Aunque la discusión apareció poco delineada en la novela de Sábato Sobre héroes y tumbas, fue hasta Respiración artificial cuando se popularizó: Borges y Arlt aparecieron como los dos Buenos Aires: el refinado y el popular, la biblioteca y el quiosco, el salón y el arrabal. Algunos años después Piglia confesaba que en su novela “el contraste Arlt-Borges está puesto de un modo muy brusco y directo para provocar un efecto digamos ficcional. Renzi cultiva una poética de la provocación”.
¿Quién es Roberto Arlt? Piglia contesta: “Alguien que no es un clásico, es decir, alguien cuya obra no está muerta. Y el mayor riesgo que corre hoy la obra de Arlt es el de la canonización. Hasta ahora su estilo lo ha salvado de ir a parar al museo”. Sobre la misma pregunta, Bolaño dice:
Digamos, modestamente, que Arlt es Jesucristo. Argentina, por supuesto, es Israel y Buenos Aires es Jerusalén […]; es un contemporáneo de Borges. Éste nace en 1899 y Arlt en 1900. Pero, al contrario de Borges, la familia de Arlt es una familia pobre y cuando él es adolescente no se va a Ginebra sino que se pone a trabajar […] Arlt es rápido, arriesgado, moldeable, un sobreviviente nato, pero es un autodidacta, aunque no un autodidacta en el sentido en que lo fue Borges: el aprendizaje de Arlt se desarrolla en el desorden y el caos, en la lectura de pésimas traducciones, en las cloacas y no en las bibliotecas. Arlt es un ruso, un personaje de Dostoievski, mientras que Borges es un inglés, un personaje de Chesterton o Shaw o Stevenson.
Piglia tampoco pierde oportunidad para comparar a los mismos escritores:
Borges en realidad es un lector de manuales y de textos de divulgación y hace un uso bastante excéntrico de todo eso […]; en esto yo le veo muchos puntos de contacto con Roberto Arlt, que también era un lector de manuales científicos […]. Los dos hacen un uso muy notable de ese saber que circula por canales raros. En Borges como biblioteca condensada de erudición cultural al alcance de todos, la Enciclopedia Británica, y en Arlt en las ediciones populares, socialistas, anarquistas y paracientíficas que circulaban por los quioscos entre libros pornográficos y revistas deportivas.
Hasta ahora todos de acuerdo: Arlt y Borges representan dos extremos literarios cuyo genio los hermana. El punto de quiebre se encuentra en la valoración canónica: Borges ocupa un lugar privilegiado, Arlt mucho menos. Hoy todos leen a Borges, unos pocos a Arlt (una rápida búsqueda de ediciones asequibles lo confirma). No obstante, lo que importa es lo que hacen Piglia y Bolaño con uno y otro.
Bajo la premisa del plagio como género literario y como fuente inagotable de escritura, en su cuento “Nombre falso”, Piglia intrinca su historia como investigador literario con la del hallazgo de un cuento perdido de Arlt. Son dos partes: la crónica de la búsqueda del manuscrito y la “transcripción” del cuento. Quizá en respuesta, Bolaño opina: “Piglia me parece uno de los mejores narradores actuales de Latinoamérica. Lo que pasa es que me hace difícil de soportar el desvarío –un desvarío gangsteril, de la pesada– que Piglia teje alrededor de Arlt, probablemente el único inocente en este asunto”. La objeción de Bolaño, entre líneas, no creo que corresponda a la “apropiación” que, para bien o para mal, ha hecho Piglia de Arlt, sino al filtro que ello produce: pensar en Arlt pareciera remitir a cualquier a pensarlo desde Piglia –de la misma manera en que Borges propuso en su ensayo “Kafka y sus precursores”. Bolaño cierra: “La literatura de Arlt, considerada como armario o subterráneo, está bien. Considerada como salón de la casa es una broma macabra. Considerada como cocina, nos promete el envenenamiento. Considerada como lavabo nos acabará produciendo sarna. Considerada como biblioteca es una garantía de la destrucción de la literatura”; y más aún: “Cuando Borges muere, se acaba de golpe todo. Es como si se muriera Merlín, aunque los cenáculos literarios de Buenos Aires no eran ciertamente Camelot. Se acaba, sobre todo, el reino del equilibrio. La inteligencia apolínea deja su lugar a la desesperación dionisiaca”.
¿Qué hay de raro en todo esto? Nada, cada quien opina lo que mejor le viene en gana. Como lector, sin embargo, me ha sorprendido tal cantidad de objeciones con Arlt por parte de Bolaño: “Arlt y Piglia son un punto y aparte. Digamos que es una relación sentimental y que lo mejor es dejarlos tranquilos. Ambos, Arlt sin la menor duda, son parte importante de la literatura argentina y latinoamericana […]. Allí, sin embargo, no hay escuela posible. Corolario. Hay que releer a Borges otra vez”.
