Un “secreto” en el Museo de San Carlos

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Leí hace poco una novela de Sándor Károly Henrik Grosschmied de Mára (que firmaba como Sándor Márai), gran escritor húngaro nacido en 1900 y muerto en 1989. Más que una novela, es un fascinante tratado sobre la turbulenta naturaleza del amor y el deseo bordado sobre una narrativa casi irrelevante: un triángulo amoroso formado por el viejo duque de Parma, su joven esposa -obsesionada desde niña con Casanova- y, desde luego, el gran burlador. Se titula Casanova in Bolsano (pues leí la traducción que hizo Georges Szirtes a un inglés fastuoso), aunque sé que existe una versión al castellano, publicado por las catalanas Ediciones Salamandra, con un título más literal: La amante de Bolzano.

No es lo mío criticar narrativa. Lo que quiero contar es que, a lo largo de la sabrosa lectura, me obsesioné con la ilustración que decora la portada del libro (de la editorial Alfred A. Knopf). Una elección perfecta para ilustrar la pasión de que dan cuenta las páginas (o más bien dicho, el centro radiador de esa pasión: la piel de un hermoso cuerpo femenino). Cada vez que mi lectura se veía rebasada por la belleza y la intensidad del diálogo entre los tres personajes, descansaba un poco mirando, interrogando, ese cuerpo sin rostro, transparente.

Es el torso de una pálida muchacha sedente, un ángel metido en un traje color marfil de insecto lujoso en cuyo centro, radiante, brilla un triángulo de seda sobre un secreto pubis de tafetán. El vestido parece amplificar hacia los hombros delicados ese triángulo abrazador, y en el el desmayo de la mano izquierda, la forma indolente de inclinar el cuerpo, me parecía encontrar evidencia palpable del hechizo del amor, de su índole arrebatadora, siempre frágil y evasiva.

Al terminar la lectura, busqué información sobre el cuadro. Según los créditos editoriales, es detalle de un óleo titulado “El secreto”, de un tal “C. Zachorski”. No escuché nunca hablar de él y la internet no aportó mayor dato, hasta que advertí que se había escrito mal el nombre. Wladislaw Czáchorski fue un artista polaco que vivió la segunda mitad del XIX y adquirió relativa fama en su país natal, pintando escenas de Shakespeare y muchachas transparentes y elegantes, una de ellas la protagonista de “El secreto”.

Lo más interesante fue que ese cuadro resultó ser propiedad del Museo de San Carlos que cuida un patronato –a todas luces eficiente– en el viejo Palacio del Conde de Buenavista, en la colonia Tabacalera de la ciudad de México. ¿Cómo fue a dar ahí ese secreto? No pude saberlo, pues lamentablemente los catálogos de la colección no parecen estar en línea.

Pero sí localicé el cuadro. El Museo de San Carlos tiene una página web que si bien no es muy agraciada en términos de diseño, es funcional y hospitalaria. Una vez ahí, elegí realizar el “recorrido virtual”, que conduce al plano de las 14 salas del museo. Y ahí, en la sala número 10, si se oprime la opción “Jpeg” aparece, colgado a la izquierda del muro, “El secreto”.

Así pues, gracias a que Casanova escapó de la cárcel en Venecia, y a que una muchacha fantasiosa se enamoró de él, y a que un prodigioso narrador húngaro escribió su posible historia, y a que una diseñadora eligió para la portada de esa historia un cuadro luminoso, fui a visitar, después de tantos años, el Museo de San Carlos. Se ve espléndido, deslumbrante. Iré a la primera oportunidad e iniciaré mi visita en la sala 10.

Quizás el cuadro me reconozca, quizás decida compartir conmigo la respuesta a ese secreto, siempre presentido y nunca del todo revelado…

P.D. Mi amiga María Fernanda Matos -a quien se debe el remozamiento y la puesta en orden del Museo de San Carlos- leyó este comentario en el diario El Universal y me envió un rápido emilio.

Me cuenta que no existen mayores datos en el Museo sobre el cuadro de Czáchorski y que su expediente se limita a anotar que el cuadro (que, por cierto, tiene otro nombre en su catálogo: “Confidentes”) llegó ahí en 1974, adjudicado al Museo por la presidencia de la República. Yo habría pensado que quizás su origen estaba en la colección Pani, pero no: obviamente al presidente Echeverría, o a su compañera Ma. Esther, el cuadro no les gustó. Qué bueno.

Por cierto, María Fernanda me comenta que, luego de siete años al frente del Museo de San Carlos, deja el cargo para encargarse de la Coordinación de Museos del Instituto Nacional de Bellas Artes. Ardua tarea. Deseo que logre hacer ahí lo que consiguió en San Carlos.

Vale.

(Publicado previamente en El Universal)


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