La semana pasada abrevié en estas páginas la camaradería generacional que hubo entre José Revueltas y Octavio Paz, y advertí que hoy habría de comentar algunas reflexiones críticas del poeta sobre la obra de su amigo narrador.
En 1943 Paz envió su primera crítica a Revueltas (“Cristianismo y revolución”) a la revista argentina Sur –de Victoria Ocampo, Bianco, Borges–, algo que lo obligó a los necesarios prolegómenos sobre la cultura mexicana posterior a la revolución. Miembro de la generación nacida en plena revuelta, y formado ya en una actitud juvenil más abierta al mundo, las “novelas de la revolución” le parecían “pobres de técnica”, pintorescas y costumbristas. Los narradores, escribe lacónicamente, “cegados por el furor de la pólvora o por el de los diamantes de los generales”, inventarían un “escenario superficial de pueblos quemados”.
Después, los narradores del grupo Contemporáneos privilegiaron una narrativa de “la curiosidad y la evasión”. Y luego, los más recientes –Juan de la Cabada, Efrén Hernández, Salazar Mallén, Francisco Tario– prefirieron el cuento, pero tienen “el talento para dotar a México de una verdadera novela”. El “más ambicioso y apasionado” entre ellos –nunca lo dudó Paz– era José Revueltas.
Paz comenta El luto humano, que acaba de aparecer: la agonía de un pueblo bendecido por un sistema de riego revolucionario que, paradójicamente, termina inundado y bajo una nube de zopilotes que “disponen a devorar a los moribundos”, anulados por “el alcohol, el hambre y los celos”. Los personajes son “los rencorosos mexicanos actuales y sus quietas mujeres representan la tierra, sedienta de agua y sangre”. Una alegoría oprobiosa de México. Revueltas procura enfrentar ese horror como sociólogo, pero Paz destaca que más bien lo hace dominado por un estupor de índole religiosa, “un amor hecho de horror y repulsión hacia México.”
En 1979, ya muerto Revueltas, Paz relee ese comentario de 1943 y lo lamenta: era “tajante y categórica”, juvenil y errático. Aún piensa que la lucha campesina por el agua y la tierra “alude a otra que no es enteramente de este mundo”, es decir, que posee un componente religioso, pero se reprocha no haber advertido la paradoja de Revueltas: “una visión del cristianismo dentro de su ateísmo marxista”. Quizás Revueltas pensaba que el marxismo desmontaría al cristianismo, como éste había desmontado las religiones precolombinas, se pregunta Paz.
El ateísmo de su amigo, piensa Paz, era un acto de fe que lo llevó a acometer “una peregrinación, verdadero viacrucis, hacia la luz”. Otro tanto podría haber dicho de sí mismo, desde luego (no es raro que Paz se autorretrate tras la crítica a escritores que le interesan). Si Revueltas estaba contagiado por el poder popular de la fe cristiana, Paz era laboriosamente neoplatónico y discretamente panteísta. El conflicto de Revueltas es el mismo que él enfrenta: “la pregunta central”, escribe, es sobre la naturaleza de esa luz que ambos buscan: “¿qué luz, la de aquí o la de allá?”; ¿la de la historia o la de la trascendencia?
Paz encomia el valor de Revueltas para criticar la ortodoxia comunista y su práctica de un marxismo que incluía disentir hasta del marxismo. Y esa práctica, le parece, estaba tocada por el viejo impulso revolucionario (que hasta Robespierre entendió) de llenar el hueco dejado por las divinidades con los nuevos dioses, “la nación, el proletariado, la raza”. Son, dice Paz, “nuestros Cristos”, pues “si el cristianismo fue la humanización de un Dios, la Revolución promete la divinización de los hombres”.
Me apena la brevedad de este resumen (el ensayo está en el tomo 4 de las Obras completas): la historia de esa amistad es profundamente complicada. En la celebración de sus centenarios, y en las relecturas de las obras prodigiosas de estos amigos anómalos –que polemizaron y riñeron sin dejar de quererse– no puede ignorarse que parte de esa complejidad radica en la herencia del cristianismo que suscitó en ambos el imperativo de la comunión.
(Publicado previamente en el periódico El Universal)
Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.