Tras el pretil del muelle observo las pequeñas carpas, son miles, arre-
molinándose, tropel de músculos minúsculos, pero también, sin
medios para crear una corriente, haciendo de su unísono (girando, re-
plegándose,
entrando y saliendo al unísono de su unísono), haciendo de sí mismas
una corriente visual que no pueden mecer ni transportar en sus
diminutas fracciones las vueltas y revueltas del agua, los ciclos
con que las estelas de los barcos llegan por fin al muelle, allí donde
golpean una resistencia más honda, agua que parece romper contra
sí misma (tiene esas capas), una corriente real aunque en su mayor parte
invisible que envía a lo visible (las carpas) un movimiento
enflechado que impone cambio—
esto es la libertad. Esta es la fuerza de la fe. Nadie consigue
lo que quiere. Nunca vuelves a ser el mismo. El anhelo
es ser puro. Lo que obtienes es ser cambiado. Cada vez con más fuerza,
al hilo de minutos fulgurantes en los que el infinito se enhebra a sí mismo,
también el olvido, por supuesto, las réplicas de algo que sucedió
en el mar. Aquí, manos llenas de arena, dejando que se escurra
al viento, echo un vistazo al pasar y digo ten, esto es
lo que he salvado, deprisa, tómalo. ¿Y si me pongo a escuchar
ahora? Escucha, no estaba diciendo nada. Fue sólo
algo que hice. No pude escoger las palabras. Soy libre para irme.
Por supuesto, no puedo regresar. No a esto. Nunca.
Es un fantasma posado en mis labios. Aquí: nunca. ~
Versión de Jordi Doce