Aunque pasado, presente y futuro no existan en el pensamiento einsteiniano, confusamente nรญtido, muchos seres de un tiempo, en lo psicolรณgico apenas galileico, dirigimos sobre nuestro pasado una mirada causalista, quizรกs retrรณgrada.
Los pasados se cierran como los ataรบdes. Este verso alejandrino pertenece a uno de los primeros poemas de Delmira Agustini, la poeta uruguaya, temprana lectura que no olvido. Escrito en esa medida suntuosa me resultรณ fascinante. Proseguรญa: y en otoรฑo las hojas en dorados aludes, y la rima, con lo que me parecรญa una lรบgubre sonoridad, ponรญa un aire dramรกtico, sugiriendo la existencia de angustias adultas. Y creรญ en esa afirmaciรณn. Ahora prefiero atender a otro aspecto del verso: el plural inicial implica que el pasado no es รบnico y monolรญtico, sino mรบltiple. Una parte de esa multiplicidad se cierra, incluso puede cerrarse voluntariamente; pero otra se abre o es posible abrirla a voluntad y aun de manera grata. Campo de rescate de lo amable, tiene la plasticidad gentil, puede amoldarse al deseo de hacer mรกs dulce un recuerdo, mรกs halagรผeรฑa su aceptaciรณn entre aquellos ya solidificados, que, ya fijos en un marco inalterable, se ofrecen al mundo que puede convertirlos en historia.
Lo demuestran los libros de memorias, tantas veces escritos para disimular la desdicha de la confesiรณn. Pero nuestro tiempo, que tantas facilidades ofrece para escribir y tantas complicaciones le agrega al que escribe, tanta falta de intimidad, tantas alarmas de telรฉfono, tantas noticias infiltradas y, a cualquier humano, escriba o no, tantas posibilidades de distracciรณn adicional, disminuye el reposo que la memoria pide para explayarse. ยฟHa pasado el turno de los memorialistas? Se publican menos libros de ese tipo. Todavรญa las Antimemorias de Malraux โmovidas por un prodigioso impulso literarioโ aparecen como un hito difรญcilmente superable, quizรกs por haber sido escritas en las agonรญas de una รฉpoca en que la barbarie, sucesivas barbaries, habรญan comenzado a depredar lo que se tenรญa por valores morales eternos. Lo mismo podemos decir de las de Sรกndor Mร rai, que tanto demoraron en llegar a nuestra lengua.
En el pantanoso siglo del espectรกculo, donde prima una velocidad promiscua que ofrece a los ansiosos los sarcรกsticos quince minutos de gloria anunciados por Warhol, falta tiempo para repasos. Es posible que se crea que el exceso de informaciรณn sobre la fugaz actualidad ocupa todo el campo de atenciรณn que un individuo resiste. O que el pรบblico no se interese en las visiones individuales de sucesos pasados, que por serlo ya han sido procesados como un bolo y como tal digeridos. Sin embargo, la memoria individual es un acervo que un escritor, si se descubre rico en รฉl, difรญcilmente acepta desperdiciar, porque guarda, bien manejado, el perfume de lo fresco, orรฉgano o romero reciรฉn cortados. Cuando cuaja en libro, el lector predestinado, que sigue existiendo, se ilusiona con la impresiรณn de estar cerca de los hechos, de recibir confesiones directas o de ser el testigo invisible de sucesos por primera vez develados. Un memorialista astuto puede incluso mostrar ahora vejaciones ocultas, torpezas que podrรญa no confesar pero que ofrece como un Narciso que se ha desnudado de cuerpo entero (ยฟacaso la mitologรญa, que nos lo presenta con sรณlo su rostro espejado en la fuente, no sugiere los riesgos de la total exhibiciรณn?), haciendo que el lector experimente la superioridad de quien, desde fuera del lugar y del tiempo, juzga en secreto interinato, con la soltura de un juez sabio y socarrรณn.
Quizรกs eso sea lo que un ya no muy reciente Vila Matas hace en Parรญs no se acaba nunca, donde vuelve sobre sus tropezados aรฑos de formaciรณn, de los que aquรญ y allรก habรญa ido dejando noticias preparatorias, de modo de dejar saber a sus fieles que estรกn ante la misma materia, noble por verdadera, conmovedora porque ningรบn disimulo juega a dejar mejor parado al autor, pese a sus fugaces tentaciones de travestirse. Vila Matas, fascinado por las obsesiones circulares, por las situaciones que se repiten, angustiosas, nos ha contado antes que fue el inquilino de Marguerite Duras. Ahora entra con minucia en esta historia que podrรญa ser inventada (como reconoce haber fabulado una en que involucra a Tabucchi). Pero creemos que aquรฉlla es real, como que se vio atrapado con ella en los lazos de la kafkiana burocracia francesa, de
la que se escapa abandonando su gloriosa buhardilla.
En estos tardรญos recuerdos de juventud de Vila Matas, fragmentos soldados por el tiempo, el espacio sale derrotado. Aquรฉllos se aferran sobre todo a situaciones, seres, prestigiosos o anรณnimos. El espacio-paisaje, el espacio-ciudad pierden peso frente a los seres humanos, que se coagulan en casas y tantas veces en el cafรฉ, ese espacio que existe en lo momentรกneo, cuando se llega a รฉl o cuando es evocado como el lugar del encuentro posible, de la oportunidad ambicionada o del fondo teatral para una representaciรณn que el individuo ofrece conscientemente a los demรกs, deseados espectadores.
La memoria es mรกs que el espacio, dicen los Upanishads. Y las palabras son sin duda deficientes para reducir (o son deficientes al reducir) el alcance de la memoria, que flota sobre el espacio realmente inasible, porque ademรกs varรญa en sรญ y varรญa al ser mรกs que nuestra parcial percepciรณn. Y siendo el espacio menos que la memoria, un espacio โdigamos Parรญsโ necesita de la memoria, de una suma de memorias ya imposible de enumerar, para convertirse en una representaciรณn, hecha de elementos distintos, yuxtapuestos o contradictorios, que sigue construyรฉndose y fragmentรกndose, reflejรกndose y diluyรฉndose. La memoria, que no serรก lo que debe ser sin el pasado, y el pasado que sรณlo salvan las distintas memorias, se conjugan para que el espacio cobre prestigio y a su vez le ofrezca al hombre las formas, colores, olores, conjugados en sitios donde enraizar sus volรกtiles, provisorios arraigos.
Y si he citado a un espaรฑol, por quรฉ
no aducir tambiรฉn a un italiano, al que no se le conocen tentaciones de coqueterรญa, el descarnado Bufalino, que se desviste civilmente para el difficile orgasmo delle lacrime, ofreciendo sus recuerdos infantiles y adolescentes, dolorosos, para que los compartamos. (Pese a que Conrad decรญa que los secretos del corazรณn no son lectura para el hombre.) Pero en Bufalino hay un innegable heroรญsmo, el de quien no extrae una intrรญnseca felicidad o prestigio de la exposiciรณn de sus pasadas angustias, sino que busca y exhibe en sรญ mismo la miseria que otros ocultan o tratan de embellecer, la fragilidad que, asumida, nos lo convierte en un modelo de conformidad. Con elementos yuxtapuestos y contradictorios, llega la idea de la libertad respecto a las convenciones de los hombres. Cรณmo no llegar entonces a la memoria mรกs libre o anรกrquica que ha coagulado en libros anรกrquicos y arbitrarios, es decir divertidos, algunos de los escritos por la arbitraria Gertrude Stein
Pero esto serรญa mezclar muchos autores, รฉpocas distintas. ~