¿Para qué los críticos?

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¿Para qué los poetas? (Hölderlin) ¿Para qué los filósofos? (Revel) Naturalmente, a todos se nos ocurren varias razones positivas del sentido de la crítica (literaria), y yo mismo, además de ejercerla he deslizado en momentos distintos algunos de esos argumentos citando, las más de las veces, a otros, como T. S. Eliot, que dijo que el poeta debía llevar un crítico dentro, o a Ortega, que sugirió la cualidad de alterne propia del ejercicio. Pero junto a las razones de fundamentación del sentido de la crítica en cuanto que realización misma de la obra o como lectura y desentrañamiento de ella, surgen cuestiones que vienen de una lectura sociológica. Desde un punto de vista formal, la crítica literaria de periódicos y revistas se ejerce, en cuanto a su extensión, en tres dimensiones: la reseña de apenas un folio, que da cuenta del hecho editorial junto a algunos datos (u opiniones) relativos al libro; la reseña de un par de folios, donde el crítico puede plantear el argumento de la obra (con mayores dificultades cuando se trata de filosofía o historia) y llega a insinuar problemas formales o conceptuales; y la crítica (propia de las revistas) que dedica cuatro o seis folios a su tarea, donde el autor puede, además de presentar con algún detalle el objeto de su análisis, compararlo con obras anteriores, de otros autores, señalar dificultades entre lo que se propone y logra, etc. La lógica comunicacional: elaborar, con mayor o menor complejidad, un contenido que transmite algo, respecto de un objeto, a un posible lector de dicho objeto. Un crítico, en este sentido, es un puente. Desde que existe la crítica en la modernidad (desde Samuel Johnson y Sainte-Beuve) ha habido críticos que han elaborado obras que, por una u otra razón, rebasan la tarea de servicio, parasitaria, humilde, eficaz, tales como Sartre al habérsela con Baudelaire o Jean Genet, o, sin salirnos aún de la lengua francesa, Barthes con Balzac; o bien como pretexto –nada desdeñable– para investigaciones sociológicas o para hipérboles de la crítica misma (Hauser, Derrida). Ha habido críticos desprovistos de aparato teórico, como Wilson, cuya amplísima cultura y frecuentación de la novela le dio sin embargo instrumentos para adentrarse por selvas de personajes o senderos de cuentos con sensibilidad y arrojo. Algunos han desentrañado aspectos estructurales, bajando a lo sustancial y perdiendo la sustancia; otros, han dedicado su atención a la dimensión semántica, perdiendo de la obra la gracia, es decir: la obra misma. Finalmente, los hay que han utilizado disciplinas variadas y, asistidos por el talento y el olfato, han transitado entre libros, con pasión de lector que al exponer se expone (Auden, Steiner, Paz). De todo esto hubo y sigue habiendo, a veces oculto en publicaciones insospechadas o en libros de poca o nula circulación: porque a pesar de que vivimos en el gran momento histórico de la publicidad literaria –en número de editoriales y de libros y revistas publicadas– no todo está visible. Es más, la hipervisibilidad actual oculta lo visible.

Lo que vemos al abrir los semanarios culturales de los periódicos, las revistas literarias y los blogs es otra cosa. Una cosa que carece de importancia, y por eso mismo reclama de nosotros señalarlo. Participa de una política de la urgencia, de la novedad (editorial o real) y de la publicidad. También, es cierto, es un espacio donde algunos tratan de decir lo que pueden como náufragos que envían mensajes. Los blogs, que es el último formato que se ha sumado a la difusión de la crítica, de la opinión, es ya el medio por antonamasia, está en medio de todo, y además, formando parte de la estructura comunicativa tiene un aspecto estructural del que carece en principio las revistas: la relación explícita. Los blogueros señalan las conexiones, las relaciones con otros blogs; así, lo que comienza en un lado (siempre en la pantalla) se va desplazando en relaciones con otros blogs formando una comunidad de opiniones e intereses cuyo denominador común no revelado es, sin embargo, la autopublicidad, la posibilidad de mantenimiento (visible) del propio blog. Es un viejo truco de ciertos articulistas (críticos literarios): hablar de un número amplio de autores vivos (en los blogs los autores no están muertos, aunque ya algunos habrán fallecido y sus páginas subatómicas giran en mundos no publicitados, de incógnito), así, apelando a la vanidad y necesidad de visibilidad de los autores el crítico se hace visible entre los otros. Antes se decía de quien llevaba un diario que unos se les acercan para contarle lo que pretenden que el diarista escriba de ellos, y otros huyen de su presencia para no ser carne de tal asado. Este crítico vive de prestado: es un momento fantasmal que pareciera que tiene más realidad que las obras y los escritores de los que habla, porque él se convierte en el espacio firmado del deseo de aparecer. ¿Y qué es un reseñista? Alguien con algunas lecturas (puede tener pocas o muchas) que necesita completar su sueldo. Un lector que se gana unos euros y se ahorra algo en la compra de libros. Una figura intercambiable: se sospecha que cualquiera puede hacerlo, y de hecho a lo largo de su vida activa (cinco o diez años) tiene tiempo de comprobarlo varias veces. El reseñista puede decir casi lo que quiera, siempre que no insulte o no diga que todas las obras son malas. (Incluso así, es tomado como anuncio: en estas páginas yo mismo denuncié que un filósofo de moda había copiado en su último libro casi la mitad de su libro anterior y nadie, nadie, ha dicho nada.) Leemos barbaridades todas las semanas, y nunca pasa nada. A veces se los premia, no porque se crea que sean buenos sino porque ocupan un espacio necesario. Estos críticos son leídos por los autores comentados, por los enemigos o familiares de los autores, por las editoriales, que los leen como anuncios. Algunos críticos son también escritores (quiero decir, de verdad, no por el hecho de que hayan publicado unos versos o un par de novelas) en tiempo de espera, algo que les puede llevar toda la vida. Aparecer algunas veces cada mes con una columna es una forma de levantar el dedo, de no ser dado por muerto. Cuesta, en un mundo donde todo se conceptúa como visible, no serlo. El 99 % de ese material semanal y mensual pasa al olvido. En el caso de los blogs ocurrirá lo mismo –ya ocurre–, no porque no se recojan en libros sino porque su número los asfixia. ¿Quién necesita a los críticos? ¿Para qué los críticos? En cuanto a lo primero: las empresas, porque son una publicidad barata; en cuanto a lo segundo, soy más pesimista. Y sin embargo creo en la necesidad de la crítica, porque sigo creyendo que forma o debe formar parte de lo que otro crítico dijo modestamente: que es un diálogo culto que se mantiene con un interlocutor imaginario, y porque tiene o debería tener una dimensión política importante al mediar entre los productos de la cultura y los receptores de la misma. No sólo es opinión
sino idea. ~

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(Marbella, 1956) es poeta, crítico literario y director de Cuadernos hispanoamericanos. Su libro más reciente es Octavio Paz. Un camino de convergencias (Fórcola, 2020)


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