Nuevos crímenes, viejos prejuicios

Los recientes ataques antisemitas en Europa no significan la vuelta de los pogromos, pero han reavivado viejos prejuicios antisemitas.
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Al leer Judíos errantes, el gran ensayo donde Joseph Roth plasma la vida amarga y llena de penurias de los judíos de Europa del este tras la caída del Imperio austrohúngaro, uno no puede dejar de pensar en su fecha de publicación. En 1927, año de su primera edición, el horror, marginación y persecución de los judíos que narra palidece frente a lo que ocurriría en la década siguiente. Sucede algo similar con otro célebre judío austríaco, Stefan Zweig. Se suicidó en 1942, un mes después de la conferencia de Wannsee en la que se planeó la Solución Final. Cuando uno lee El mundo de ayer, su magnífica autobiografía, y observa lo que sufrió el novelista por la guerra, la persecución de los judíos y el exilio, no es capaz de olvidar el horror de años posteriores, mucho peor y que él no presenció.

Zweig y Roth fueron grandes amigos (la editorial Acantilado acaba de publicar sus cartas). Ambos intentaron comprender al judío europeo y por qué era tan odiado. Ni siquiera la conciencia de la Shoah y 70 años han conseguido acabar con ciertos prejuicios ancestrales (y no tan ancestrales). En Europa, en el siglo xxi, todavía puedes ser asesinado simplemente por ser judío. La proliferación de ataques y asesinatos antisemitas en Europa en los últimos meses no es la vuelta de los pogromos ni de la persecución sistemática de los judíos. Pero, pese a reacciones ejemplares como las de la primera ministra danesa, que declaró que un ataque a los judíos es un ataque a Dinamarca, o la contundente denuncia que hizo Manuel Valls de los ataques antisemitas en Francia, estas atrocidades han recibido menos atención de la que merecían e incluso han reavivado viejos prejuicios antisemitas. Y no todos son consecuencia del islamismo radical, responsable de los ataques. En Europa nadie cree que los judíos preparan la matzá, el pan que comen en Pascua, con sangre de cristianos, como afirmó en julio de 2014 Osama Hamdan, portavoz de Hamás. Pero cuando en manifestaciones antisionistas se habla de “esos perros sionistas, que van a por nuestro dinero y nuestra sangre”, como dijo el rapero holandés Appa, o se grita “muerte a los judíos”, la separación entre antisionismo y antisemitismo se difumina e incluso se borra.

Existen prejuicios que están más arraigados y van más allá de la crítica a las políticas de ocupación de Israel. Roland Dumas, ex ministro de exteriores francés, acusó a Manuel Valls de actuar bajo influencia judía simplemente porque su mujer lo es. Una encuesta realizada por el think tank francés Fondapol demostró que un 25% de los encuestados considera que los judíos “tienen demasiado poder en la economía y las finanzas”. El estereotipo de judío rico y avaro, del Shylock de El mercader de Venecia, todavía existe. En El mundo de ayer, Zweig reflexiona sobre este mito:

En opinión generalmente aceptada, la verdadera y típica finalidad de la vida de un judío consiste en hacerse rico. Nada más falso. Para él, llegar a ser rico significa sólo un escalón, un medio para lograr el auténtico objetivo, pero nunca es un fin en sí mismo. El deseo propiamente dicho del judío, su ideal inmanente, es ascender al mundo del espíritu, a un estrato cultural superior. […] Esta preferencia por el mundo del espíritu es homogénea en todos los estamentos; incluso el quincallero más pobre que arrastra sus bártulos a través del viento y la tempestad procurará dar estudios al menos a un hijo a costa de grandes sacrificios […]. Algo del judío trata de huir de lo moralmente dudoso, de lo adverso, mezquino y poco intelectual, inherente a todo comercio, a toda actividad puramente mercantil, y aspira a ascender a la esfera más pura, no materialista del espíritu, como si quisiera, en términos wagnerianos, redimirse a sí mismo, y a toda la raza, de la maldición del dinero.

Roth también intenta arrojar luz sobre este estereotipo en el capítulo “La ciudad judía” de Judíos errantes:

El pobre diablo eslavo, el pequeño campesino, el obrero, el artesano, vive en el convencimiento de que el judío tiene dinero, cuando tiene tan poco como sus enemigos antisemitas. Solo que vive de un modo burgués. Pasa hambre y miserias con más regularidad que el proletario cristiano. […] A sus hijos los manda al a escuela, viste mejor, puede ahorrar y siempre posee algo porque pertenece a una vieja raza. […] Quiere diferenciarse de la población pobre del país y representa el papel del bien situado”.

La actriz británica Miriam Margoyles cree que todo este debate se reduce a la envidia: “a nadie le gustan los judíos. No puedes decir que a la gente le gusten los judíos. No somos populares. Somos demasiado inteligentes para ser queridos”. Suena inverosímil y con algo de soberbia, pero la envidia está detrás del antisemitismo moderno. En un reciente artículo en The New York Review of Books, Christopher R. Browning analiza la tesis de la envidia y el antisemitismo que el historiador alemán Götz Aly presenta en su libro Why the Germans? Why the Jews? Envy, Race Hatred and the Prehistory of the Holocaust:

Dotados con una cultura de la educación y liberados de restricciones pasadas, los judíos rápidamente aprovecharon las oportunidades económicas ofrecidas por la modernización, la urbanización y la industrialización. Los alemanes no cualificados, atados nostálgicamente a modos de vida tradicionales, se mudaron a las ciudades y se adaptaron a regañadientes a sus nuevos trabajos. El espectacular avance de los judíos contrastó con el letargo, resentimiento y desorientación de los alemanes, lo que alimentó la envidia, el miedo y la sensación de inferioridad con respecto a los judíos.  […] Si la envidia del éxito judío estaba detrás del antisemitismo moderno, es lógico que la reacción más intensa de antisemitismo ocurriera en Alemania, la tierra del mayor y más visible éxito de los judíos”.

¿Es el antisemitismo actual en Europa fruto de la envidia?¿Se puede explicar solo con el argumento de la ignorancia? ¿Ha faltado pedagogía tras el Holocausto?¿Cómo es posible que en Polonia todavía exista un 63% de gente que cree que los judíos “conspiran para controlar el sistema bancario y los medios de comunicación del mundo”? Europa tiene una responsabilidad histórica con el pueblo judío. Como comenta Shlomo Ben Ami en una columna en El País, “buscar la solución para un problema que está tan profundamente arraigado en la historia de Europa achacándolo al conflicto palestino-israelí o a jóvenes musulmanes alienados constituye una falacia peligrosa. Para no volver a caer en las garras del miedo, el odio y la política atroz, los europeos deben mirarse detenidamente a sí mismos.”

 

Actualización. 13 marzo 2015

 En una versión anterior de este texto se señalaba que Polonia había “albergado” los campos de Auschwitz, Birkenau o Treblinka. Con “albergar” no era nuestra intención insinuar voluntad, aceptación o participación por parte de Polonia.  Polonia fue invadida por la Alemania nazi en septiembre del 1939 y los mencionados lugares eran campos de concentración y exterminio en la Polonia ocupada. 

 

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Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).


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