En 1938 George Orwell tenía un problema con el punto y coma:
“Por esa época había decidido que el punto y coma produce pausas innecesarias y que prescindiría de él en la escritura de mi siguiente novela”
Esa siguiente novela fue Coming Up for Air, publicada en 1939 y reimpresa en español el año pasado por editorial Destino con un título horrendo: Subir a por aire. Quizá, en unos años, algún traductor se aventure a cambiarlo y permita así que la próxima generación se burle como lo hacemos ahora de quien tituló El rancho de los animales un libro que por fortuna se transformó en Rebelión en la granja.
Subir a por aire cuenta la historia de George Bowling, un hombre de cuarenta y cinco años, fracasado, gordo, pobre y aburrido que debe recoger su dentadura postiza. Harto de su esposa, de sus hijos, de su trabajo, esa mañana decide gastar el dinero que ganó apostando a los caballos en un viaje de vuelta a su pueblo natal. Antes de volver, George narra su infancia en el pueblo, las muchas y dilatadas tardes que pasó pescando, su amor frustrado durante la adolescencia, su anodina participación en la primera guerra mundial, cómo consiguió su actual empleo y cuándo conoció a su esposa.
Para el lector poco aventurero, Orwell es un lugar común que consiste en la alegoría –El rancho de los animales– y en la distopía, mezclada con ciencia ficción –1984. Subir a por aire es más sutil, y esa sutileza demuestra que quizá la literatura debería ser eso: sesenta páginas de la historia de cómo pesqué mi primera trucha sin que uno cuestione la pertinencia o la importancia de la anécdota.
También es un libro que renueva el tópico de la novela de formación: al contar su infancia queda claro que en la vida de George no hay epifanía posible, años después él es la misma persona con bastantes kilos de más y bastantes ilusiones menos. Lo que sí hay es pesimismo y tedio y miedo y la certeza de que todo se pondrá peor. Subir a por aire es la versión realista de sus dos posteriores best-sellers, es su fundamento, su explicación. El personaje sabe que una nueva guerra se aproxima e incluso aventura un pronóstico:
Pero no es la guerra lo más importante, sino lo que viene después. El mundo al que nos dirigimos, el mundo del odio y de la propaganda. Los uniformes, el alambre de púas, el garrote. Las celdas secretas donde la luz siempre está encendida y los detectives que te vigilan mientras duermes. Y los desfiles y los carteles con rostros enormes, y las multitudes clamando por el Líder hasta que, ensordecidas, piensan realmente que lo adoran, aunque en realidad lo odien a tal grado que les produce náusea. Todo esto va a suceder. ¿O no?
Y sucedió. Los cerdos gobernando la granja, el Gran Hermano, el Newspeak ya están en la cabeza de Bowling y casi parecen un homenaje a este anodino personaje que había ya previsto el apocalipsis que somos nosotros: Orwell es uno de nuestros inventores. Olvidarnos de él es olvidarlo todo.
¿Qué pasó después? Cuando apareció el libro, alguien encontró tres puntos y coma que se le escaparon a Orwell. Editores posteriores enmendaron el error. La novela se expurgó un poco–referencias a Hitler, sobre todo– para que pudieran distribuirla en toda Europa. Esto no sucedió, porque el primero de septiembre de 1939 Alemania invadió Polonia y este libro quedó allí, clausurado, necesitando de un par de glosas más a pesar de que ya lo había dicho todo.
Para Orwell el camino era evidente: lo cotidiano había muerto con George Bowling. Para volver a narrar había que hacerlo desde la elipsis, alegórica, distópicamente.
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*Además de 1984 y Rebelión en la Granja es posible conseguir en español un extracto de los diarios de Orwell titulado Diario de Guerra 1940-1942 y sus Ensayos escogidos, ambos en Sexto Piso. Recientemente se editó en inglés una edición de sus diarios que incluye los de la época de la segunda guerra y aquí es posible ver el documental Geoge Orwell: A Life in Pictures.
Es profesor de literatura en la Universidad de Pennsylvania, en Filadelfia.