญas que habรญa tomado en la maรฑana. Habรญa visto esto antes. La unidad multifamiliar de Tlatelolco se parecรญa a uno de los รบltimos cuadros de Mondrian. Las fachadas y las ventanas de los edificios hacรญan las veces de sus cuadrados y rectรกngulos.
Pero para el fotoperiodista latinoamericano de izquierda que era Rodrigo Moya no era armoniosa sino macabra la geometrรญa que definรญa las habitaciones, los horarios y las deudas de los trabajadores. Sacudiรณ los brazos y la cabeza para quitarse de encima ese hormigueo ansioso, y volviรณ a su trabajo.
Sumergida en la soluciรณn quรญmica y bajo la luz roja del foco, le pareciรณ que la fotografรญa de la unidad multifamiliar de Tlatelolco se desangraba. En Mรฉxico, pensรณ, la modernidad se habรญa quedado corta. Muchas de sus promesas se habรญan vuelto maldiciones. Para Moya, Mondrian no habรญa sido un tibio, sino un ingenuo. Un fotoperiodista como รฉl no debรญa dejarse hipnotizar por la altura de los rascacielos, cegar por los ventanales de las tiendas, atolondrar por las luces de la ciudad. Debรญa denunciar, tomar nota de todo con su flash, su cรกmara se aliaba con los desamparados para… y le vino a la mente un tรญtulo para la foto: Hipotecados.
(Ciudad de Mรฉxico, 1986) estudiรณ la licenciatura en ciencia polรญtica en el ITAM. Es editora.