Antes de que despierte el sol de hoy
la violeta de nuestra casa
partió con su valija
y tomó luego el tren del aire.
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Mi vida, aquí y ahora,
escala de peldaños que reposan
sobre la masa de la muerte.
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El sueño abre su puerta a los amantes,
que le prometen ir
y nunca llegan.
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La luz, que tiene rostro,
no tiene entrañas.
Lo oscuro tiene entrañas
pero no rostro.
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En el amor, su primera morada,
el tiempo se pasea con un cuerpo de rosa,
con un cuerpo de luz las rosas.
En el tiempo, su otra morada,
el polvo se pasea con pies de viento,
con pies de polvo el viento.
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Su tiempo en ella es un espejo y sólo
lo habitan los perfiles de sus sueños.
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¡Qué marítima en ella la pereza!
Baja de la calesa de las olas
y se entrega a la arena.
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Abre tus brazos,
me gusta ver cómo entre ellos tiembla
mi memoria.
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Los árboles disfrutan escuchando el espacio.
Así pega la oreja el árbol
contra el pecho del viento.
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Esta luz que me alumbra sin cesar
es siempre niña.
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Mujer, dondequiera que vaya,
corre la noche detrás de ella.
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La historia se asienta en la cabeza de los hombres
y hace descender su verdad
por peldaños de sangre.
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¿Qué le pasa a esa rosa?
Comenzó a marchitarse
apenas fue tomada por el sol.
¿Será la amante de la noche?
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Llegó una mariposa a casa de la luz.
Tendida contra el fuego, entre sus dientes,
quiso aquello que la consume. ¡Cuántos
crímenes tuyos, luz, que no querrías!
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Hacemos con la lengua la elegía de las cosas.
¿Con qué se hace la elegía de la lengua?
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Recuerda que el otoño
no puede llegar hasta ti
antes de haber vivido las vacaciones del verano.
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Yo retenía al sol por el tobillo
cuando salía de su noche:
fue el momento más bello de mi infancia.
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Soñar no basta;
además, hace falta que sepas
cómo ofrecer a tus sueños un lecho.
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En política, más te vale
decir: “la luna es una cesta
que mañana estará llena de pan y frutas”
y no “la libertad es una mujer que se divorcia”.
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Me gusta el buen enemigo.
No me despierto del todo
más que en su cabeza.
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¡Qué dulce es esta vela!
Para dar sus adioses a la noche
debe siempre enjugar sus lágrimas.
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Nombro la nada y recompenso a la vida.
Así la poesía le habla al poder del tiempo.
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Lo recuerdo: en mi infancia
nuestro pueblo tenía el color de la luna.
Al despertar,
se echaba una silla a las espaldas
para que el sol pudiera sentarse.
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Cada noche la tristeza pone una lámpara
en la cabecera de la alegría
y descifra la historia del amor.
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El aire, un caballero.
El polvo, el más vivaz de sus caballos.
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No he abierto mi corazón
a la hospitalidad de la muerte.
Quizá sea que ignoro siempre la vida.
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Todo lo que resta de lo que he conocido
se convierte para mí en tinta.
Podría entonces escribir mis escombros.
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El polvo dejó pasos
sobre una cima a la que llamo: mi infancia.
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El día, una semilla que se eleva
en el campo de la noche.
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Dame, oh tiempo, la cabeza que perdiste
y te daré el cuerpo que buscas.
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La naturaleza no envejece
salvo en una cosa: las palabras.
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Toda una noche, el viento guardó sus manos
posadas en el árbol frente a casa,
como si el árbol fuera mi cuerpo, mis miembros.
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El perfume se agota al salir de la yema.
¿Por eso huye sin retorno?
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El tiempo olvida su lengua
cuando el cuerpo se pone a hablar.
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En nuestro pueblo el aire es un poeta errante.
Ahí están las ventanas que lo escuchan.
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Va y viene el árbol,
pero en su sombra.
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¿Tú no hablarás, oh muerte?
Mira a tu hermana la vida:
ella tiembla también por tu silencio.
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Cada día el sol deja cartas
en el borde de mi ventana.
Sólo la noche puede leerlas.
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Le doy gracias al tiempo,
que me toma en sus brazos
y borra tras de sí el camino. ~
– Traducción de Aurelio Asiain
© Vuelta, 209, abril de 1994
Estos poemas están traducidos de la versión al francés de Claude Esteban en Memoire du vent (Poèmes 1957-1990), Gallimard, 1991.