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La aparición de Perros héroes de Mario Bellatin (México, 1960) representa una escalada en una obra a la que ha resultado fácil acostumbrarse por su constancia comercial y literaria; comercial, porque casi siempre hay un libro del autor en las mesas de novedades, y literaria, porque tiene una voz narrativa notablemente característica: su escritura es tan parecida a sí misma que no costaría identificarla en un párrafo aislado. Tal vez sea porque es consciente de lo anterior por lo que Bellatin cumple tan esforzadamente con un programa de expansión: el volumen nuevo contiene un folleto con registros fotográficos de lo que podrían ser o no una serie de instalaciones relacionadas con el relato, y tiene un subtítulo desconcertante: “Tratado sobre el futuro de América Latina visto a través de un hombre inmóvil y sus treinta Pastor Belga Malinois.”
     Nunca es fácil decir de qué se trata un libro de Bellatin porque, más que narrar, lo que hace es representar ambientes: dispone una serie de elementos y los va recombinando para generar escenasextravagantes, casi siempre en clave de comedia. En Perros héroes lo que se describe es una escuela de perros guardianes tiranizada por un entrenador paralítico. El local tiene dos pisos, en el de arriba está el amo y en el de abajo su madre y su hermana, que se dedican a clasificar bolsas de plástico. La comunicación entre ambos niveles sucede gracias a un enfermero que cuida tanto de los animales como del entrenador. La acción no se mueve en una dirección específica: empieza in medias res y termina porque sí; es lo que Albert Camus habría llamado una obra absurda: un universo cerrado en sí mismo en el que todo obedece a una lógica privada que se cumple consistentemente.
     Los libros de Bellatin están escritos siguiendo un procedimiento que fue muy común durante el periodo barroco y que más tarde nutrió a las vanguardias: son conceptuosos. Funcionan siguiendo la premisa de que la lengua refresca su capacidad de inteligir al mundo, cuando se produce un enfrentamiento de términos que a nadie se le había ocurrido asociar. Pensando en San Juan de la Cruz, García Lorca dijo que hacer poesía es decir “ciervo vulnerado”, juntar dos universos y exprimirles —el verbo es de Gracián— un nuevo sentido. De Salón de Belleza (1996) en adelante es más o menos ése el método que ha seguido Bellatin: juntar la noción liviana y definitivamente posmoderna de la peluquería de postín con la densidad moral y medieval del moridero, y dejar que al oponerse produzcan un sentido nuevo. En Perros héroes hay una exacerbación del mismo proceso. Por un lado exponer un paisaje en el que se mezclan dos naturalezas que no se frecuentan en la normalidad: un entrenador y la paraplejia; por el otro enfrentar las ideas que esto produzca con una serie de imágenes remotamente asociadas al relato y con un subtítulo que sugiere la peregrina posibilidad de una lectura alegórica del volumen.
     Ahora bien, los conceptistas del barroco tenían una fe genuina en el significado de lo escrito: creían que el verbo era un vehículo privilegiado para la aprehensión de la sustancia divina del mundo. Cuando Quevedo proponía que “el hoy, el mañana y ayer junto” —es decir: la vida— no es sino “presentes sucesiones de difunto”, lo hacía bajo la convicción de que estaba cumpliendo con el programa de gravitar hacia la arquitectura ideal de la realidad en el sentido que daba San Agustín al movimiento del alma hacia la perfección: elevarse por una suerte de trenza dialéctica que generaba más forma y menos materia, puro significado, casi intelección angélica.
     Mario Bellatin, como la mayoría de los pasajeros de la modernidad, es descreído y despiadado, de modo que su operación conceptuosa conduce a sí misma, porque quien tiene arraigo sólo en la tierra no necesita un vehículo que lo eleve hacia ningún lado. En su obra el juego de los contrarios, en lugar de producir significado, genera ironía: la definición de algo por su opuesto.
     Si, como propone el subtítulo, la historia de un tullido que mantiene un extravagante y desmedido control sobre una república de perros es una alegoría sobre lo contrahecho de las sociedades hispanoamericanas, el gracejo es bueno y ya. Pero el subtítulo mismo es irónico —la definición de un contenido por su contrario—, porque en todo el volumen no hay nada que sugiera que tal interpretación es posible. Estamos entonces ante un autor que entrega un ejercicio formal impecablemente terminado y, de pasada, le entierra un puñal a la ambición de totalidad de los novelistas hispanoamericanos más célebres del siglo xx y sus epígonos contemporáneos. Algo parecido sucede con el cuaderno de fotografías: se supone que son registros de una serie de instalaciones, pero hay una que es una calle de la ciudad de México, otra que es un avión en el cielo ¡con un dedo del artista cruzándose a medio camino! El mundo contemporáneo está tan desierto que no hay nada que contar ni que representar además de los objetos que uno se encuentre, y eso le da risa a Bellatin. Hay que leerlo entonces con la disposición abierta y las ganas de divertirse con las que se leían los poemas visuales de Tablada o los poemas-objeto de Nicanor Parra.
     Perros héroes representa un trabajo acaso más importante en tanto récord creativo que como pieza de literatura tradicional. Está bien: hace décadas que en el mundo del arte lo que importa son los registros y no las obras. ~

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