Pensar a Arlt como un genio y un callejón es vocación de Bolaño, entiendo. Por el contrario, ¿no hace Piglia lo que Bolaño pretende vetar? ¿No es Piglia una muestra de que Arlt sí puede ser un camino hacia adelante? Es cierto que Piglia tendrá mucho más modelos, influencias, gustos. Pero en el caso de Respiración artificial y Nombre falso, Arlt es mucho más que un fantasma. Al revés: ¿cuánto tiene Bolaño de Borges? Propongo una pregunta abusrda: ¿quién habría escrito Los detectives salvajes? ¿Arlt o Borges? ¿Quién Respiración artificial? Pienso más en afinidades literarias y en árboles genealógicos más que en criterios objetivos. Otra pregunta: con estos cuatro nombres sírvase, lector, contestar lo siguiente: ¿Arlt es a Piglia lo que Bolaño a Borges? ¿No es al revés? Pienso en las mismas comparaciones que antes he citado: si hubiera qué elegir entre la biblioteca y la calle, Piglia ocuparía el primer espacio, Bolaño el segundo.
Abuso, lo sé, de mis deformaciones como lector, pero me sigue sorprendiendo la decidida defensa de Borges que hace Bolaño, sobretodo porque a mi modo de ver tienen él más, mucho más, de Arlt que lo que podría tener Piglia, mientras que a éste lo asocio más con Borges. Pero, ¿más de qué? El tres de marzo de 2001 se publica, en Babelia, una conversación electrónica entre Piglia y Bolaño. Borges salió a la charla:
Piglia: Macedonio es un escritor excepcional […]; Borges aprendió todo de él, sobre todo, la inutilidad de desarrollar un argumento que se puede resumir y contar como si ya estuviera escrito.
Bolaño: Borges no lo aprende todo de Macedonio, sino también, una parte importante, de Alfonso Reyes, quien lo cura para siempre de cualquier veleidad vanguardista. Macedonio es el riesgo, la audacia, el vanguardismo y el criollismo juntos, pero Alfonso Reyes es el escritor, la biblioteca, y el peso que tiene sobre Borges es importantísimo, tanto en el desarrollo de su poesía como en su prosa. Digamos que Reyes proporciona el elemento clásico a Borges, la mesura apolínea, y eso de alguna manera lo salva, lo hace más Borges.
Para decirlo con los mismos términos que Bolaño toma, supongo, de Nietzsche: como lector, califico a Bolaño como dionisíaco y Piglia como apolíneo. No sólo en sus libros sino en sus personalidades, en sus conferencias, en sus críticas. El contraste Reyes-Macedonio funciona tan bien como el de Borges-Arlt. En Piglia he visto siempre la elegancia y la biblioteca; en Bolaño, el exceso, el riesgo, la audacia. Todo esto, claro está, sin que medie juicio valorativo: ambos me parecen grandes narradores; trato únicamente de entenderlos mediante una quizá forzada comparación que, no obstante, me ha ayudado a entenderlos mejor.
Otro argumento, por llamarlo así, arguyo en favor de mi concepción: las amistades literarias. La comparación es rudimentaria, pero el dueto Piglia-Saer me recuerda al de Borges-Bioy; a Bolaño y Mario Santiago (ambos inmortalizados por Arturo Belano y Ulises Lima en Los detectives salvajes) prefiero pensarlos como Arlt y Kostia. De nuevo: a los primeros los imagino con un libro; a los segundos con una cerveza. Estas preconcepciones son las que busco reorganizar con las palabras de cada uno. Si me portara reduccionista, como lo he hecho hasta ahora, diría sin empacho que Piglia quiere escribir como Arlt pero le sale Borges; mientras que Bolaño busca la guía de Borges, pero le sale Arlt.
Pero las palabras de Bolaño, sobre todo, no me permiten terminar con tal juicio disparatado. Él apuesta por el equilibrio, por la conciliación, y creo justo aproximarme por allí. Ni Respiración artificial es simplemente Borges ni Los detectives salvajes es puramente Arlt. Prefiero la idea de pensarlos juntos, como ellos han mostrado que deben pensarse Arlt y Borges. Sintomáticamente, cuando Piglia o Bolaño hablan de uno aparece siempre, como gráficamente aparecería Pepe Grillo, el otro. Faltan todavía, para cerrar el círculo, líneas de Piglia sobre Bolaño, sobre lo que implica leer a Borges desde Bolaño. Falta quien se acerque a Piglia a preguntarle qué opinión le merece el escritor chileno.
En ambos hay el equilibrio que Bolaño defiende; su voluntad por ser tan él, tan Bolaño, no le permitió ver que Arlt sí puede ser biblioteca si se le acompaña, como hace Piglia, de Borges, a quien Piglia releyó tan bien como Bolaño pedía. Apolíneo, sí, pero lector de Macedonio y “san Juan”, en palabras de Bolaño, de Arlt. Nombre falso condensa la dicotomía: el investigador literario, erudito (mitad Borges) al lado del cuento plagiado (su mitad Arlt). Al revés: Bolaño el dionisiaco, sí, pero tras de su espíritu agresivo y sus declaraciones escandalosas (su mitad Arlt) está siempre un argumento equilibrado y lúcido (su mitad Borges). Ambos Jekill y Hyde.
Es profesor de literatura en la Universidad de Pennsylvania, en Filadelfia.