Priapo bendice a Goethe

Las Elegรญas romanas de Goethe permanecieron desconcidas durante mucho tiempo debido a su contenido erรณtico.ย 
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A sus treinta y siete de edad, Goethe pasรณ aรฑo y medio (1786-88) en Nรกpoles, Sicilia y, sobre todo, en Roma. El viaje fue crucial por cualquier cantidad de razones que el mismo Goethe narrรณ en su Viaje italiano.

La conseja que deriva de sus memorias, las de sus amigos y las de sus biรณgrafos es que fue durante ese viaje que Goethe aprendiรณ a emplear correctamente el pene (uno de sus biรณgrafos, K.R. Eissler, ha deducido que antes cometรญa ejaculatio praecox). Segรบn Hans Vaget, el viaje italiano le permitiรณ al poeta asestarse una formidable y duradera terapia gracias a su amante, la adorable romana, joven y viuda, a la que Goethe maliciosamente apodรณ “Faustina”.

De regreso en Weimar y “recuperado su equilibrio viril” (como escribe Alfonso Reyes en su Vida de Goethe), escribiรณ las veinticuatro Elegรญas romanas –cuyo tรญtulo original estaba en latรญn: Erotica Romana— que previsiblemente causaron escรกndalo, las denuncias y salacidades de rigor. Inspiradas en los carmina priapea que brotaron del รกrbol de los cultos pรกnicos y bรกquicos en la Roma de Augusto, las elegรญas pasaron airosamente por el filtro vivรญsimo del genio poรฉtico germรกnico, pero la censura “moderna” impidiรณ que se conocieran durante siglo y medio.

Goethe mismo excluyรณ dos elegรญas que luego fueron recuperadas: la primera, en la que encomienda a Priapo el cuidado de las siguientes (y manda al demonio a quienes se escandalicen por leerlas) y la รบltima, en la que una estatuilla de Priapo perdida en un jardรญn romano, agradece al poeta sus afanes y le desea el tipo de buena suerte que le es propio.

 

XXIV

Yo, รบltimo de los dioses, contrahecho, arrinconado al fondo

de un jardรญn, me yergo. Mal hayan los caminos del tiempo.

Yedras de pepino crecen alrededor de este originario lingam

         y sus frutos lo parten casi en dos por su gran peso.

Los gusanos se me enciman para huir del frรญo de invierno:

         los detesto, pues luego las urracas se posan en mi cabeza

para devorarlos. No es mejor el verano: los sirvientes

         vienen a vaciar las tripas y me muestran sus culos insolentes.

Porquerรญa arriba, porquerรญa debajo. Y yo mismo bajo la amenaza

         de convertirme en porquerรญa, en hongo, leรฑa podrida.

Gracias a tu esfuerzo, ahora, oh poeta noble sobre todos,

recobro mi sitial entre los dioses. Y es de justicia

  pues fui yo quien salvรณ el trono de Jรบpiter, tan mal habido:

         color y marfil, mรกrmol y bronce, y no digamos los poemas.

Ahora, los varones inteligentes me miran amables. Les gusta,

         como lo hizo el poeta, medir en mรญ su propia imagen.

No se ofenden las niรฑas al verme, y menos las matronas.

         Nadie ya me encuentra feo, a pesar de mi monstruosa fuerza.

Querido poeta: sea tu recompensa un estupendo miembro de una cuarta,

         que se hinche con orgullo en tu abdomen cuando asรญ lo quieras;

que no se fatigue nunca, no hasta que hayas disfrutado la docena

         de artรญsticas posturas que describe Filinias, el poeta. 

            

          

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Es un escritor, editorialista y acadรฉmico, especialista en poesรญa mexicana moderna.


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